La parroquia de Saint Germain de Arudy, en el suroeste de Francia, ha sido escenario de una grave profanación que ha conmocionado a los fieles locales. Durante la noche del 12 al 24 de julio, desconocidos irrumpieron en el templo católico y lo ensuciaron con excrementos y orina, dejando claras señales de desprecio hacia el lugar sagrado y su significado para la comunidad cristiana.
Según informó la Agencia Católica de Noticias, los atacantes dejaron montones de heces en la entrada y en el interior de la iglesia, incluso en el suelo alrededor del altar. Parte de los excrementos fueron untados bajo el mantel del altar, que fue además arrancado de su lugar. También se detectaron signos de orina en la puerta de la sacristía.
El abate Armand Paillé, párroco de Saint Germain, fue quien descubrió la escena la mañana del domingo y denunció los hechos ante las autoridades. En declaraciones a medios locales, el sacerdote no dudó en calificar lo ocurrido como un acto que trasciende el vandalismo:
Los que hicieron esto querían reducir a la Iglesia y a sus fieles a la inmundicia que dejaron tras de sí”, afirmó con indignación.
Eucaristía de desagravio
Apenas un día después del ataque, el sacerdote celebró una misa de reparación, a la que asistieron apenas un puñado de fieles. Visiblemente afectados, los católicos locales manifestaron su dolor por lo ocurrido, en una muestra silenciosa de solidaridad y fe.
A pesar de la gravedad del hecho y del precedente de otros actos vandálicos recientes —entre ellos, robos, puertas forzadas y daños a objetos litúrgicos— el abate Paillé ha expresado su voluntad de mantener abierta la iglesia, sobre todo en consideración a los peregrinos que recorren el Camino de Santiago, cuya ruta pasa por la región.
Un templo con siglos de historia
La iglesia de Saint Germain, edificada en estilos románico y gótico, data del siglo XII y forma parte del patrimonio religioso e histórico del Béarn francés. Su profanación no sólo constituye una ofensa espiritual para los creyentes, sino también un atentado al legado cultural europeo.
El caso pone en evidencia una creciente ola de hostilidad hacia los símbolos cristianos en Europa occidental, donde los templos —muchos de ellos con siglos de antigüedad— son blanco frecuente de ataques, robos y profanaciones que rara vez reciben amplia cobertura mediática.
