Han pasado más de 4 meses desde la muerte de Francisco, y algunos aún pasean como si nada, envalentonados, por los pasillos de Roma, y haciendo misiones especiales por el mundo. Hay quien piensa que, muerto el Papa, se acabó el problema. Error. El verdadero drama, lo que permitió la crueldad del pontificado de Bergoglio, no se ha ido: los cortesanos, los cómplices, los aduladores profesionales, siguen en sus puestos. Y ya pasa demasiado tiempo sin movimientos.
Los fabricantes del simulacro
¿De verdad alguien cree que fue sólo un hombre el responsable de este desastre? No, señores. Esto fue un sistema. Un régimen. Un entramado de mediocres sin escrúpulos, incapaces de un gesto de honestidad aunque les fuera la vida en ello. Ellos inventaron el cuento, ellos vendieron la farsa, ellos mantuvieron el tabú. El Papa podía estar desnudo, en pijama, o en poncho y chancletas: ellos siempre encontraban la manera de convencernos de que todo era un signo profético, una catequesis viviente, una obra maestra de la misericordia creativa. La primavera.
¿Hace falta recordar la escena dantesca de sacar al Sumo Pontífice totalmente gagá, en pijama y poncho, a pasear por la basílica de San Pedro? A cualquiera con un mínimo de decencia se le habría caído la cara de vergüenza. Pero los cortesanos no tienen rostro, sólo máscara. Son los que preparaban la escena y, acto seguido, escribían la nota de prensa para que todos aplaudiéramos el gesto “espontáneo”.
El tabú de señalar la locura
Y pobre de aquel que se atreviera a levantar la voz. «¡Qué horror, InfoVaticana! ¡Qué atrocidad que se os ocurra señalar que es absurdo llevar al Sumo Pontífice totalmente fuera de sí por la basílica de San Pedro…!». Porque si había algo peor que la arbitrariedad del Papa era la violencia moral de sus palmeros, siempre dispuestos a señalar, acusar, expulsar del círculo a quien se saliera del relato. Ellos, los guardianes del tabú, los que por interés, por miedo o por pura cobardía colectiva, silenciaron toda crítica y consagraron la mentira.
El régimen cruel de los que siguen
Hoy muchos de ellos siguen ahí. Algunos se han reciclado en súbitos fans de la unidad, otros aún hablan del Espíritu Santo como si no hubiera pasado nada. Son los mismos que callaron ante el abuso, justificaron lo injustificable, y vendieron cada semana una humillación nueva como un signo de frescura evangélica. El Papa ya no está, pero ellos siguen: no les debemos ni un minuto más de silencio ni de respeto.
La Iglesia sobrevivirá a los pontificados malos. Pero lo que no puede permitirse nunca más es esta corte de aduladores sin dignidad, sin fe y sin conciencia. Son ellos el verdadero drama, los auténticos responsables de la gran crueldad de estos años.
Basta de simulacro
No fue sólo Francisco. Fue el régimen. Fueron los que lo hicieron posible, los que nos miraron a los ojos y nos pidieron que aplaudiéramos la mentira, los que obligaron a callar, a aceptar el absurdo como normalidad, a tragar con el Papa en pijama por la basílica y, encima, sonreír.
La gran herida de estos años no es sólo la crueldad del poder, sino la sumisión de los que lo sostuvieron. Y siguen ahí.
