Renzo Pegoraro: «La Pontificia Academia para la Vida seguirá en el corazón de los desafíos bioéticos»

Renzo Pegoraro, presidente de la Academia para la Vida

El papa León XIV ha nombrado a monseñor Renzo Pegoraro como nuevo presidente de la Pontificia Academia para la Vida (PAV), en sustitución del arzobispo Vincenzo Paglia, quien dejó el cargo tras cumplir 80 años. Pegoraro, de 66 años, es médico, sacerdote de la diócesis de Padua y bioeticista con una larga trayectoria académica y pastoral. Desde 2011 ejercía como canciller de la propia Academia.

Una institución al servicio de la Iglesia y la sociedad

Pegoraro define la misión de la PAV como «centro de estudios y de investigación» que quiere ofrecer un aporte bien fundado y argumentado a la Iglesia y a la sociedad civil, con una visión cristiana del ser humano integral, en la que los valores y principios puedan convertirse en normas éticas y regulaciones.

La acción de la Academia, según su nuevo presidente, se inspirará en el «diálogo paciente pero claro en los principios», y abordará los desafíos emergentes desde la antropología cristiana.

Ejes temáticos de la nueva etapa

Entre los temas que seguirán marcando la agenda de la PAV destacan el final de la vida y la promoción de los cuidados paliativos, la bioética global, las biotecnologías, la terapia génica y la inteligencia artificial.

Respecto al final de la vida, Pegoraro señala que hay países donde el suicidio asistido y la eutanasia ya están legalizados, y otros —como Italia— donde están en discusión. Ante este panorama, la PAV ha insistido en la difusión de los cuidados paliativos como respuesta ética y médica.

La bioética global, retomando elementos del pensamiento de Francisco, busca integrar los aspectos médicos con los contextos sociales, ambientales y económicos. Las biotecnologías, por su parte, deben desarrollarse garantizando el respeto por la dignidad humana. En cuanto a la inteligencia artificial, recuerda que ya en 2020 se publicó la Rome Call for AI Ethics, que promueve un enfoque «humanocéntrico».

Autonomía y responsabilidad en la atención a la vida

Preguntado sobre la creciente absolutización de la autonomía individual, Pegoraro advierte contra una idea hipertrofiada del yo que ignora las relaciones, la pertenencia comunitaria y la responsabilidad. Subraya que «la autonomía es relacional» y que cada persona debe ser cuidada, especialmente en el sufrimiento y la fragilidad. El suicidio, afirma, representa también un fracaso social.

Frente a la tentación de una libertad entendida como derecho a morir, la PAV defiende el papel de una sociedad cuidadora, que acompaña incluso el morir con sentido. Incluso cuando se rechazan tratamientos, deben ofrecerse cuidados paliativos hasta la sedación profunda, si es necesaria.

Ciencia, ética y protección de la dignidad

La PAV continúa observando atentamente los desarrollos científicos, como en el campo de las células madre. Hoy las investigaciones se concentran en las células pluripotentes inducidas (iPS), más prometedoras y con menor problemática ética, en contraste con las embrionarias, casi abandonadas por su escasa utilidad clínica y por implicar la destrucción de embriones.

En 2024, la PAV acogió un congreso sobre el acceso a la investigación en países de bajos ingresos, en el marco de la actualización de la Declaración de Helsinki por la Asociación Médica Mundial. El objetivo: garantizar investigaciones éticas con y no sobre las personas.

Genoma, identidad y corporeidad

Sobre la terapia génica, Pegoraro distingue entre las intervenciones somáticas —que pueden tener fines terapéuticos— y las germinales, que afectan a gametos y están prohibidas por la Convención de Oviedo.

La PAV promueve un enfoque interdisciplinar, en colaboración con el consorcio de Basilea, que incluya también la aportación de las religiones. La visión cristiana de la persona reclama siempre el respeto a la integridad y la dignidad, así como la recuperación de la corporeidad, también en los debates sobre identidad sexual.

Frente a la ideología de género, Pegoraro subraya la importancia de escuchar y acompañar a las personas con disforia, sin negar la realidad biológica ni el valor de la encarnación. En un mundo desorientado, concluye, hay que recuperar el sentido de la vida, de la persona y de la comunidad.