La aprobación de las enmiendas NC1 y NC20 por parte del Parlamento británico no supone un cambio de naturaleza en el aborto: matar a un ser humano inocente en el primer día de gestación es exactamente igual de grave que hacerlo en el día 100 o en el 270. La vida es la misma. El crimen es el mismo.
Pero lo que estas enmiendas sí revelan —con una obscenidad que hiela la sangre— es el verdadero rostro de esta cultura de la muerte: la ausencia total de escrúpulos, la eliminación de toda apariencia de límite, la legalización del infanticidio prenatal sin condiciones. No se trata ya de eufemismos sobre salud mental ni de supuestos casos extremos. La ley ahora permite abortar por el motivo que sea —incluido el sexo del bebé— y hasta el último segundo antes del parto.
La enmienda NC1, impulsada por la diputada Tonia Antoniazzi, exime a la mujer de cualquier responsabilidad penal, incluso si decide acabar con la vida de su hijo en casa, sola, con pastillas, cuando el niño está ya completamente formado y listo para nacer.
La NC20, aún más perversa, elimina directamente los delitos relacionados con la muerte del feto. Si una pareja violenta golpea a la madre hasta provocar la muerte del hijo, tampoco habrá delito. El mensaje es claro: el no nacido no vale nada. Nada.
Un espejo que devuelve la imagen de una sociedad rota
Los promotores de esta legislación no han inventado el aborto, pero han hecho saltar las máscaras. Han dado a la muerte una libertad absoluta, han retirado la última cortina que protegía a las conciencias anestesiadas. Han convertido el útero materno en el espacio más inseguro del Reino Unido.
Ya en 2022, la justicia británica avaló el aborto hasta el nacimiento de niños con síndrome de Down. Ahora, el principio discriminatorio se amplía sin pudor: se puede abortar a cualquier niño, por cualquier razón. Basta con no quererlo. Basta con decidirlo.
No es un escándalo nuevo, pero sí es un grito: quienes defendían el aborto como un “mal menor” muestran ahora su indiferencia ante la vida humana sin máscaras ni justificaciones. No es progreso. Es barbarie legalizada. Y ni siquiera intentan disimularlo.