Ayer, un amigo sacerdote me decía algo que se me ha quedado grabado: “Hay que diferenciar vocación y profesión”. Y tal vez esa sea una de las claves para que muchos sacerdotes hoy no se hundan, no tiren la toalla, no renuncien, no se amarguen.
Porque sí, es legítimo —y hasta sano— estar hasta los mismísimos de la profesión.
- De la burocracia parroquial que te convierte en gestor de sacramentos, funcionario de bautizos para familias que solo quieren que el niño salga bien en las fotos.
- De tener como jefe a un obispo que es más político que pastor, más diplomático que creyente, o simplemente… un rencoroso empedernido.
- De compañeros que son como zombis clericales: ni fe, ni celo, ni ganas.
- De ver cómo Roma, la sede de Pedro, se ha convertido en sede de la mafia lavanda.
- De cargar con reuniones, formularios, protocolos, normativas absurdas.
- De tener que callar cuando deberías gritar.
Pero eso es la profesión.
La vocación, en cambio, es otra cosa.
- Es escuchar un “Ave María purísima” tembloroso y responder con la fuerza de Cristo: “Dios te perdona”.
- Es estar a solas en el altar y saber que el Cielo entero se inclina sobre el cáliz.
- Es arrodillarte junto a una cama y dar la absolución a un moribundo cuando nadie más cree ya en el alma.
- Es saber que fuiste llamado, no contratado.
No te confundas. El demonio no empieza atacándote la vocación. Empieza erosionando tu visión de la profesión, haciéndola insoportable, insufrible… y luego te susurra que eso que detestas es todo lo que tienes.
Pero no es cierto.
El sacerdocio no es una carrera. No es un empleo. No es un cargo. Es una entrega.
Y no te avergüences por estar quemado. Si estás harto del tinglado que te rodea, bienvenido al club. Pero si algún día notas que ya no tiembla tu alma al elevar la Hostia, que ya no se conmueve tu corazón ante un arrepentido, que ya no sientes vértigo al decir Hoc est enim Corpus meum… entonces sí, tiembla.
Porque eso ya no sería cansancio de la profesión. Sería hastío de la vocación.
Y eso sí que sería mortal.
Así que respira. Descansa. Grita si hace falta. Desahógate. Vuelve al Sagrario.
Pero no confundas el ruido exterior con la voz interior.
La vocación no grita: susurra.
Y aún susurra.
El sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús.”
—San Juan María Vianney
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