El domingo se celebrará la memoria de 1624 mártires cristianos, no solo católicos, que en los últimos 25 años han sido asesinados por su fe. Es un acto extraordinario, necesario y justo. Pero, ¿qué pasa con aquellos que, sin ser asesinados, son perseguidos dentro de la Iglesia? Son calificados de fascistas, acusados, amenazados e insultados simplemente por el “delito” de defender la fe católica.
Un ejemplo reciente: una peregrinación de católicos identificados con la ideología LGTB, promovida por la organización del jesuita James Martin, que fue recibido sonriente por el Papa. Pasaron por la Puerta Santa para ganar el jubileo, pero lo que allí tuvo lugar, según críticos, no fue conversión sino reivindicación. Monseñor Schneider denunció que aquello fue una “abominación desoladora en un lugar sacro” y responsabilizó a las autoridades de la Santa Sede por permitirlo. Incluso pidió al Papa un acto de desagravio, como ya ocurrió tras el episodio de la Pachamama. Pero quienes denuncian estas cosas son tachados de fascistas.
Si defiendes el aborto o que todos puedan comulgar, eres recibido y aplaudido. Si defiendes la doctrina de la Iglesia, eres fascista. Esa es la situación. No nos matan como al joven Kirk, pero hay otros tipos de muerte que no son físicas y quizá son peores.
Otra noticia de la semana fue el discurso del prefecto de la Doctrina de la Fe, cardenal Víctor Manuel Fernández, a los nuevos obispos reunidos en Roma. Habló de la sinodalidad y reconoció que algunos sacerdotes expresan dudas, desinterés o rechazo. Atribuyó esas actitudes a falsas concepciones, como creer que la sinodalidad significará democratizar la Iglesia y someter dogma, moral o liturgia a las mayorías. Admitió, sin embargo, que puede haber distintas formas de sinodalidad según los países, coincidiendo en parte con lo que reclama el “camino sinodal” alemán. Recalcó la necesidad de aclarar en qué consiste la sinodalidad.
Bien. Es necesario aclararlo. Pero, ¿cuántos años llevamos oyendo que la Iglesia tiene que ser sinodal? Y resulta que todavía no se sabe en qué consiste. Si no se sabe, ¿cómo se puede pedir adhesión? Urge definirlo de verdad.
El absurdo es evidente: quienes promueven modificaciones en la doctrina reciben apoyo y aplauso; quienes defienden la enseñanza oficial son marginados, ridiculizados y perseguidos. Igual que en Estados Unidos: por miedo a ser insultados o perseguidos, muchos callan, y así se difunde la idea de que la mayoría está a favor de la ideología woke o de un cambio radical en la Iglesia.
El domingo, en la fiesta de la Santa Cruz, se recordará a los mártires cristianos recientes. Y no podemos olvidar que hoy hay católicos perseguidos dentro de la propia Iglesia por defender la doctrina. Jesús decía a los fariseos: “Edificáis altares a quienes vuestros padres mataron”. Recordamos a los mártires, pero olvidamos a los perseguidos actuales.
Se habla de poner a Cristo en el centro. Pero al mismo tiempo se separa a Cristo de su mensaje, como si se pudiera decir: Cristo sí, su mensaje no. Cristo es el mensaje, Cristo es la verdad. No se puede rechazar lo que no está de moda, lo que incomoda al mundo, y seguir proclamando a Cristo. Es necesario afirmar: Cristo sí y su mensaje también.
Hasta que no se resuelva esta contradicción, la evangelización será imposible. Y esta tarea corresponde al Papa: no solo defender al mensajero, sino también su mensaje íntegro. Es su responsabilidad histórica. Por eso, aunque sea difícil, tenemos que rezar por él.
