Los “pobres” del cardenal Carlos Castillo: austeridad para el pueblo, privilegios para los suyos

El cardenal Carlos Castillo Mattasoglio posa sonriente con dos personas durante un acto público

Mientras predica a favor de una Iglesia pobre para los pobres y repite el discurso de la sinodalidad, el cardenal Carlos Castillo Mattasoglio parece haber instaurado una nueva versión de la opción preferencial… por los altos sueldos.

Documentos verificados y testimonios reservados revelan una estructura de pagos y contrataciones dentro del Arzobispado de Lima que contradice frontalmente el mensaje evangélico de austeridad. La planilla millonaria de su entorno más cercano sugiere que la pobreza evangélica se exige… pero no se practica.

La familia Caro Escalante: una historia de ascenso milagroso

Hipólito Caro Rodulfo, designado como director de Asuntos Culturales del Arzobispado, recibe un sueldo de 16 mil soles mensuales, un ascenso notable desde los 5 mil que ganaba anteriormente. Caro, de militancia en el Partido Morado —grupo político cuyas posturas públicas contradicen enseñanzas fundamentales de la Iglesia—, asumió el cargo tras su polémico paso como director del colegio Santísimo Nombre de Jesús.

¿Por qué fue removido del colegio? Padres de familia aún exigen explicaciones. El silencio del Arzobispado es ensordecedor.

Nora Escalante, su pareja, también encontró espacio en esta estructura eclesial como directora de operaciones —cargo inexistente hasta su creación— con un sueldo igual de elevado. Entre ambos perciben medio millón de soles al año, una cifra que escandaliza en cualquier contexto, más aún en una Iglesia que se proclama humilde y cercana al sufrimiento de los más necesitados.

Otros casos: el evangelio del buen contrato

El abogado Juan Fernando Castañeda Abarca, que antes facturaba 6 mil soles, ahora percibe 18 mil soles mensuales. Su ascenso no parece deberse a una nueva demanda jurídica, sino al nuevo espíritu de colaboración sinodal que reina en la Curia limeña.

Y la lista continúa: Sylvia Cáceres Pizarro, exministra de Trabajo del gobierno de Martín Vizcarra, hoy es secretaria general de Cáritas del Perú. Su sueldo permanece oculto, y no hay contrato visible. ¿Honorarios? ¿Obra de caridad? ¿Algún tipo de servicio eclesial? Lo cierto es que, hasta ahora, no hay transparencia.

¿Una Iglesia pobre… o una planilla rica?

Estos casos, lejos de ser excepciones, parecen revelar una lógica interna en la administración del cardenal Castillo: premiar la cercanía ideológica y política con generosos contratos financiados por el mismo pueblo creyente que es llamado cada domingo a vivir con lo necesario.

Mientras tanto, sacerdotes diocesanos sin favores del entorno, parroquias empobrecidas y fieles comprometidos con la labor pastoral sobreviven con lo justo.

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