Por el P. Raymond J. de Souza
El Papa se llama León, es año jubilar y esta semana se celebró la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Debe ser momento de releer la Annum Sacrum.
En mayo de 1899, anticipando el Año Jubilar de 1900 —el annum sacrum del título— el Papa León XIII publicó una encíclica sobre el Sagrado Corazón de Jesús, pidiendo a los pastores de todo el mundo que se unieran a él para consagrar al mundo entero al Sagrado Corazón.
León XIII fue un papa epistolar extraordinario, autor de unas ochenta y cinco encíclicas, la mayoría afortunadamente breves, incluida Annum Sacrum. En ese tiempo, el estilo papal era más práctico, por lo que uno encuentra a León tratando temas como el cólera asiático en Italia (Superiore Anno, 1884), los duelos en países germánicos (Pastoralis Officii, 1891) o la regulación estatal de las escuelas católicas en Manitoba (Affari Vos, 1897).
Annum Sacrum fue de carácter enfáticamente universal. León favoreció la piedad popular durante todo su largo pontificado, escribiendo nada menos que once (!) encíclicas sobre el Rosario. La devoción al Sagrado Corazón crecía con fervor a finales del siglo XIX, y León la alentó. Al mismo tiempo, había un mensaje político que transmitir.
El Sagrado Corazón era la devoción preferida de quienes rechazaban las ideologías secularizantes dominantes en el norte de Europa, especialmente en Francia. En 1875 se colocó la primera piedra de la basílica del Sacré-Cœur de Montmartre, coronando París con una demostración desafiante de que Francia, incluso entregada a la impiedad, seguía siendo la hija primogénita de la Iglesia. Y Sacré-Cœur ha sido fiel: este verano marca 140 años de adoración eucarística ininterrumpida, más de 51.000 días, 24/7.
San Juan Pablo II, elegido exactamente cien años después de León, lo siguió en muchos aspectos. Se preparó para el Gran Jubileo del 2000 consagrando el mundo al Inmaculado Corazón de María, otro acto piadoso con significado político.
Tras las apariciones de Fátima —y con renovada fuerza tras el atentado contra Juan Pablo en su fiesta en 1981— el Corazón Inmaculado se convirtió en la devoción preferida de los anticomunistas.
La encíclica más famosa de León XIII es sobre el orden social, Rerum Novarum (1891), con toda justicia. Debe leerse junto con Libertas praestantissimum (1888), donde León declara que la libertad es “el mayor de los dones naturales”. León XIII, tras décadas de desconfianza hacia las libertades políticas, fue un gran papa de la libertad humana. El Sagrado Corazón derrama su amor libremente y en superabundancia; llama a una respuesta igualmente libre.
Annum Sacrum puede leerse como una síntesis devocional de las enseñanzas de León sobre la sociedad y el Estado, la Iglesia y la libertad, la política y la economía. En tres encíclicas claves sobre el Estado (Inscrutabili, 1878; Diuturnum, 1881; Immortale Dei, 1885), León atacó directamente el impulso totalitario, insistiendo en que todo poder civil es limitado y que ningún poder humano puede usurpar toda autoridad en la sociedad.
Defendió la libertas Ecclesiae, ciertamente, pero también insistió en una esfera necesaria de libertad social y personal. Es en ella donde la variedad de grupos sociales cumple su misión. Más tarde llamada “sociedad civil”, León la concibió como la sociabilidad natural del hombre —una sociedad formada por muchas sociedades, cada una con su misión y su libertad correspondiente.
Juan Pablo II llamaría más tarde a esto la “subjetividad de la sociedad”, indicando que la sociedad está compuesta por muchos sujetos activos, no por objetos pasivos del Estado.
Annum Sacrum enseña que todo poder en el cielo y en la tierra pertenece a Jesucristo, pero que Él lo ejerce mediante la conversión de los corazones, no por imposición tiránica. Él se presenta ante Pilato no al mando de un ejército, sino dando testimonio de la verdad.
Especialmente en estos últimos tiempos, se ha seguido una política que ha resultado en la erección de una especie de muro entre la Iglesia y la sociedad civil”, escribió León XIII. “En la constitución y administración de los Estados, la autoridad de la ley sagrada y divina es completamente ignorada, con el propósito de excluir a la religión de cualquier participación constante en la vida pública. Esta política tiende casi a la eliminación de la fe cristiana de entre nosotros, y, si fuera posible, a la expulsión del mismo Dios de la tierra.”
Esta defensa de la libertad de la sociedad civil era esencial. Es el ámbito propio de la misión evangelizadora de la Iglesia, no por medio de la influencia sobre la administración del Estado. En esto, el profesor Russell Hittinger —gran maestro actual de León XIII— señala que para los peregrinos del Año Santo “el signo divino no sería un nuevo Constantino, sino el Sagrado Corazón de Jesús.”
León XIII no buscaba un nuevo emperador que impusiera la enseñanza cristiana, sino condiciones que permitieran a los discípulos ejercer su libertad en el seno de sus respectivas sociedades —incluidas la familia, el Estado y la Iglesia— para extender el reinado de Cristo, que empieza reinando en sus corazones. Tal es la dimensión social de “entronizar” el Sagrado Corazón en un lugar destacado del hogar cristiano.
He aprendido mucho sobre León XIII gracias al profesor Hittinger, en el seminario anual Tertio Millennio que George Weigel organiza en Cracovia. Sería una bendición añadida de este nuevo pontificado si más personas leyeran a Hittinger sobre León XIII.
Weigel ha sostenido que Juan Pablo II fue un papa “postconstantiniano”, en el sentido de que trataba la cultura como lo primario, y la economía y la política como secundarias. Las raíces de eso están en León XIII, como Weigel ha argumentado en Evangelical Catholicism y The Irony of Modern Catholic History.
León no fue exactamente postconstantiniano; su teología política favorecía el modelo “altar y trono” cuando era posible. Pero vio, más que sus predecesores, que las batallas decisivas eran culturales y no políticas.
En el corazón de la cultura está el culto; en el corazón de la fe católica está el Sagrado Corazón de Jesús. De ahí el giro en Annum Sacrum desde la espada de Constantino hacia el Cristo crucificado, donde se cumple la profecía de Zacarías (12,10): “Mirarán al que traspasaron” (Jn 19,37).
Acerca del autor
El P. Raymond J. de Souza es sacerdote canadiense, comentarista católico y Senior Fellow en Cardus.
