En medio de una Cataluña donde la secularización parece avanzar sin freno y donde las estadísticas suelen reflejar caída de la práctica religiosa, hay un dato que sorprende: crece el número de catecúmenos adultos, es decir, personas que reciben el Bautismo siendo ya mayores de edad. Lo recoge el portal 3CatInfo en un reportaje reciente.
A primera vista, puede parecer una contradicción. Mientras tantos jóvenes abandonan la Iglesia y la fe se arrincona en la vida pública, hay hombres y mujeres que, tras un camino de búsqueda, deciden acoger la fe católica. No es fruto de la inercia cultural, sino de una respuesta libre ante una gracia que se les ofrece.
Una obra de Dios
Según el reportaje, detrás de este aumento se encuentran historias personales muy distintas, pero un mismo denominador: el deseo de verdad, de sentido, de vida plena. Es la gracia de Dios la que toca corazones, y la Iglesia acompaña esos procesos a través del catecumenado, un itinerario serio de formación que puede durar meses o años.
Aquí conviene recordarlo: el protagonista no es el esfuerzo humano ni las estrategias pastorales, sino el Espíritu Santo, que sigue llamando a hombres y mujeres incluso en contextos donde parece que la fe está en retroceso.
Un signo de esperanza
El contraste con la realidad general es evidente. Sí, las estadísticas muestran caída de práctica y secularización creciente. Pero el aumento de catecúmenos adultos recuerda que Dios no abandona a su Iglesia. Allí donde se habla de crisis y declive, Él sigue suscitando conversión.
Cada bautismo adulto es un signo de que la fe no es costumbre heredada, sino don gratuito de Dios que transforma la vida. Y, en un contexto tan marcado por la indiferencia religiosa, estas conversiones son un testimonio de esperanza.
No todo es declive
El crecimiento de adultos bautizados en Cataluña es una señal pequeña pero significativa de que la Iglesia no camina hacia la nada. Al contrario: Dios sigue obrando, llamando, regalando la fe en medio de una sociedad que parecía cerrada al Evangelio. Y si algo enseñan estos nuevos bautismos es que la última palabra no la tienen las estadísticas, sino la gracia de Dios.
