Por John Paul Royal
Francia, antaño reconocida como la líder cultural de Occidente, experimenta lo que muchos franceses describen como “La Malaise”: la aprensión social, la inquietud y la desilusión causadas por una sensación de decadencia nacional y estancamiento económico. Para los estadounidenses interesados en comprender este estado de ennui y melancolía, ahora tan evidente, el nuevo libro de Chantal Delsol, Prosperity and Torment in France, ofrece un diagnóstico claro de sus raíces ideológicas, intelectuales y espirituales.
Delsol, destacada escritora católica francesa, filósofa y miembro de la Académie des Sciences Morales et Politiques del Institut de France, reflexiona sobre las paradojas y patologías persistentes que socavan los ideales republicanos franceses de libertad, igualdad y fraternidad. Su convincente análisis se inspira en las críticas formuladas por Alexis de Tocqueville en El Antiguo Régimen y la Revolución, donde detallaba las condiciones en Francia que desembocaron en la Revolución de 1789, y las actualiza para nuestro tiempo.
Este breve estudio, publicado por la University of Notre Dame Press y traducido por Andrew Kelley, sostiene que, a pesar de sus fortunas envidiables, Francia es un país deprimido debido a su expectativa irreal de una utopía terrenal. Francia tiene “la riqueza nacional de Alemania, los gastos sociales de Dinamarca y la felicidad de… México”. Daniel J. Mahoney, senior fellow del Claremont Institute y profesor emérito en Assumption University, experto en pensamiento político francés, escribe un prólogo esclarecedor que coloca los ricos y provocativos argumentos de Delsol en un contexto histórico y filosófico más amplio.
A pesar de su rico legado cultural, su alto nivel de vida y su generoso Estado de bienestar, Delsol afirma que Francia teme su “relegación” de gran potencia nacional a nación de segunda fila. Aunque Francia considera que su lengua, su modo de vida y su modelo social no tienen rival, muchos sienten humillación ante la insuficiencia de su sistema socialista y de su pacto social, que deben adaptarse para competir con el mundo exterior.
Delsol rastrea estos sentimientos de insuficiencia y “tormento” a través de múltiples paradojas históricas y culturales. Habla de la primacía de Francia como la “hija primogénita de la Iglesia”, desde el bautismo de Clodoveo, rey bárbaro, en el 496 d.C. Esa primacía ha sido destruida por un agresivo anticlericalismo y laicismo, y sustituida por el título de “hija primogénita de la revolución”.
Delsol describe a la pequeña pero ferviente comunidad católica francesa, formada por familias jóvenes (con frecuencia de la élite, sorprendentemente), que ofrece un destello de esperanza para el futuro. Pero Francia es hoy el país más irreligioso de Europa. Según Delsol, esto ha producido una búsqueda de religiones sustitutivas, un nuevo paganismo, y en particular el culto a Gaia y la ecología. Las leyes, costumbres y valores inspirados por el cristianismo prácticamente ya no existen en Francia.
En contraste, la autora denuncia el “tortuoso e hipócrita” apoyo otorgado al islam por parte de los medios franceses y de muchos intelectuales, incluso hacia inmigrantes árabe-musulmanes radicalizados. Esto surge de una culpa “colonialista”, que socava las ideas francesas de unidad y fraternidad, produciendo “una especie de autoflagelación redentora”.
Las estadísticas son alarmantes: según una encuesta de 2015, casi un tercio de los jóvenes musulmanes en Francia prefieren la sharía a la ley francesa. En un futuro próximo, los árabe-musulmanes representarán uno de cada cuatro habitantes. Cada dos semanas abre una nueva mezquita mientras cierra una iglesia; y muchas ciudades francesas ya parecen más árabe-musulmanas que francesas, con barrios enteros a los que la policía no se atreve a entrar. Un estudio de 2023 reveló que el 87% de los franceses teme una guerra civil como resultado del fundamentalismo islámico y la política migratoria liberal.
La asimilación y la integración son problemas comunes en gran parte de Occidente, especialmente en lo referente a comunidades musulmanas. Delsol identifica el talón de Aquiles de los intelectuales franceses: “Creímos que la religión era para siempre inútil. Pensamos que era un cuento infantil para dormir niños. Cuando reaparece con tal fuerza, no tenemos medios intelectuales para comprenderla… solo desprecio e insultos, que aquí resultan ineficaces”.
Reserva una crítica especial a los medios: “no entienden nada del fenómeno religioso, que para ellos se asemeja a un objeto no identificado”. Los problemas son evidentes; las soluciones faltan sin una verdadera renovación espiritual.
Una de las patologías francesas detalladas por Delsol es el odio a la generosidad personal. Los subsidios estatales “son anónimos, mientras que la generosidad individual se exhibe y se presume, y por ello humilla”. Ejemplo elocuente: la controversia sobre la reconstrucción de Notre Dame de París tras el incendio de abril de 2019, cuya causa sigue sin explicación. Cuando varios empresarios franceses anunciaron generosos donativos para la obra, estalló una enorme indignación en todo el país por las deducciones fiscales, con muchos argumentando que el dinero debía provenir únicamente del Estado.

Ante esta necesidad evidente de ayuda tras una tragedia nacional, la opinión pública francesa, lamenta Delsol, solo se preocupó de “impedir que los mecenas del arte obtuvieran notoriedad por su gesto, despreciar su generosidad y hacerlos aparecer como buitres tras la gloria”.
En un capítulo sobre la naturaleza “maternal” del gobierno francés, Delsol contrasta la emancipación de los Estados Unidos de la “madre patria inglesa”, liderada por los Padres Fundadores, con la Revolución Francesa, que asesinó al rey y al símbolo de Marianne como madre de la República francesa. A su juicio, esto produjo diferencias reales en la identidad nacional de cada país.
El sistema de bienestar francés, unido a su preferencia por un gobierno centralizado, aumenta el poder del Estado mientras “materniza” e infantiliza a sus ciudadanos:
No solo el sistema de bienestar facilita vicios naturales como el engaño y la pereza, sino que fomenta su desarrollo. Siempre quejumbroso y nunca responsable, sin exigir nada pero concediéndolo todo, el sistema de bienestar francés produce una población de niños mimados, siempre consentidos pero nunca satisfechos.
Delsol aborda muchos otros temas: el desprecio de París hacia las provincias; la demonización y el intento de anular a la “extrema derecha”; un profundo complejo de superioridad unido a una constante duda de sí mismos; la preferencia por un autócrata ilustrado frente a la incomodidad de la democracia; valorar la igualdad extrema por encima de la libertad (se prefiere una sociedad con alto desempleo a la existencia de “pequeños empleos”, o dicho de otra forma: “el desempleo no es el problema, es la solución”). Y mucho más.
Todo ello conforma un relato de advertencia. A medida que la izquierda en todo Occidente sigue impulsando el ateísmo, nuevas ideologías como el transgenerismo, visiones utópicas y políticas socialistas, Estados Unidos debe mantenerse vigilante para no contraer nuestra propia versión de esta malaise.
Sobre el autor:
John Paul Royal es esposo, padre, escritor e inversor que vive en el área de Washington, D.C. Fue alto funcionario del gobierno especializado en estrategia y política de seguridad nacional.
