El obispo emérito de Saltillo, Raúl Vera López, ha reconocido lo que a sus ojos no pasa de ser una “falta disciplinar” al concelebrar con una sacerdotisa anglicana en el Santuario de Guadalupe. En declaraciones a medios locales, llegó a afirmar: “Por amor de Dios, yo no iba a hacer un sacrilegio”.
Sin embargo, las imágenes muestran a Emilie Smith, ministra anglicana canadiense, revestida y elevando el cáliz con la Sangre de Cristo consagrada. Un gesto reservado en la Iglesia católica únicamente al sacerdote celebrante. No es una mera “indisciplina”: es una profanación objetiva de lo más sagrado.
“El problema fue que se transmitió en Facebook”
Vera reconoce que el actual obispo de Saltillo, Hilario González, le pidió explicaciones. Pero, lejos de mostrar arrepentimiento, se escuda en que la misa fue transmitida en redes sociales: “Hace ocho años lo hice y no pasó nada. Ahora, porque ya no soy el obispo, me pueden pasar cosas…”.
La confesión es reveladora: para Vera, el escándalo no está en haber permitido que una no católica invadiera el altar y la liturgia de la Iglesia, sino en que la gente lo viera. Como si el pecado desapareciera cuando no hay testigos.
La justificación: “sentido común” y no teología
Preguntado por los fundamentos teológicos de su acción, Vera admitió que no existen. Aun así, se justificó con el argumento de un supuesto “sentido común”. Elogió a la ministra anglicana por su preparación académica y su labor social, llegando a decir que dio una homilía “ejemplar”.
Lo que no explicó es cómo esa admiración personal puede justificar un acto contrario al magisterio, a la disciplina litúrgica y a la fe católica. El “sentido común” que invoca contradice siglos de doctrina y la enseñanza más elemental sobre el sacramento de la Eucaristía.
Un síntoma de la crisis eclesial
Este caso refleja una tendencia en ciertos sectores eclesiales a diluir la identidad católica en un ecumenismo mal entendido, que sacrifica la verdad en nombre de la fraternidad mal planteada.
Reducir a una “falta disciplinar” lo que objetivamente constituye un sacrilegio muestra hasta qué punto parte de la jerarquía ha perdido el sentido de lo sagrado. Para los fieles, lejos de una mera imprudencia, se trata de un golpe directo a la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía.
