Por Luis E. Lugo
Chesterton dijo una vez que hay dos formas de volver a casa. Una de ellas es quedarse allí. La otra es dar la vuelta al mundo entero hasta regresar al mismo lugar. Puesto que la Iglesia es nuestro verdadero hogar, podríamos decir que la primera es una buena descripción de un católico de cuna, y la segunda de un re-convertido como yo.
Pero hay una tercera manera de llegar a casa: descubrirla por primera vez. Eso describe a los conversos al catolicismo que crecieron en otras tradiciones religiosas. Ese es el camino que recorrió hacia la Iglesia el eminente filósofo católico Peter Kreeft, como relata encantadoramente en su autobiografía recién publicada, From Calvinist to Catholic.
Resulta que el paso de Kreeft del protestantismo reformado a la Iglesia Católica describe también la última etapa de mi propio viaje de regreso a la Iglesia. Tengo, por tanto, una razón añadida para interesarme tanto en este recuento de su itinerario espiritual. Kreeft y yo compartimos otra conexión importante: el Calvin College (ahora Universidad), donde enseñé durante casi una década y donde él estudió como universitario muchos años antes. Los papeles se invirtieron respecto a la Universidad de Villanova, donde yo fui estudiante de maestría en filosofía y Kreeft comenzó su ilustre carrera docente.
Con acierto, Kreeft muestra un profundo respeto y gratitud por su formación reformada. Un gran afecto personal por su familia y amigos es un factor importante que contribuye a ello. Pero también manifiesta una genuina valoración por los muchos puntos fuertes de esa tradición. El principal de ellos es el énfasis evangélico en la importancia de una relación personal con Jesucristo como Señor y Salvador. A este respecto, Kreeft dice que aprecia más este aspecto del protestantismo ahora que cuando era protestante.
Hace un punto igualmente interesante respecto al énfasis protestante en la autoridad de la Sagrada Escritura. Al discutir la enseñanza de la sola scriptura, Kreeft argumenta convincentemente que no se puede llegar a una Biblia infalible sin una Iglesia infalible que la autentique. Así escribe, algo paradójicamente, que para ser un protestante creyente en la Biblia, primero tuvo que ser un católico creyente en la Iglesia.
A pesar de su enfoque generalmente irénico, Kreeft no se contiene en su crítica a las principales enseñanzas protestantes, desde las tres “Solas” de Lutero (solo fe, solo Escritura, solo gracia) hasta los cinco puntos del calvinismo. Sin embargo, queda claro en todo momento que lo que lo impulsó hacia Roma no fueron tanto las deficiencias del protestantismo como la atracción de la plenitud de la fe que iba descubriendo gradualmente en el catolicismo. Como lo describe, fue como pasar del aperitivo al plato principal.
El plato principal incluía la belleza de la liturgia y la fuerza de los sacramentos, sobre todo la Eucaristía. También implicaba un creciente sentido de la grandeza misma de la Iglesia Católica. En un pasaje particularmente conmovedor, escribe que el momento de decisión para él llegó mientras era estudiante en Calvin, sentado solo en su habitación. Fue entonces cuando “percibí la grandeza de la Iglesia como un gigantesco Arca de Noé con mis dos santos favoritos, Agustín y Tomás de Aquino, en la cubierta saludándome para que subiera a bordo.”
Kreeft declara que su corazón estuvo abierto a la conversión antes que su mente y su voluntad. Pero la mente tuvo que seguir eventualmente, especialmente en alguien tan inclinado a la filosofía (la referencia a los dos grandes doctores de la Iglesia lo atestigua). En el camino tuvo que enfrentar varias objeciones anticatólicas, que aborda y responde hábilmente en un capítulo aparte. Uno de los últimos y más difíciles obstáculos que enfrentan los conversos protestantes es la devoción mariana. Kreeft explica con sensibilidad las etapas que él y otros suelen atravesar antes de descubrir que María, como la Iglesia, hace a uno más cristocéntrico, no menos.
Al final, el plato principal resultó simplemente demasiado apetitoso para Kreeft. Al haber tomado asiento en la rica mesa del banquete, vio claramente que el protestantismo era en cierto sentido demasiado poco o demasiado raquítico, como él lo expresa, en comparación con la plenitud del catolicismo. La amplitud de la imaginación católica se resumía para él en el reconocimiento de que la gracia no niega la naturaleza, sino que la edifica y la perfecciona.
Este enfoque de “ambos/y”, afirma Kreeft, es la base de casi todas las diferencias entre el catolicismo y el protestantismo. En esto sigue a C.S. Lewis, a quien reconoce como una influencia formativa en la configuración de su visión cristiana del mundo (salvo que Lewis se quedó a las puertas de la Iglesia Católica).
Una enseñanza relacionada, la identidad de Cristo con el Logos, también ha ejercido una influencia decisiva en la obra de Kreeft como filósofo cristiano. Entre otras cosas, dio legitimidad al matrimonio de fe y razón, en contraposición a establecer lo que Lewis llamó una “antítesis despiadada” entre ambas. Como resultado, ahora podía afirmar las valiosas aportaciones de todos los grandes filósofos paganos en su búsqueda de la sabiduría. ¿Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén? Mucho, responde Kreeft, contra Tertuliano. Pues como Logos, Cristo fue el cumplimiento de la filosofía pagana así como de la profecía judía.
Este es un libro breve (tiene menos de 200 páginas) pero lleno de fascinantes reflexiones filosóficas y teológicas que los lectores seguramente encontrarán provechosas. Al final, sin embargo, es la historia personal de uno de los pensadores cristianos contemporáneos más influyentes. A pesar de la confesión del autor sobre sus propias debilidades y defectos, es un relato edificante de cómo Kreeft llegó a descubrir la belleza de la Iglesia Católica —o quizá a redescubrirla, como un re-convertido en un sentido histórico más amplio.
Todo esto trae a la mente los versos de T.S. Eliot en Little Gidding:
No dejaremos de explorar,
Y el fin de toda nuestra exploración
Será llegar a donde comenzamos
Y conocer el lugar por primera vez.

Sobre el autor
Luis E. Lugo es profesor universitario jubilado y ex directivo de fundación, que escribe desde Rockford, Michigan.
