La cruz de cada día: sentido del sufrimiento

La cruz de cada día: sentido del sufrimiento

Por Randall Smith

Muchos sabemos que debemos negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz cada día y seguir a Cristo. También sabemos que Cristo, aunque es el Hijo de Dios e Hijo del Hombre, la gran figura mesiánica profetizada en Daniel (7,13-14), es también el Siervo Sufriente, cuyos padecimientos traen nuestra redención, descritos en los cuatro cánticos del siervo del profeta Isaías (42,1 – 53,12).

Sabiendo todo esto, aún podemos preguntarnos: ¿por qué debemos sufrir? El gran número de muertos en las inundaciones repentinas de Texas, donde vivo, vuelve a plantear la pregunta. ¿Por qué?

No queremos convertir el cristianismo en un culto del sufrimiento —sufrir por sufrir, en una iglesia para los “duros que pueden soportarlo”. Hay muchas cosas admirables en los estoicos, pero una teología basada en un Salvador que llora por la muerte de un amigo y cuya acción suprema se llama la Pasión, no es, en su esencia, estoica.

En la novela Historia de dos ciudades de Dickens, Jerry Cruncher quiere que su esposa deje de “arrodillarse” —rezar— porque cree que eso solo traerá más sufrimiento y pobreza, y de eso ya tiene bastante. ¿No nos pasa lo mismo a todos? Entonces, ¿por qué el sufrimiento ocupa un lugar tan grande en la espiritualidad cristiana, si naturalmente lo evitamos con todas nuestras fuerzas?

Lo primero que podemos señalar es que, en las cartas de san Pablo, el sufrimiento forma parte de la “muerte al yo” que es necesaria debido a nuestro egoísmo pecaminoso. Pero nuestra meta es “resucitar con Cristo”. Aun así, no lo edulcoremos: poner a otros por delante de uno mismo no es fácil. Es como una pequeña “muerte”, una muerte del yo pecador para que surja un yo despojado de egoísmo.

Pensemos en lo difícil que es acercarse a alguien a quien hemos ofendido o traicionado y decirle: “De verdad, lo siento.” Nos gusta sentirnos fuertes y seguros, pero pedir perdón puede hacernos sentir muy pequeños. ¡Qué necio fui! Es difícil. Pero necesario.

Así también, en un mundo caído lleno de personas caídas como tú, los demás te decepcionarán. Tarde o temprano, se equivocarán, y deberás “soportarlo” sin descargarlo en otros. Quizás lo hayas vivido: tu jefe te grita, tú llegas a casa y le gritas a tu cónyuge, que luego grita a los niños, que a su vez gritan a sus amigos, que vuelven a casa y patean al perro.

El ciclo sigue propagándose. Los cristianos están llamados a ser “interruptores del circuito”: a romper ese ciclo vicioso de ira y abuso. Pero convertirse en un interruptor supone sacrificio y sufrimiento. Hay que recibir el golpe sin devolverlo. Puede hacernos sentir pequeños —como un don nadie— en un mundo donde muchos disfrutan “imponerse” sobre los demás.

Las cosas nos decepcionarán. A veces ganamos, a veces perdemos. A veces conseguimos el empleo deseado, otras no. Si no existiera la posibilidad de perder, no habría desafío, ni emoción, ni la sensación de haber logrado algo significativo. Pero no hay manera de endulzarlo: perder duele. Y duele mucho.

Si no estás preparado para ese sufrimiento, probablemente te rindas. Una de las mejores cosas que podemos enseñar a los jóvenes es no solo cómo fijarse metas, sino también cómo reaccionar cuando fracasan. Porque en este mundo, ciertamente fallarán, y probablemente mucho. Deben aprender a abrazar ese sufrimiento si alguna vez quieren levantarse de nuevo.

A veces sufrimos porque pusimos nuestras esperanzas en lo que no puede sostenerlas. En cualquier estado de existencia por debajo de la Visión Beatífica, nada puede satisfacernos plenamente. Cuanto antes reconozcamos que esa es la raíz de muchas de nuestras frustraciones, antes podremos buscar aquello que sí puede llenarnos. El sufrimiento causado por la insuficiencia del mundo es con frecuencia el modo en que Dios nos llama de vuelta a Él, que es el único que puede colmarnos.

Existen otras causas del sufrimiento. En este mundo caído, ser justo o buscar la justicia para los demás rara vez es fácil, como tampoco lo son los sacrificios requeridos por la templanza y el coraje. Si la justicia fuera fácil, todos la practicarían. Pero quienes luchan por la justicia a menudo sufrirán. Más vale que estemos preparados. Ser “el bueno” en las películas se ve bien, pero en la vida real rara vez se siente bien.

Como tú, otros también sufren. A veces podrás ayudarlos; a veces no. Pero en cualquier caso, no deberíamos volvernos insensibles a su dolor. Y si no lo hacemos, su sufrimiento se vuelve nuestro. Ver sufrir a quienes amamos es uno de los mayores sufrimientos posibles. Tal fue el dolor de María Magdalena y de la Virgen María al pie de la Cruz. Si amamos a alguien, debemos estar dispuestos a sufrir con él. Así entiende el cristiano la virtud de la misericordia.

Cuando los cristianos hablan del sufrimiento, entonces, no están promoviendo un culto al sufrimiento, ni valorándolo por sí mismo. Están reconociendo una verdad sobre el mundo que muchos preferirían ignorar.

La pregunta no es si la vida conlleva sufrimiento. Lo conlleva. La pregunta es si ese sufrimiento tiene sentido, si Dios lo ve, y si, después de ese sufrimiento —de hecho, en y a través de él— resucitamos.

La respuesta cristiana es: .

Pero no lo idealicemos. Debemos estar preparados, entender por qué es necesario y comprender su valor. Pero, dicho eso, la mayoría de nosotros preferiríamos no sufrir, y ciertamente no se lo desearíamos a quienes amamos.

Y sin embargo, no hay escapatoria: debemos estar listos, cada día, para negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguir a Cristo. Muchas veces desearía que fuera distinto, pero ese no es el mundo en que vivimos, y seríamos menos humanos si no cargáramos con esa cruz.

Sobre el autor:

Randall B. Smith es profesor de Teología en la Universidad de St. Thomas en Houston, Texas. Su libro más reciente es From Here to Eternity: Reflections on Death, Immortality, and the Resurrection of the Body.

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