A veces la pregunta más peligrosa no es “quién manda”, sino “quién cree mandar”. Y en estos días, tras la cancelación de la audiencia entre el Papa y el alcalde de Lima, uno no puede evitar preguntarse si el sucesor de Pedro sigue siendo dueño de su agenda… o si hay quienes presumen, sin el menor disimulo, de tenerle cogido por las mitras.
Lo hemos visto negro sobre blanco. Un grupo de activistas y periodistas, encabezados por José Enrique Escardó, Paola Ugaz, Pedro Salinas y Ellen Allen, con el refuerzo institucional del padre Jordi Bertomeu, han firmado cartas, concedido entrevistas y publicado artículos jactándose abiertamente de haber conseguido que el Papa anule un saludo protocolario con Rafael López Aliaga, alcalde de una de las ciudades más pobladas de Hispanoamérica.
De víctimas a ventrílocuos
Nadie duda de que las víctimas del Sodalicio merecen justicia, verdad y reparación. Pero lo que estamos presenciando ya no tiene que ver con justicia, sino con poder. Un poder que se exhibe sin pudor, que manda cartas al Papa como quien da instrucciones, y que luego se vanagloria públicamente cuando Roma cede a sus presiones.
¿En qué momento una causa justa se convirtió en plataforma de chantaje moral?
En lugar de concentrarse en recuperar los bienes del Sodalicio, levantar el velo que tengan que levantar, o avanzar procesos judiciales, este grupo ha optado por el espectáculo. Cartas abiertas, obras de teatro, estrenos con Bertomeu en primera fila a modo de legitimación vaticana, declaraciones grandilocuentes en medios como Religión Digital… y ahora, la guinda: presumir de haber tumbado una audiencia papal.
¿Es esta la Iglesia sinodal?
No se trata ya del fondo —el Sodalicio fue, objetivamente, un escándalo repugnante—, sino de la forma. De los métodos. De la manipulación. De usar el dolor como moneda de cambio para obtener influencia. De pretender que un grupo de personas, por más heridas que estén o más cercanas que se crean, puede hablar en nombre de la Iglesia universal y marcar la agenda del Pontífice.
Y lo peor: que parezcan lograrlo.
Si uno lee el artículo de José Manuel Vidal en Religión Digital, el tonto útil al que recurren para su cruzada laica, publicado este mismo 18 de septiembre, el mensaje es claro: “Hemos impedido la audiencia. El Papa nos ha escuchado. Y si se porta bien, quizá sigamos colaborando.” ¿Qué clase de Iglesia es esa? ¿Quién ha ungido a estos comisarios morales? ¿En el Cónclave se votó a Prevost o a Escardó/Ugaz/Bertomeu et al?
El riesgo de una imagen nefasta
Porque la cuestión no es solo lo que ha pasado, sino cómo se cuenta y cómo se percibe. Si la opinión pública comienza a creer que basta con una carta de Escardó o un correo de Bertomeu para cambiar la voluntad del Papa, el daño a la figura pontificia será profundo. No por lo que digan los críticos, sino por lo que presumen sus presuntos aliados.
¿De verdad vamos a permitir que el mundo piense que el Papa León XIV —a quien tantos teníamos por firme y libre— es una marioneta en manos de periodistas, víctimas con agenda política y clérigos de medio pelo y escasa talla? ¿De verdad tiene que parecer que quien no tiene el nihil obstat de la camarilla sectaria no puede ni saludar al Santo Padre?
El Papa no necesita que le defiendan desde InfoVaticana. Pero sí creemos que merece estar rodeado de colaboradores leales, no de manipuladores astutos. Merece poder distinguir entre las causas justas y quienes las convierten en arma de poder. Merece la libertad de recibir a un alcalde sin que se active una campaña mediática orquestada desde Lima. Merece gobernar como Sucesor de Pedro, no como rehén de los mismos de siempre.
Porque una Iglesia donde cuatro activistas y un curita raso pueden presumir de “hacer rugir al león”, no es más evangélica, sino más frágil. Y un Papa al que todos quieren instrumentalizar, tarde o temprano deja de rugir…
León XIV merece ser libre
