La verdad radical: Cristo revela al hombre a sí mismo

La verdad radical: Cristo revela al hombre a sí mismo

Por: John M. Grondelski

Este año se cumple el 1700.º aniversario del Concilio de Nicea, el primero de los siete concilios ecuménicos reconocidos por católicos y ortodoxos. El Concilio se celebró de mayo a junio del 325. El Papa Francisco quería viajar a Turquía (dentro de cuya actual frontera se encuentra Nicea) para la conmemoración. Su prolongada enfermedad y muerte hicieron imposible ese viaje, aunque es probable que el papa León XIV vaya a Turquía este otoño, en su primer viaje internacional.

Los primeros concilios se centraron en controversias cristológicas y trinitarias: cómo encajaban las naturalezas humana y divina de Jesús y cómo se relacionaban las tres Personas de la Trinidad. La gente moderna, poco acostumbrada a pensar en términos de «naturalezas» y «personas» (en sentido técnico-teológico), puede imaginar que esos concilios se preocupaban por mucho ruido y pocas nueces. Sin embargo, los debates culturales y políticos contemporáneos sobre qué es un ser humano y sobre la ideología de género revelan que la cuestión de la “naturaleza/persona” está viva, aunque hayamos olvidado la terminología que podría aclarar las cosas.

En el ámbito cristológico, los concilios volvieron una y otra vez a la relación de las naturalezas divina y humana de Jesús. ¿Podía un ser ser simultáneamente humano y divino? Si es así, ¿cómo? ¿Se trataba de una proporcionalidad inversa: cuanto más divino, menos humano? ¿O de una igualdad teórica que, sin embargo, bloqueaba ciertas dimensiones prácticas de una naturaleza (generalmente la humana), por ejemplo, estaba la naturaleza humana de Jesús en algún tipo de sueño suspendido? Con el tiempo, en el Concilio de Calcedonia de 451, la fe cristiana ortodoxa afirmó que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre… plenamente, activa, completa y simultáneamente divino y humano. Con todo, temo que muchos católicos aún no aprecian plenamente la dura y sobrecogedora verdad de la Encarnación.

Por eso nos beneficiaría recordar un elemento central de la antropología teológica de san Juan Pablo II. Lo tomó del Vaticano II y lo colocó en primera fila en su primera encíclica, Redemptor hominis. Nunca se cansó de repetirlo a lo largo de su pontificado.

Ese elemento central es la verdad de que, si los seres humanos quieren comprenderse a sí mismos, su modelo es Jesús. Como dijo Juan Pablo:

«Cristo, el nuevo Adán, al revelar el misterio del Padre y de su amor, revela plenamente el hombre a sí mismo y descubre su vocación más sublime» (Redemptor hominis 8).

Lee con atención ese texto. Jesucristo «revela plenamente el hombre a sí mismo». Juan Pablo no escribió que Jesús «revela plenamente a Dios al hombre». Sí, Jesucristo es la Auto-revelación de Dios. Pero ahí no puso el acento Juan Pablo. Jesucristo es la revelación del hombre y de su vocación.

Dicho de otro modo, si quieres saber lo que significa ser humano, tienes un (en realidad, dos) modelos: Jesucristo. Y la Santísima Virgen María (porque, si tomamos en serio la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora gracias a la gracia preveniente ganada por su Hijo, ella también revela lo que debe ser un ser humano).

Como recuerda la Escritura, Jesucristo es «semejante a nosotros en todo menos en el pecado» (Hebreos 4,15). Ese «pero» podría parecer al principio una excepción muy importante, dado que todos somos pecadores. Pero nos obliga a reflexionar. Dios no creó al hombre pecador. El pecado no formaba parte del diseño de la Creación. Dios creó al hombre bueno, de hecho, «muy bueno» (Génesis 1,28). Lo que significa que no es Jesús sino nosotros –todos nosotros– quienes falseamos lo que significa ser verdaderamente humano como Dios hizo al ser humano. Somos nosotros, no Cristo, los que nos desviamos de la norma. No somos lo que se supone que deberíamos ser. El pecado puede ser universal, pero es una deformidad autoimpuesta, no congénita. La verdad es que en Jesús (y María) vemos lo que el hombre –obediente al Padre– debe ser.

«Pero yo no soy Jesús», objetarás. Es cierto. Pero Jesús murió por ti. En la Redención Él te ofrece las gracias necesarias, en la vida en que te encuentras ahora, para vivir como Dios quiere, para ser «santo y agradable a sus ojos» (Romanos 12,1). La máxima expresión de la Redención fue la gracia preveniente que hizo posible la Inmaculada Concepción: María, libre del pecado original y personal desde el momento de su concepción. Pero dicho esto, Dios, que «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Timoteo 2,4), proporciona a los hombres gracia, lo que necesitan para ser santos, para convertirse en santos. Dios no le pide al hombre lo imposible.

Esta es la base de la teología católica de la gracia. Que no escuchemos con frecuencia una explicación clara, especialmente la parte que dice que debemos hacer algo con la invitación y los dones de Dios, es un problema. Porque aunque Dios vaya tan lejos, también puede ir sólo hasta cierto punto: incluso Dios no puede hacer que alguien lo ame. Karol Wojtyła subrayó esto cuando invocó el concepto tomista alteri incommunicabilis: nadie puede querer por mí; mi voluntad sigue siendo siempre y sólo mía.

Vista así, la radicalidad del llamamiento de Juan Pablo es evidente: Jesús es nuestro Salvador y nuestro Modelo, nuestro patrón de santidad. Los seres humanos no tienen un simple «ideal», un concepto, un mandamiento o una abstracción de lo que es la verdadera humanidad. Tienen a un auténtico ser humano, una Persona que es hombre y Dios y que busca una relación personal con cada uno de nosotros.

Un auténtico ser humano hace entonces posible redefinir lo que significa ser humano: superando todas las dualidades, se nos recuerda que el grado en que somos divinizados por la gracia y el grado en que estamos verdaderamente y humanamente vivos están directamente relacionados.

Como dijo san Ireneo de Lyon (otra cita favorita de Wojtyła): gloria Dei vivens homo – «la gloria de Dios es el hombre plenamente vivo».

Acerca del autor

John Grondelski (Ph.D., Fordham) fue decano asociado de la Facultad de Teología de la Universidad de Seton Hall, South Orange (Nueva Jersey). Las opiniones aquí expresadas son exclusivamente suyas.

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