Por Casey Chalk
Consideremos lo siguiente: “En aquellos tiempos tempranos de nuestros abuelos y bisabuelos americanos, dos visiones dominantes se cernían sobre sus vidas. Una era el diseño espiritual de la unión nacional, que en la Guerra Civil requirió tanto valor y sacrificio para asegurarse. La otra era el destino continental de los Estados Unidos, que en la conquista y colonización del Oeste demandó tanto trabajo y amor para cumplirse.”
Valor, sacrificio, trabajo, amor: no son palabras que se escuchen muy a menudo en las narraciones contemporáneas de la historia estadounidense, y ciertamente no sobre la expansión hacia el Oeste. Es mucho más común oír de robo, explotación, racismo y violencia.
Sin embargo, así comienza Paul Horgan, escritor católico dos veces ganador del Premio Pulitzer, su épica novela A Distant Trumpet (1960), éxito de ventas que relata las historias de soldados del ejército estadounidense y sus esposas, así como de los guerreros apaches a los que enfrentaron en los últimos días de la frontera americana. Es una saga cautivadora que, en su brutal honestidad, rivaliza con los mejores westerns, y que en su optimismo ofrece un contrapunto implícitamente católico frente a un género a menudo dominado por el nihilismo.
En su postfacio, Horgan —a quien el Papa Pío XII nombró caballero papal— cita abundantes fuentes primarias y secundarias: memorias, publicaciones oficiales del Congreso sobre asuntos indígenas y problemas fronterizos, reclamos de indemnización, registros de política y experiencia militar, e informes del Cirujano General. “Esta es una novela histórica”, explica, “lo que significa que un periodo y una escena han sido enriquecidos —de hecho, en gran parte creados— mediante referencias generales a circunstancias conocidas.”
¿Cuáles eran esas circunstancias? Oficiales del ejército con motivaciones y competencias diversas, al mando de soldados similares, muchos de ellos inmigrantes de primera generación de Europa occidental, cuyo idioma materno no era el inglés. A un joven oficial idealista se le advierte: “Debes aprender que el ejército es como cualquier otra institución humana: contiene todo tipo de hombres, capaces de cualquier error, igual que los de afuera.”
Los soldados servían en una frontera inhóspita y peligrosa, lejos de comunidades estables, conscientes de que feroces guerreros indígenas recorrían libremente los territorios.
No obstante, Horgan muestra gran conocimiento y respeto por la cultura apache. Elogia su reverencia por las tierras ancestrales y reconoce que sus guerreros poseían una antigua nobleza y un coraje indomable. Esa ferocidad, sin embargo, se expresaba a veces en actos horrendos, como torturar y mutilar a soldados y colonos.
El miedo a los apaches era tal que las pocas mujeres en los puestos militares —esposas de oficiales y lavanderas— debían aprender a disparar, y si estaban en peligro de ser capturadas, se les instruía a usar las balas contra sí mismas.
Sin embargo, con un trasfondo ético católico, muchos personajes angloamericanos intentan tratar a los indios como personas, no como salvajes subhumanos. Incluso en circunstancias donde todo parecía empujarlos a negar su dignidad. (Horgan, que había ganado un Pulitzer por su biografía del arzobispo Jean-Baptiste Lamy, misionero en Nuevo México, conocía bien estas tensiones anglo-indígenas).
Horgan no ignora el maltrato que el gobierno y el ejército estadounidense infligieron a los pueblos originarios. Más bien muestra que hubo americanos que respetaron a sus contrapartes y reconocieron que su propio pueblo también era capaz de grandes males. Como afirma un oficial: “La barbarie y la crueldad india, ingeniosas e implacables como son, no son más que fragmentos de la capacidad general de la humanidad para la barbarie y la crueldad. Los indios no tienen el monopolio de esos rasgos; ni nosotros, los blancos, podemos reclamar en exclusiva la virtud y la ilustración.”
Por supuesto, A Distant Trumpet también contiene pasajes de una visión más oscura del Oeste, recordando obras maestras como Meridiano de sangre de Cormac McCarthy. Dos caballeros confederados que emigran a México soñando con riquezas y títulos nobiliarios son asesinados por un joven aventurero americano que habían acogido. Este, a su vez, muere a manos de criminales mexicanos.
Pero lo que hace única a la novela de Horgan es su capacidad de unir la barbarie del Oeste con momentos de esperanza y humanidad. Como una madre embarazada que contempla la vida nueva que pronto dará a luz. El esposo, reflexionando sobre el sacrificio de ella y del hijo, se siente movido a un mayor sentido de caballerosidad. La esposa, determinada a dar a luz en el fuerte a pesar de las infidelidades pasadas de su marido, ofrece un ejemplo de perdón y virtud ausente en westerns modernos, centrados en la venganza más que en la misericordia.
Una historia sin mal alguno sería edulcorada e inhumana. Pero lo contrario también distorsiona la realidad: incluso bajo gran sufrimiento, las personas muchas veces eligen el bien. El bebé recién nacido es bautizado en la frontera por la esposa católica de otro oficial. El Oeste, escribe Horgan, “reunió a personas de ambos bandos de la Guerra en un nuevo propósito, y a quienes fueron les ofreció peligro, esperanza y una participación en la creación heroica.”
Antes de una batalla contra los apaches, un oficial reflexiona: “¿Debía un hombre ser tan fuerte para afrontar el conocimiento de sí mismo como para imponer su poder sobre el mundo?” Esa es una pregunta mucho más compleja —y francamente católica— que las narrativas maniqueas del western típico.
Y es también una pregunta muy relevante para nuestras propias luchas, cuando nuestros principios son probados por el sufrimiento y el mal. “En escaramuza o batalla todo ocurre demasiado rápido para filosofar en el momento. Pero si uno trae su filosofía consigo, todo se muestra a su luz: la lucha, el bien, el mal y el sacrificio aparecen claramente.”
Un sentimiento digno de la Summa.
Acerca del autor:
Casey Chalk es autor de The Obscurity of Scripture y The Persecuted. Colabora en Crisis Magazine, The American Conservative y New Oxford Review. Estudió historia y educación en la Universidad de Virginia y obtuvo una maestría en teología en Christendom College.
