La Santa Sede intervino recientemente en la sede de Naciones Unidas en Nueva York, durante la sesión de la Segunda Comisión de la Asamblea General dedicada al desarrollo sostenible. El Observador Permanente, mons. Gabriele Caccia, pidió a los Estados actuar con decisión para “sanar la deuda ecológica” que —según explicó— los países más desarrollados han contraído con los países en desarrollo.
Responsabilidades compartidas
En su intervención, recogida por Vatican News, Caccia señaló que los pueblos más vulnerables son quienes menos han contribuido a la degradación ambiental y, sin embargo, son los más afectados por las consecuencias del cambio climático. Por ello, instó a que quienes más han contaminado asuman una mayor responsabilidad mediante:
- Alivio de deuda para los países más pobres.
- Aporte financiero y tecnológico para la adaptación y mitigación climática.
- Fortalecimiento de capacidades locales que permitan afrontar la crisis ecológica con autonomía.
Educación y conversión ecológica
El Observador Permanente subrayó también que la crisis no puede abordarse únicamente desde soluciones técnicas, sino que requiere un cambio profundo de mentalidad. Habló de la necesidad de una “educación ecológica integral” que transforme los estilos de vida y que implique una conversión interior.
En este sentido, recalcó que la justicia intergeneracional y el cuidado de la biodiversidad deben ser principios básicos de toda política ambiental.
Un discurso en continuidad
El mensaje de la Santa Sede se inscribe en la línea marcada por la encíclica Laudato Si’ y reiterada en foros internacionales: la convicción de que la justicia climática exige compromisos concretos de solidaridad internacional, especialmente hacia los más pobres.
No obstante, la intervención mantiene el tono diplomático habitual, centrado en conceptos de justicia social y ecológica, sin referencias explícitas al núcleo del Evangelio ni a la dimensión espiritual que la Iglesia también podría aportar en este debate global.
