El 6 de octubre, la diócesis de Charlotte (Carolina del Norte, EE. UU.) anunció la retirada de los reclinatorios portátiles que hasta ahora se utilizaban en la Catedral de San Patricio para recibir la Sagrada Comunión de rodillas y en la lengua. La decisión fue comunicada por el rector de la catedral, el P. Peter Ascik, y difundida por la Charlotte Latin Mass Community, un grupo laical que agrupa a fieles vinculados a la liturgia tradicional.
Los reclinatorios habían sido introducidos para quienes deseaban comulgar de rodillas, un gesto profundamente arraigado en la piedad católica y mantenido por muchos fieles incluso en la liturgia postconciliar. Su retirada se interpreta como un paso más en la política restrictiva del obispo Michael Martin hacia las expresiones de la tradición litúrgica.
Decisiones en cadena
La Catedral de San Patricio, construida en 1939 en estilo neogótico, es un referente de la diócesis. Sin embargo, en los últimos meses se han acumulado medidas que parecen dirigidas a acotar las prácticas tradicionales. En agosto, el obispo Martin prohibió el uso del comulgatorio en el colegio católico de Charlotte, a pesar de haber sido instalado en 2017 en memoria de un alumno fallecido y utilizado regularmente en las misas escolares. Desde entonces, alumnos y profesores han sido obligados a recibir la Comunión de pie, fuera del presbiterio.
En septiembre, el obispo publicó además una carta limitando la celebración de la Misa tradicional a un único lugar: la capilla de la Little Flower en Mooresville. Con ello quedaron suprimidas las celebraciones públicas en parroquias populosas como St. Ann’s y St. Thomas Aquinas, que congregaban cada semana a centenares de fieles.
Unidad o uniformidad
El obispo ha justificado las medidas como un esfuerzo por “promover la unidad en la liturgia” y alinear la diócesis con las directrices de la Santa Sede tras Traditionis Custodes, el motu proprio de 2021 de Francisco que restringió severamente la celebración de la Misa según el Misal de 1962.
Sin embargo, para los católicos de Charlotte, los hechos hablan por sí mismos: desaparición de reclinatorios, eliminación de comulgatorios y virtual extinción de la Misa tradicional. Lo que se presenta como “unidad” es percibido por muchos como uniformidad impuesta, que margina precisamente a quienes permanecen más fieles a las prácticas multiseculares de la Iglesia.
Un punto de inflexión
Lo ocurrido en Charlotte refleja un patrón que se repite en muchas diócesis de Estados Unidos y del mundo: donde había comunidades florecientes en torno a la liturgia tradicional, se aplican restricciones crecientes en nombre de la obediencia a Roma.
Para los fieles, la supresión de reclinatorios no es un detalle menor, sino un símbolo: se les dice que la forma en que sus padres y abuelos recibieron al Señor ya no tiene lugar en la Iglesia actual. Una señal clara de que la diócesis ha entrado en una nueva fase restrictiva, que contrasta con el anhelo de reverencia y continuidad litúrgica de tantos católicos.
