El lobby que intenta condicionar la agenda del Papa

El lobby que intenta condicionar la agenda del Papa

 

 

A través de Religión Digital, un grupo vinculado al caso del Sodalicio de Vida Cristiana ha publicado un artículo en el que, sin rubor, ordena al Papa que no reciba al alcalde de Lima. Sí, al alcalde de la segunda ciudad más poblada de Hispanoamérica. La sola idea roza el esperpento. Recibir a un alcalde de una capital de más de diez millones de habitantes es un gesto elemental de cortesía diplomática. Pretender vetar esa audiencia revela hasta qué punto este grupo fantasea con tener al Papa en sus manos.

¿Quiénes son? José Escardó, víctima del Sodalicio; los periodistas Paola Ugaz y Pedro Salinas; Ellen Allen, también víctima y periodista. Y, en segundo plano, Jordi Bertomeu, funcionario del Dicasterio para la Doctrina de la Fe y enviado por Francisco a Perú para intervenir al Sodalicio, después de saberse que su fundador era un abusador en serie.

Conviene subrayarlo: el Sodalicio fue un desastre. Abusos, manipulación espiritual, patrimonio oculto y un poder eclesial desmedido. Su supresión estaba más que justificada, y quienes denunciaron esos crímenes merecen reconocimiento.

Pero lo que empezó como una causa legítima está derivando en algo extraño. En vez de concentrarse en lo urgente —recuperar jurídicamente el patrimonio del Sodalicio y destinarlo a las víctimas—, el grupo se dispersa en gestos teatrales y puestas en escena. Lo que se necesita es un buen equipo de abogados y un proceso mercantil serio para levantar el velo societario. Y lo que tenemos son… estrenos con alfombra roja.

Ahí está el ejemplo más grotesco: una obra de teatro en Lima titulada Proyecto Ugaz, donde la denuncia se convierte en performance. Al estreno asistió Bertomeu, que incluso leyó en público una carta del Papa. ¿De verdad la justicia para las víctimas pasa por aplausos y telón final?

A eso se suman las cartas abiertas de Escardó, mensajes privados al Papa exhibidos como trofeos, y noticias constantes sobre cuitas personales. Todo transmite más obsesión por el protagonismo que voluntad de reparación.

Y, para rematar, eligen Religión Digital como altavoz. Un medio que vive de atacar al magisterio, difundir herejías y coquetear con el cisma. Convertirlo en portavoz de la causa solo resta seriedad: lo que debería ser una reclamación de justicia acaba pareciendo una campaña de presión contra León XIV.

En el fondo, el mensaje es claro: este grupo quiere que todos creamos que el Papa baila al son que ellos marcan. Se pavonean de su acceso, exhiben sus cartas y se retratan como dueños del tablero. ¿Realmente saben algo de León XIV que los demás ignoramos, o simplemente se han convencido de que el Pontífice es ya un personaje secundario en su obra de teatro?

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