La entrevista del Patriarca Ecuménico Bartolomé I en Vatican News, con motivo del Meeting de Rímini, transmite una clara disposición de encuentro, de fraternidad y de diálogo. El Patriarca recuerda sus lazos con el Papa Francisco, muestra cercanía con el Papa León XIV, y subraya la importancia de reunirse, visitarse y trabajar juntos en favor de la paz y la justicia, pero con límites. En ese plano, la actitud es positiva: abundan los gestos de amistad y el reconocimiento de elementos comunes, como la fe proclamada en el Concilio de Nicea.
Sin embargo, al descender al terreno práctico y doctrinal, surgen tensiones que impiden avanzar hacia la plena comunión. Bartolomé afirma que solo un concilio ecuménico podría modificar la fecha de la Pascua, lo cual refleja la eclesiología ortodoxa: toda autoridad queda supeditada a los concilios. Para la Iglesia católica, en cambio, la unidad visible se fundamenta en el ministerio petrino. La primacía de Pedro no es una fórmula administrativa, sino una verdad evangélica clara y contundente:
“Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.
(Mt 16,18)
El Sucesor de Pedro tiene autoridad plena y universal para confirmar en la fe y mantener la unidad sin necesidad de esperar un concilio ecuménico.
Se da, además, otra incongruencia doctrinal de fondo. El Patriarca resalta con razón la grandeza del Concilio de Nicea y la confesión de Cristo “Dios verdadero de Dios verdadero, consubstancial al Padre”. Pero mientras se reconoce esa verdad trinitaria fundamental, muchos en el mundo ortodoxo rechazan otra verdad de fe: que el Espíritu Santo procede no solo del Padre, sino también del Hijo (Filioque), como enseña el Evangelio mismo (cf. Jn 15,26). Algunos ortodoxos admiten esta doctrina en sí misma, pero alegan que su inclusión en el Credo solo podría hacerse por un concilio ecuménico; otros la rechazan abiertamente. La contradicción es evidente: no se puede afirmar la plena consubstancialidad del Hijo con el Padre y, al mismo tiempo, negar la comunión eterna del Espíritu con ambos.
En definitiva, el diálogo es valioso y los encuentros generan esperanza. Los católicos reconocemos con gratitud la cercanía afectiva que Bartolomé muestra hacia los Papas recientes. Sin embargo, el núcleo de la división permanece: la falta de aceptación de la primacía de Pedro y la resistencia a reconocer la verdad trinitaria plena en la procesión del Espíritu Santo.
La entrevista, por tanto, nos deja un mensaje doble. Por un lado, la alegría de comprobar que existe un auténtico deseo de caminar juntos; por otro, la claridad de que la unidad no podrá alcanzarse únicamente con gestos fraternales o acuerdos prácticos. Solo será posible cuando se reconozca la plenitud de las verdades evangélicas que la Iglesia católica ha custodiado: la primacía de Pedro como principio de unidad, y la fe trinitaria en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo que procede de ambos.