Hace unos días, el diario El Periódico Mediterráneo publicó una entrevista con el doctor Josep Lluís Carbonell i Esteve, director de la clínica Mediterránea Médica en Castellón —con más de 35 años practicando abortos—, en la que afirma sin ambages que el «síndrome postaborto no tiene base científica». En esa misma conversación se presenta como un profesional que ha realizado decenas de miles de abortos, y describe el procedimiento como un mero trámite clínico, negando cualquier repercusión psicológica para las mujeres que lo padecen.
La contundencia de sus afirmaciones y su desprecio por el posible sufrimiento ajeno revelan una postura moral insensible: un médico que ha practicado abortos masivos y luego niega sus secuelas psicológicas incurre en una frialdad que puede calificarse, con justicia moral, de satánica.
Conversaciones médicas sin compasión
Carbonell describe el aborto farmacológico con precisión técnica: “48 horas después provoca la bajada de la menstruación y expulsa el producto de la concepción”, afirma. Para él, es un proceso ambulatorio que apenas dura unas horas. Esa forma de hablar —sin mención al dolor, al duelo ni a la pérdida— demuestra una deshumanización radical: el hijo en gestación ya no existe como persona, sino como un “producto” que debe eliminarse con eficiencia.
Negar el síndrome posaborto como una “fábula sin base científica” implica, en efecto, cerrar los ojos al testimonio de mujeres que han vivido ansiedad, culpa, depresión y rupturas familiares tras abortar. Silenciar esas voces no es neutro, es violentar la realidad del dolor humano y someterla a una ideología tecnocrática.
Activismo que desafía la ley
La frialdad intelectual de Carbonell no surge de la nada; tiene raíces bien documentadas. En 2014, elDiario recogía que el médico se ofrecía a incumplir una ley restrictiva del aborto si ésta entraba en vigor: “sé que acabaré en la cárcel”, decía, al tiempo que aseguraba que no abandonaría su práctica por convicción moral.
Su activismo no se limita al ámbito local: colaboró con campañas de aborto farmacológico e iniciativas como Women on Waves, utilizando barcos para practicar abortos en aguas internacionales. Esa trayectoria confirma que su postura no es sólo médica, sino profundamente ideológica.
Una banalización del mal
El gesto de hablar de “decenas de miles de abortos” como si se tratara de una mera estadística médica revela una mente que ha amortiguado la sensibilidad moral. No es neutro: es indicio de una indolencia perversa. Mientras su habla clínica borra el drama, su práctica hunde raíces en la cultura de la muerte.
Este médico menosprecia lo que no conviene a su narrativa: el dolor femenino real, el proceso de duelo y la culpa que muchas mujeres padecen. Presentar el aborto como un simple acto técnico y negar sus consecuencias es una estrategia ideológica brutal: racionalizar la muerte y desoir el llanto de las víctimas.
