Por Dominic V. Cassella
En el Evangelio de san Juan, nuestro Señor pronuncia la expresión “YO SOY”, en griego ego eimi, más de cuarenta veces. Esta fórmula debería evocar en el lector el episodio de Éxodo 3,14, cuando Moisés se encuentra con Dios en la zarza ardiente. Moisés le pide su nombre, y la voz responde: “YO SOY”.
San Hilario de Poitiers nos dice en su Tratado sobre la Trinidad que, siendo aún pagano, al leer esas palabras del Éxodo comprendió —gracias a su formación filosófica— que el que hablaba debía ser el único y verdadero Dios.
Sin embargo, no todas las afirmaciones “YO SOY” están sin calificación. Entre estas cuarenta declaraciones en el Evangelio de Juan, siete se completan con un predicado:
Yo soy el pan de vida” (6,35), “Yo soy la luz del mundo” (8,12), “Yo soy la puerta” (10,9), “Yo soy el buen pastor” (10,11), “Yo soy la resurrección y la vida” (11,25), “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (14,6) y “Yo soy la vid verdadera” (15,1).
Los títulos que presenta san Juan parecen organizarse siguiendo lo que se conoce como estructura quiástica. La primera y la última afirmación se relacionan, al igual que la segunda con la penúltima, y así sucesivamente —cada par reflejando al otro hasta que el patrón, como un arco, alcanza su clave interpretativa en el centro.
Ejemplos clásicos de estructura quiástica se encuentran tanto en la Sagrada Escritura como en la literatura secular. El relato de Noé, el Evangelio de Marcos y muchos salmos, junto con la Divina Comedia de Dante y la Odisea de Homero, presentan esta forma literaria, donde las ideas se disponen simétricamente para resaltar un tema central o un punto de inflexión.
El prólogo del Evangelio de Juan usa este recurso para enfocar la atención en Juan 1,12: que creer en Dios es lo que nos hace hijos de Dios. Del mismo modo, parece que las declaraciones “YO SOY” sirven para resaltar que Jesús es el “Buen Pastor”.
De hecho, si excluimos Juan 21, “Jesús es el Buen Pastor” podría considerarse la afirmación temática central del Evangelio. Y si volvemos a incluir el capítulo 21, encontramos un epílogo donde Jesús instituye a Pedro como su Vicario y Pastor de la Iglesia.
Los Padres de la Iglesia vieron con frecuencia una importancia particular en que Jesús haya destacado a Pedro en el último capítulo del Evangelio de Juan. Desde san Juan Crisóstomo, san Agustín y san Jerónimo hasta Teofilacto de Bulgaria y santo Tomás de Aquino, los comentaristas vieron en las palabras de Cristo a Pedro —“Apacienta mis ovejas” y “Sígueme”— una reafirmación (o incluso una reinstitución) del primado.
Parece que Pedro había abandonado su papel de “roca” al negar a Cristo por temor a ser atacado por los judíos. Tal negación constituye un fracaso tanto moral como teológico. De hecho, si consideramos el origen de la palabra herejía, del griego haireó (“yo elijo”), podríamos incluso calificar la negación de Pedro como la herejía por excelencia.
Con la elección del Papa León XIV, conviene recordar y meditar profundamente los fundamentos y las implicaciones de la Cátedra de san Pedro, y que el Papa es el Pastor de Cristo que debe alimentar a sus ovejas.
En efecto, a la luz del reciente hallazgo de Diane Montagna —un informe de la CDF que desmiente los motivos de Traditionis Custodes (la restricción del uso de la Misa tradicional), supuestamente basado en la preocupación de los obispos del mundo (que no existía)—, comprender el papado, la sinodalidad y sus límites es hoy especialmente relevante.
Como ocurre a lo largo de la historia, conocer el alcance y los límites de la autoridad papal ha generado una gran variedad de opiniones y encendidos debates. El volumen Ultramontanism and Tradition: The Role of Papal Authority in the Catholic Faith, una antología de 500 páginas editada por Peter Kwasniewski, reúne 50 artículos que iluminan esta cuestión con aportes de cardenales como Raymond Burke, filósofos como Thomas Pink y Edward Feser, y obispos y pensadores como Athanasius Schneider y Roberto de Mattei.
En esta obra sustancial se abordan temas como las dificultades del derecho canónico al interpretar el Vaticano I, la afirmación de santidad automática del Papa hecha por san Gregorio VII, la idea de que si bien los papas pueden ser infalibles en sus enseñanzas ex cathedra, están lejos de ser indefectibles en su gobierno, y mucho más.
Para los católicos interesados en comprender qué es el papado —y todo católico pensante debería estarlo— Ultramontanism and Tradition ofrece una valiosa introducción a un amplio abanico de posturas, a menudo en tensión entre sí, que buscan contextualizar el papado sin caer ni en la mitificación ni en el rechazo.
Esta perspectiva es un antídoto muy necesario frente a la tentación de confundir las preferencias personales de un Papa con la acción del Espíritu Santo.
Ya sea que analicen los límites de la obediencia, el papel de los obispos o los peligros del hiperpapalismo, estos ensayos ofrecen una hoja de ruta para recuperar una visión más plena y equilibrada del ministerio petrino, arraigada en la Escritura, la Tradición y la razón.
A medida que la Iglesia avanza bajo el pontificado de León XIV, debe hacerlo con oración y sobriedad doctrinal. El ministerio de Pedro no se fortalece con halagos, ni se debilita por el escrutinio honesto. Y dado el interés del Papa León XIV en la sinodalidad, libros como Ultramontanism and Tradition pueden ser un valioso estímulo para un debate más amplio y verdaderamente católico.
Sobre el autor
Dominic V. Cassella es esposo, padre y doctorando en la Universidad Católica de América. También es asistente editorial y de contenido digital en The Catholic Thing.
