Walter Kasper: el cáncer sonriente
Habla Walter Kasper. Y cuando habla, lo hace como quien lleva medio siglo trabajando, con éxito, por la autodemolición de la Iglesia. A sus 92 años, el anciano cardenal no se detiene: sigue sembrando confusión, disfrazando de reflexión pastoral lo que no es más que la claudicación teológica ante el espíritu del mundo.
En una entrevista reciente con Cicero, Kasper carga contra el Camino Sinodal alemán.
Pero que nadie se engañe: no porque le parezca una herejía, sino porque, según él, no ha incluido “a todos”. La queja no es doctrinal, sino de protocolo. Al viejo zorro no le molestan los contenidos disolventes del proceso —bendiciones de parejas homosexuales, cuestionamiento del sacerdocio, exigencia de «igualdad» para las mujeres—, sino que no se haya hecho con más habilidad.
El reformismo que nunca muere
Kasper sostiene que “una Iglesia renovada no puede ser una Iglesia nueva”. Pero es exactamente eso lo que lleva promoviendo desde hace décadas: una Iglesia con nuevos dogmas fluidos, nueva liturgia desfigurada, nueva moral centrada en los sentimientos y nuevas estructuras gestionadas por comités. La única tradición que respeta es la de la autocrítica progresista.
Como siempre, recurre al truco de oponer renovación espiritual a reforma estructural… para luego decir que ambas son necesarias. Es el lenguaje típico del burócrata de la teología: siempre dejando la puerta abierta al siguiente paso hacia el abismo.
Las mujeres y la doctrina como consenso
El “megatema” de la mujer en la Iglesia —así lo llama— se ha vuelto, según Kasper, urgente. No porque haya que reafirmar la complementariedad y la diferencia, sino porque hay que seguir cediendo. Se ha avanzado, dice satisfecho, porque muchas ya hacen tareas antes reservadas al clero. ¿El sacerdocio femenino? No dice que sí, pero tampoco que no. Simplemente afirma que “el Papa no puede decidirlo solo”, que hace falta un “consenso moral global”. Traducción: si un día la mayoría lo quiere, habrá que cambiar la doctrina. La verdad revelada sustituida por una votación.
Homosexualidad: elogio del desliz
Respecto a la homosexualidad, Kasper reconoce que en Occidente ha cambiado la percepción. Y, fiel a su estrategia de amoldarse a lo que sea, sugiere que la Iglesia debe adaptarse también, aunque “sin dejarse llevar por el espíritu del tiempo”. Como si él no llevara cincuenta años precisamente haciendo eso: rebajando, reinterpretando, negando por la puerta de atrás lo que no se atreve a rechazar de frente.
El celibato: la puñalada que no prosperó
La parte más reveladora de la entrevista es su lamento por la “intervención exitosa” de Benedicto XVI y el cardenal Sarah para frenar las intenciones de Francisco de modificar el celibato. No oculta su frustración. Lo dice con pesar: el cambio era posible, pero los malos lo detuvieron. Para Walter Kasper, defender la tradición es siempre un obstáculo. Un freno. Un problema.
Trump, los migrantes y el cristianismo de ONG
No podía faltar la política internacional. Kasper arremete contra Donald Trump, acusándolo de actuar “de manera inaceptable para un cristiano” por su política migratoria. Luego se cubre las espaldas: toda nación tiene derecho a defenderse de la inmigración masiva y criminal. Pero el titular ya ha quedado. El Kasper teológico y el Kasper político comparten algo fundamental: el arte de decirlo todo sin comprometerse con nada verdadero.
El destructor disfrazado de conciliador
Walter Kasper no es una figura menor ni una excentricidad del progresismo alemán. Es —ha sido durante décadas— el rostro amable y sonriente del cáncer doctrinal que ha carcomido a la Iglesia desde dentro. El que justificaba, interpretaba, matizaba, tergiversaba. El que siempre hablaba de unidad mientras dinamitaba los fundamentos. El que ofrecía diálogo mientras usaba su autoridad para silenciar a los fieles católicos de verdad.
Hoy, con casi un siglo de vida, sigue dando entrevistas. Y sigue sembrando confusión. Porque mientras tenga voz, la usará para lo que siempre ha hecho: empujar, con modales suaves y sonrisa benévola, a la Esposa de Cristo por el camino de Lutero.