La muerte de Francisco ha abierto, como siempre ocurre, una doble carrera: la espiritual —el «sufragio» por el alma del difunto Pontífice— y la puramente humana —la elección de su sucesor—.
Según el Ordo Exsequiarum Romani Pontificis, el Conclave debe comenzar entre el 15º y el 20º día tras el fallecimiento, lo que fija el rango entre el 5 y el 10 de mayo. Mañana lunes, la quinta Congregación General de los cardenales decidirá la fecha concreta.
Mientras se celebran los solemnes «novendiali» en San Pedro, las maniobras más discretas ya han comenzado. Los 134 cardenales electores (135 menos uno, el cardenal Cañizares Llovera, que ha excusado su presencia por motivos de salud) van llegando a Roma. Sin embargo, como bien saben los conocedores de estos procesos, el verdadero peso no está solo en los que votan, sino también en los que, habiendo superado los 80 años, siguen moviendo hilos en los pasillos. Figuras como el decano Giovanni Battista Re (91 años) o los italianos Camillo Ruini y Angelo Bagnasco, aunque ya sin derecho a voto, aún orientan las corrientes.
No menos influencia ejercen cardenales extranjeros de relieve: Sean O’Malley, Christoph Schönborn, Marc Ouellet… viejos conocidos, guardianes de tendencias, apóstoles de ciertas causas. Todos ellos, si bien privados del voto, son generadores de consensos.
Entre los papabili —siempre un concepto más de periodistas que de cardenales, como solía repetir Benedicto XVI— destaca en estos días el cardenal Pietro Parolin. Secretario de Estado durante el pontificado de Francisco, ha presidido la segunda Misa de los novendiali ante 200.000 adolescentes en peregrinación jubilar. Su homilía, centrada en la «misericordia» como camino hacia un mundo reconciliado, ha sido interpretada como una suerte de «programa» continuista, un puente entre la herencia del pontífice fallecido y el próximo.
Francisco, recordemos, fue el Papa de la misericordia, del perdón al enemigo, de las puertas abiertas… pero también de las contradicciones, del desconcierto doctrinal y, en no pocas ocasiones, de la ambigüedad política.
En este ambiente cargado de incienso y cálculo, en el que los «grandes electores» mueven discretamente las fichas de un tablero universal, se perfila un Cónclave que promete ser el más internacional de la historia, con un colegio cardenalicio cada vez menos eurocéntrico y cada vez más moldeado por los nombramientos del Papa argentino: más de un 80% de los electores fueron creados por él.
¿Será Parolin el favorito real? ¿O surgirá, como tantas veces, un nombre inesperado en medio de las tensiones, los bloqueos y el misterioso —aunque no automático— soplo del Espíritu Santo? El tiempo lo dirá. De momento, Roma, en su rumor de letanías y rumores, se prepara para cerrar las puertas de la Capilla Sixtina… y abrir una nueva página en la historia de la Iglesia.