La Iglesia: perseguida dentro y fuera, por Santiago Martín

La Iglesia: perseguida dentro y fuera, por Santiago Martín

Un joven esposo y padre de 32 años, Charlie Kirk, ha sido asesinado brutalmente en Estados Unidos. Era un líder del partido republicano y un valiente defensor de la familia y de la vida desde la concepción. Ha sido asesinado precisamente por eso, o al menos principalmente por eso. Es una noticia que ha conmocionado y revuelto al país. El presidente Trump se apresuró a decir que alguien lo ha matado. El FBI lo está buscando, pero afirmó que esto es consecuencia de la demonización que padecen en ese país quienes defienden lo mismo que Kirk: la familia y la vida.Unos ponen las balas en el rifle telescópico con el que posiblemente un profesional —no lo sabemos— mató a este joven, y otros aprietan el gatillo. Es cierto que muchos líderes demócratas han condenado el asesinato, pero si no se va a la raíz de la causa, no se resolverá nada.Lo que acaba de suceder en Estados Unidos también está ocurriendo dentro de la Iglesia. Allí también se demoniza y se llama fascista a quien se limita a defender la familia, la vida y lo que sigue siendo la doctrina oficial de la Iglesia en dogma y en moral. Es una forma de persecución, aunque no se haya llegado aún a matar físicamente. Llevamos décadas así.

El domingo se celebrará la memoria de 1624 mártires cristianos, no solo católicos, que en los últimos 25 años han sido asesinados por su fe. Es un acto extraordinario, necesario y justo. Pero, ¿qué pasa con aquellos que, sin ser asesinados, son perseguidos dentro de la Iglesia? Son calificados de fascistas, acusados, amenazados e insultados simplemente por el “delito” de defender la fe católica.

Un ejemplo reciente: una peregrinación de católicos identificados con la ideología LGTB, promovida por la organización del jesuita James Martin, que fue recibido sonriente por el Papa. Pasaron por la Puerta Santa para ganar el jubileo, pero lo que allí tuvo lugar, según críticos, no fue conversión sino reivindicación. Monseñor Schneider denunció que aquello fue una “abominación desoladora en un lugar sacro” y responsabilizó a las autoridades de la Santa Sede por permitirlo. Incluso pidió al Papa un acto de desagravio, como ya ocurrió tras el episodio de la Pachamama. Pero quienes denuncian estas cosas son tachados de fascistas.

Si defiendes el aborto o que todos puedan comulgar, eres recibido y aplaudido. Si defiendes la doctrina de la Iglesia, eres fascista. Esa es la situación. No nos matan como al joven Kirk, pero hay otros tipos de muerte que no son físicas y quizá son peores.

Otra noticia de la semana fue el discurso del prefecto de la Doctrina de la Fe, cardenal Víctor Manuel Fernández, a los nuevos obispos reunidos en Roma. Habló de la sinodalidad y reconoció que algunos sacerdotes expresan dudas, desinterés o rechazo. Atribuyó esas actitudes a falsas concepciones, como creer que la sinodalidad significará democratizar la Iglesia y someter dogma, moral o liturgia a las mayorías. Admitió, sin embargo, que puede haber distintas formas de sinodalidad según los países, coincidiendo en parte con lo que reclama el “camino sinodal” alemán. Recalcó la necesidad de aclarar en qué consiste la sinodalidad.

Bien. Es necesario aclararlo. Pero, ¿cuántos años llevamos oyendo que la Iglesia tiene que ser sinodal? Y resulta que todavía no se sabe en qué consiste. Si no se sabe, ¿cómo se puede pedir adhesión? Urge definirlo de verdad.

El absurdo es evidente: quienes promueven modificaciones en la doctrina reciben apoyo y aplauso; quienes defienden la enseñanza oficial son marginados, ridiculizados y perseguidos. Igual que en Estados Unidos: por miedo a ser insultados o perseguidos, muchos callan, y así se difunde la idea de que la mayoría está a favor de la ideología woke o de un cambio radical en la Iglesia.

El domingo, en la fiesta de la Santa Cruz, se recordará a los mártires cristianos recientes. Y no podemos olvidar que hoy hay católicos perseguidos dentro de la propia Iglesia por defender la doctrina. Jesús decía a los fariseos: “Edificáis altares a quienes vuestros padres mataron”. Recordamos a los mártires, pero olvidamos a los perseguidos actuales.

Se habla de poner a Cristo en el centro. Pero al mismo tiempo se separa a Cristo de su mensaje, como si se pudiera decir: Cristo sí, su mensaje no. Cristo es el mensaje, Cristo es la verdad. No se puede rechazar lo que no está de moda, lo que incomoda al mundo, y seguir proclamando a Cristo. Es necesario afirmar: Cristo sí y su mensaje también.

Hasta que no se resuelva esta contradicción, la evangelización será imposible. Y esta tarea corresponde al Papa: no solo defender al mensajero, sino también su mensaje íntegro. Es su responsabilidad histórica. Por eso, aunque sea difícil, tenemos que rezar por él.

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