Según ha revelado Campus-a, el Vaticano se inclina ya de forma casi definitiva por designar a Josef Grünwidl como nuevo arzobispo de Viena en sustitución del cardenal Christoph Schönborn. El nombramiento, que podría hacerse público en noviembre, confirma una línea de continuidad con las posturas progresistas que han caracterizado el gobierno de Schönborn y que tanto desconcierto han generado entre los fieles a la tradición.
Grünwidl, hasta ahora administrador apostólico de Viena, había rechazado en repetidas ocasiones la propuesta de suceder al cardenal, alegando incluso la ausencia de un doctorado en teología. Sin embargo, según fuentes citadas por el medio austriaco, Roma le habría recordado su deber de obediencia, logrando finalmente que aceptara el encargo.
Declaraciones polémicas: el celibato y el papel de la mujer
En una reciente entrevista en la emisora pública Ö1, Grünwidl afirmó que «la época de la Iglesia del pueblo ha terminado» y que solo en casos excepcionales la fe se transmite hoy de padres a hijos. Más allá de este diagnóstico pesimista, lo verdaderamente preocupante son sus propuestas: el celibato no debería ser condición para el sacerdocio y las mujeres deberían ocupar responsabilidades incluso en el Colegio Cardenalicio, reservado siempre a varones por la doctrina y la tradición de la Iglesia.
Estas declaraciones suponen un ataque directo a dos elementos constitutivos de la vida católica: el celibato sacerdotal, que la Iglesia latina defiende no como mera norma disciplinar, sino como signo de entrega radical a Cristo, y la naturaleza exclusivamente masculina del sacerdocio, vinculada al mismo designio de Cristo. Elevar a las mujeres hasta el Colegio de Cardenales supone, de facto, relativizar el sacramento del orden y abrir la puerta a una clericalización del feminismo eclesial.
Continuidad con Schönborn y riesgo de fractura
El nombramiento de Grünwidl sería leído en Austria como la prolongación del legado de Schönborn, figura siempre ambivalente que, pese a sus gestos de fidelidad en algunos ámbitos, se ha alineado con corrientes aperturistas en temas de moral y disciplina eclesial. Para muchos católicos, Schönborn ha representado una Iglesia acomodada al espíritu del mundo, que busca agradar a la opinión pública más que anunciar con valentía la verdad del Evangelio.
El perfil de Grünwidl no parece distinto. Su insistencia en “adaptar” la Iglesia a las demandas sociales de Austria —donde el secularismo ha vaciado parroquias y donde buena parte de los bautizados abandonan formalmente la Iglesia cada año— parece responder más a una estrategia de supervivencia institucional que a un verdadero ardor misionero.
El riesgo es claro: seguir debilitando la identidad católica, presentar como “opciones” lo que en realidad son verdades y sacramentos, y fomentar así una mayor fractura entre quienes permanecen fieles a la doctrina y aquellos que desean una Iglesia convertida en ONG espiritual.
Roma entre la obediencia y el pragmatismo
La designación de Grünwidl muestra también cómo Roma afronta las tensiones de la Iglesia universal. Ante la dificultad de sostener un único mensaje coherente en un mundo fragmentado, se opta por perfiles “pragmáticos” que, más que custodiar la fe, buscan traducirla en un lenguaje aceptable para cada país. Así, lo que en Viena parece “moderno y adaptado” es, para los fieles católicos que esperan fidelidad a la tradición, un signo de rendición ante la secularización.
El resultado, sin embargo, es previsible: la Iglesia no crece cuando diluye el Evangelio para agradar al mundo. La experiencia de las últimas décadas lo confirma: allí donde se han relativizado la doctrina, la liturgia y la disciplina, las iglesias se vacían; en cambio, donde se ha proclamado con claridad la verdad y se ha defendido la tradición, las comunidades resisten y crecen.
Conclusión
El nombramiento de Josef Grünwidl como arzobispo de Viena parece estar decidido. Su perfil confirma una continuidad con la línea Schönborn: apertura al progresismo, cuestionamiento del celibato, clericalización del feminismo eclesial y una visión más sociológica que pastoral de la Iglesia. Frente a ello, muchos fieles católicos de Austria y de fuera miran con preocupación a Roma, que parece olvidar que la misión de la Iglesia no es adaptarse al mundo, sino transformarlo con la fuerza del Evangelio.
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