En su homilía, Satué articuló su mensaje en torno a tres palabras clave —humildad, coherencia y misión—, pero sin desarrollar una profundidad teológica o cristocéntrica clara. Se percibió más un discurso sociológico —con menciones a la sinodalidad, el cuidado de la creación y la denuncia de injusticias— que una homilía centrada en Cristo, la gracia y la salvación de las almas, que son la esencia de la misión episcopal.
Este estilo encaja con el sector progresista que en los últimos años ha marcado la línea de la Iglesia en España bajo el pontificado de Francisco: un lenguaje horizontal, con abundantes referencias sociales, pero menos centrado en los misterios fundamentales de la fe.
El balance de Satué en Teruel y Albarracín tampoco es alentador: una diócesis árida en vocaciones en la que durante su mandato apenas se sumó un seminarista, y procedente de otra diócesis. Un dato difícil de maquillar, porque el número de vocaciones sigue siendo un medidor clave de la fecundidad real del ministerio de un obispo. Sin sacerdotes, no hay futuro para la Iglesia local.
Ahora Málaga, tierra marcada por el ejemplo de San Manuel González y el cardenal Herrera Oria, espera de su nuevo pastor algo más que discursos bienintencionados. La diócesis necesita profundidad doctrinal, centralidad en Cristo y un impulso claro a las vocaciones, pilares sin los cuales cualquier proyecto pastoral se convierte en puro voluntarismo.
