Vigilia mariana en Roma: el Papa pide desarmar los corazones para construir la paz

Vigilia mariana en Roma: el Papa pide desarmar los corazones para construir la paz

El sábado 11 de octubre de 2025, en la Plaza de San Pedro, el Papa León XIV presidió la vigilia de oración y Rosario por la paz en el marco del Jubileo de la Espiritualidad Mariana. Según informó ACI Prensa, miles de fieles se unieron en la plegaria junto al Pontífice, que invitó a la Iglesia universal a no cansarse nunca de interceder por la paz en el mundo.

El Papa recordó que la primera comunidad cristiana, reunida con María en Jerusalén, perseveraba en la oración unánime (cf. Hch 1,14), y que ese mismo espíritu debe guiar a los católicos de hoy en medio de las pruebas de la historia.

“Hagan todo lo que Él les diga”

León XIV centró su meditación en las palabras de la Virgen en Caná: “Hagan todo lo que Él les diga” (Jn 2,5). Explicó que esta exhortación es el testamento de una madre a sus hijos: vivir el Evangelio en carne y espíritu, en alegría y en sacrificio. “Cumplan el Evangelio y la vida se transformará: de vacía a plena, de apagada a encendida”, aseguró el Pontífice.

El Papa exhortó también a mirar la realidad con los ojos de los pobres y los que sufren, no desde la óptica de los poderosos. En este sentido, citó el Magnificat de María como un canto profético que denuncia la distorsión del mundo entre ricos y pobres, entre saciados y hambrientos.

La paz no nace de las armas

Uno de los momentos más fuertes de la vigilia fue la referencia al mandato de Jesús a Pedro en Getsemaní: “Envaina tu espada” (Jn 18,11). León XIV insistió en que la paz cristiana no se construye con armas ni victorias militares, sino con justicia, perdón y desarme del corazón.

“La paz es desarmada y desarmante”, repitió. “No es ultimátum, sino diálogo. No llegará como fruto de conquistas, sino como resultado de sembrar justicia e intrépido perdón”.

Esperanza en María, Reina de la Paz

El Papa concluyó confiando a la Virgen María, Madre de la Iglesia, el camino de la paz: “Virgen de la paz, puerta de la esperanza segura, acoge la oración de tus hijos”. Llamó a los cristianos a ser pacificadores en medio de un mundo herido por la violencia, recordando las palabras de Jesús: “Bienaventurados los que trabajan por la paz” (Mt 5,9).

Dejamos a continuación el mensaje íntegro de León XIV:

Queridos hermanos y hermanas:

nos hemos reunido en oración, esta noche, junto con María la Madre de Jesús, como solía hacerlo la primera Iglesia de Jerusalén (Hch 1,14). Todos unidos, perseverantes y con un mismo sentir, no nos cansamos de interceder por la paz, don de Dios que debe convertirse en nuestra conquista y nuestro compromiso.

Espiritualidad mariana auténtica

En este Jubileo de la espiritualidad mariana, nuestra mirada como creyentes busca en la Virgen María la guía de nuestra peregrinación en la esperanza, contemplando sus «virtudes humanas y evangélicas, cuya imitación constituye la más auténtica devoción mariana» (Cf. Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen Gentium, 65.67). Como ella, la primera creyente, queremos ser un seno que acoja al Altísimo, «humilde tienda del Verbo, movida sólo por el viento del Espíritu» (S. Juan Pablo II, Angelus, 15 agosto 1988). Como ella, la primera discípula, supliquemos el don de un corazón que escucha y se vuelve fragmento de un cosmos que acoge. A través de ella, Mujer dolorosa, fuerte y fiel, pidamos que nos alcance el don de la compasión hacia todo hermano y hermana que sufre, y hacia todas las criaturas.

Contemplemos a la Madre de Jesús…

Contemplemos a la Madre de Jesús y al pequeño grupo de mujeres valientes al pie de la Cruz, para aprender también nosotros a permanecer, como ellas, junto a las cruces infinitas del mundo, donde Cristo sigue crucificado en sus hermanos, para llevarles consuelo, comunión y ayuda. En ella, hermana de humanidad, nos reconocemos, y con las palabras de un poema le decimos:

“Madre, tú eres cada mujer que ama;
madre, tú eres cada madre que llora
a un hijo asesinado, a un hijo traicionado.
Estos hijos que nunca terminan de ser aniquilados” (Cf. D. M. Turoldo).

Bajo tu protección buscamos refugio, Virgen de la Pascua, junto con todos aquellos en los que se sigue completando la pasión de tu Hijo.

Hagan lo que Él les diga

En el Jubileo de la espiritualidad mariana, nuestra esperanza se ilumina con la luz suave y perseverante de las palabras de María que nos refieren el Evangelio. Y de entre todas ellas, son valiosas las últimas pronunciadas en las Bodas de Caná, cuando, señalando a Jesús, dice a los sirvientes: «Hagan todo lo que él les diga» (Jn 2,5).

Después no hablará más. Por tanto, estas palabras, que resultan casi un testamento, deben ser muy queridas por los hijos, como todo testamento de una madre.

Todo lo que él les diga. Ella está segura de que su Hijo hablará, su Palabra no ha terminado, sigue creando, generando, llenando el mundo de primaveras y de vino las ánforas de la fiesta. María, como una señal indicadora, orienta más allá de sí misma, muestra que el punto de llegada es el Señor Jesús y su Palabra, el centro hacia el que todo converge, el eje alrededor del cual giran el tiempo y la eternidad.

Cumplan su Palabra, recomienda. Cumplan el Evangelio, conviértanlo en gesto y cuerpo, en sangre y carne, en esfuerzo y sonrisa. Cumplan el Evangelio, y la vida se transformará, de vacía a plena, de apagada a encendida.

Hagan todo lo que él les diga: todo el Evangelio, la palabra exigente, la caricia consoladora, el reproche y el abrazo. Lo que entiendes y también lo que no entiendes. María nos exhorta a ser como los profetas: a no dejar caer en el vacío ni una sola de sus palabras (cf. 1Sam 3,19).

Envaina la espada

Y entre las palabras de Jesús que no queremos dejar pasar, una resuena especialmente hoy, en esta vigilia de oración por la paz: la dirigida a Pedro en el huerto de los olivos: «Envaina tu espada» (Jn 18,11). Desarma la mano y, antes aún, el corazón. Como ya he mencionado en otras ocasiones, la paz es desarmada y desarmante. No es disuasión, sino fraternidad; no es ultimátum, sino diálogo. No llegará como fruto de victorias sobre el enemigo, sino como el resultado de sembrar justicia e intrépido perdón.

Envaina la espada es la palabra dirigida a los poderosos del mundo, a quienes guían el destino de los pueblos: ¡tengan la audacia de desarmarse! Y al mismo tiempo es dirigida también a cada uno de nosotros, para hacernos cada vez más conscientes de que no podemos matar por ninguna idea, fe o política. Lo primero que hay que desarmar es el corazón, porque si no hay paz en nosotros, no daremos paz.

Entre ustedes no debe ser así

Escuchemos de nuevo al Señor Jesús: los grandes del mundo se construyen imperios con el poder y el dinero (cf. Mt 20,25; Mc 10,42), «Pero entre ustedes no debe ser así» (Lc 22,26). Es también la invitación a adquirir un punto de vista diferente para mirar el mundo desde abajo, con los ojos de quien sufre, no con la óptica de los potentes; para ver la historia con la mirada de los pequeños y no con la perspectiva de los poderosos; para interpretar los acontecimientos de la historia desde el punto de vista de la viuda, del huérfano, del extranjero, del niño herido, del exiliado, del fugitivo.

Con la mirada de quien naufraga, del pobre Lázaro, tirado junto a la puerta del rico epulón. De lo contrario, nunca cambiará nada y no surgirá un tiempo nuevo, un reino de justicia y paz.

La Virgen María lo hace también así en el cántico del Magnificat, cuando dirige su mirada a los puntos de fractura de la humanidad, allí donde se produce la distorsión del mundo, en el contraste entre humildes y poderosos, entre pobres y ricos, entre sacios y hambrientos. Y con esa fuerza suya, se pone de la parte de los últimos de la historia, para enseñarnos a imaginar, a soñar juntos con ella los cielos nuevos y la tierra nueva.

Bienaventurados ustedes

Hagan todo lo que él les diga. Y nosotros nos comprometemos a que se haga nuestra carne y pasión, historia y acción, la gran palabra del Señor: «Bienaventurados ustedes, los que trabajan por la paz» (cf. Mt 5,9).

Bienaventurados ustedes: Dios da alegría a quienes engendran amor en el mundo, alegría a quienes, en lugar de vencer al enemigo, prefieren la paz con él.

Ánimo, adelante, en camino. Ustedes que construyen las condiciones para un futuro de paz, en la justicia y el perdón; sean mansos y decididos, no se desanimen. La paz es un camino y Dios camina con ustedes. El Señor crea y difunde la paz a través de sus amigos pacificados en el corazón, que a su vez se convierten en pacificadores, instrumentos de su paz.

Nos hemos reunido esta noche en oración alrededor de María, Madre de Jesús y Madre nuestra, como los primeros discípulos en el cenáculo. A ella, mujer profundamente pacífica, reina de la paz, nos dirigimos:

Ruega con nosotros, Mujer fiel, sagrado seno del Verbo.
Enséñanos a escuchar el grito de los pobres y de la madre Tierra,
atentos a las llamadas del Espíritu en el secreto del corazón,
en la vida de los hermanos en los acontecimientos de la historia,
en el gemido y en el júbilo de la creación.
Santa María, madre de los vivos,
Mujer fuerte y fiel,
Virgen esposa junto a la Cruz,
donde se consuma el amor y brota la vida,
sé tú la guía de nuestro compromiso de servicio.

Enséñanos a detenernos contigo junto a las infinitas cruces
donde tu Hijo sigue crucificado,
donde la vida está más amenazada;
a vivir y dar testimonio del amor cristiano
acogiendo en cada hombre a un hermano;
a renunciar al oscuro egoísmo
para seguir a Cristo, verdadera luz del hombre.

Virgen de la paz, puerta de la esperanza segura,
¡acoge la oración de tus hijos!

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