La Diócesis de Arlington, situada en el estado de Virginia, en la región capital de Estados Unidos, ha ordenado este fin de semana a doce nuevos sacerdotes en la que ha sido su mayor ceremonia de ordenación en casi tres décadas. Un hito que no solo destaca en el contexto norteamericano —marcado por el descenso generalizado de vocaciones—, sino que confirma la salud de una diócesis que ha sabido mantener el pulso litúrgico, espiritual y pastoral.
Conocidos ya como “los Doce”, estos nuevos presbíteros proceden de ámbitos tan diversos como la ingeniería, el ejército, la informática o el mundo protestante converso. Tienen entre 28 y 56 años, y han sido formados durante más de seis años de seminario, con una sólida preparación doctrinal, litúrgica y también humana, en contacto con víctimas de abusos y con las nuevas exigencias de discernimiento.
La ceremonia fue presidida por el obispo Michael Burbidge, quien recordó que el sacerdocio sigue siendo un signo de esperanza en un mundo secularizado. Más de 1.200 fieles participaron en la celebración, que reafirmó el carácter profundamente católico de esta diócesis de la costa este.
Misa tradicional y resurgir vocacional
La vitalidad vocacional de Arlington no es casual. A pesar de las restricciones impuestas desde Roma a la forma extraordinaria del rito romano tras el motu proprio Traditionis custodes, la diócesis ha logrado mantener vivas ocho localizaciones donde se celebra regularmente la Misa tradicional en latín.
Tres de estas celebraciones tienen lugar en iglesias parroquiales principales (entre ellas, St. Rita en Alexandria y St. John the Beloved en McLean), mientras que otras cinco se desarrollan en espacios alternativos, bajo permiso del Dicasterio para el Culto Divino. Se trata de una de las pocas diócesis en el mundo que ha conseguido un permiso formal del Vaticano para continuar con este culto de forma estable al menos hasta 2026.
Este hecho no es anecdótico. Es precisamente en diócesis como Arlington, donde se cuidaba la lex orandi —la forma en que la Iglesia reza—, donde florecen también la lex credendi y la lex vivendi. Liturgia reverente, formación ortodoxa y comunidades vivas se retroalimentan en un círculo virtuoso. Y los frutos están a la vista: doce nuevos sacerdotes en una sola jornada, en un país que en muchas diócesis apenas ordena uno o dos al año. Terminar con las medidas de prohibición y persecución contra la semilla de estas vocaciones es uno de los retos esenciales de la Iglesia, porque cuando nacieron estas vocaciones se estaba desplegando en su diócesis a pleno rendimiento el Summorum Pontificum. Si no se rectifica y se continúa con la persecución, el daño puede ser inmenso.
