Y en vez de encajar la crítica y reflexionar, nos sale ahora en la homilía mariana con una pirueta retórica que, si no la lees dos veces, no te la crees.
A base de aludir a “eslóganes furibundos” contra “la Iglesia y las iglesias” que —dice— recuerda a los del primer tercio del siglo XX, termina insinuando que los que le critican son como aquellos que persiguieron y mataron a católicos…
y que él estaría en la posición de los que dieron la vida.
O sea, que de ser el que desautoriza una iniciativa provida, pasa a ser el Beato Florentino Asensio en versión siglo XXI, pero sin mosquetón ni requeté, sino con micrófono y misal.
El beato Florentino, obispo de Barbastro, fue martirizado en 1936 tras ser torturado y humillado por su fe. García Magán, por su parte, ha sufrido la indecible tortura de que algunos católicos le recuerden que su cargo exige defender la vida desde la concepción…
y que criticar públicamente a un partido por una medida provida no es precisamente el camino.
Claro, vistas así las cosas, lo suyo es equiparar el paredón con un trending topic incómodo.
La “sangre” derramada es la de su prestigio episcopal en las redes sociales.
Lo más delirante es que la comparación la hace en una homilía mariana, con toda la solemnidad litúrgica, como si la historia lo fuera a recoger junto a los mártires del siglo XX.
Y todo porque se le cuestiona desde el mismo campo católico. Martirio de baja intensidad: no hay tiros, no hay checas, no hay milicianos… pero hay tweets, y eso hoy, claro, es casi lo mismo.
En un país con miles de mártires auténticos que dieron la vida por Cristo, la épica de sentirse perseguido por disentir de una ley provida resulta, como poco, una parodia.
Si el beato Florentino pudiera opinar, probablemente le diría: “Monseñor, esto no es Barbastro. Es Twitter”.
