Hay algo fascinante en cómo la Conferencia Episcopal Española ha decidido dar la “batalla cultural”: lanzando un vídeo podcast con 13 visualizaciones (de las cuales tres, confesamos con dolor, son nuestras) en el que la invitada, presentada como empresaria y filántropa, nos habla durante 20 minutos sobre… feminismo, resiliencia, empoderamiento y cuotas directivas. Si esto es lo que entienden por “evangelizar la cultura”, puede que la batalla esté perdida antes de empezar.
La batalla por la nada
El vídeo arranca con una consigna con aroma de pancarta: “Cuando las mujeres avanzan, la humanidad entera avanza con ellas”. Aplausos. Y de ahí pasamos a una batería de cifras perfectamente intercambiables con cualquier programa de género del PSOE: que si el 64 % de los licenciados son mujeres pero solo el 34 % están en puestos directivos, que si los fondos de inversión apenas van a mujeres emprendedoras, que si la productividad sube un 18 % con equipos diversos. Datos y más datos —sin matices, sin contexto, sin alma— como si el Reino de Dios se midiera en Excel.
Pero lo más grave no es la superficialidad tecnocrática, sino el marco mental asumido sin crítica: el único drama de la mujer es no haber roto todavía el techo de cristal. No se habla de vocación, ni de feminidad, ni de la lógica del don. Lo importante es “tener más confianza”, “venderse mejor”, “formar una red” y, por supuesto, “ser resilientes”. ¡Resilientes! Un concepto tan plástico que sirve igual para Silicon Valley que para un anuncio de yogures.
Feminismo sin maternidad
Uno de los momentos más elocuentes —y preocupantes— llega cuando la entrevistada afirma que “cualquier mujer o cualquier hombre que quiera ser madre o padre debería tener derecho a serlo”. No “vocación”, no “bendición”, no “paternidad y maternidad responsables” —sino derecho. Como si un hijo fuera un producto o una medalla. De ahí a los vientres de alquiler hay un solo paso.
Más adelante nos cuenta que fue madre a los 20 sin desearlo y que eso no le impidió “llegar a la cima profesional”. Todo muy “inspiracional”, claro, pero nunca se habla de qué sentido tiene ser madre, ni de que cuidar no es una maldición bíblica, sino una riqueza propia de la mujer. De hecho, llega a criticar —con tono de modernidad compungida— que “las mujeres siguen cuidando más en el hogar”, sin pararse a pensar si quizás hay una razón antropológica, espiritual y profundamente humana para ello. ¿No será que cuidar es una forma de amar, y que el mundo necesita más madres y no más ejecutivas?
¿Y Cristo?
En un vídeo de 20 minutos producido por la Conferencia Episcopal no se menciona ni una sola vez a la Virgen María como modelo de mujer. Tampoco a santa Gaiann Beretta Molla, ni a Edith Stein, ni a ninguna de las miles de mujeres santas que han transformado el mundo sin necesidad de romper techos de cristal, sino doblando las rodillas.
Ni maternidad, ni virginidad, ni vocación, ni sacrificio, ni gracia. Solo “sororidad”, “síndrome de la impostora” y “derecho a tener hijos”. Es más, se cita con entusiasmo a la fundadora del colectivo “Malas Madres”, símbolo posmoderno del feminismo de queja perpetua. Y cuando se plantea el problema del feminismo radical, la respuesta es un tibio “respeto todos los pensamientos”, sin aprovechar para iluminar desde la verdad, desde Cristo.
¿Y no se suponía que el Papa Francisco pedía a la Iglesia “salir a las periferias”? ¿No será que muchas mujeres jóvenes, abandonadas al discurso del empoderamiento y del individualismo, necesitan escuchar otra cosa: que son amadas, que han sido creadas para algo más grande que “tener éxito”, y que su maternidad —física o espiritual— es un don, no una rémora?
Si esta es la batalla cultural que la Iglesia en España está dispuesta a dar, más vale que desempolvemos el Catecismo, apaguemos YouTube y recemos. Porque hay batallas que se ganan con la Verdad, y otras que se pierden por querer parecerse demasiado al mundo.
