El momento de la verdad

El momento de la verdad

“Y hacía que a todos, a pequeños y a grandes, a ricos y a pobres, a libres y a esclavos, se les pusiese una marca en la mano derecha o en la frente; y que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviera la marca, o el nombre de la bestia, o el número de su nombre.” (Apocalipsis 13:16-17)

“Y el tercer ángel los siguió, diciendo a gran voz: Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano, él también beberá del vino de la ira de Dios…” (Apocalipsis 14:9-10)

A todos nos llega el momento de la verdad, a unos antes, a otros más tarde; a unos de una forma y a otros de otra, pero siempre llega.

A algunos, como los cristianos de Nigeria, Corea del Norte y otros países, les llega bajo la forma brutal de una pregunta: “apostata o muere”. A otros les llega de una forma mucho más sutil, y tanto o más peligrosa.

Los cristianos que se enfrentan a esa pregunta brutal suelen tener firmes convicciones, forjadas en la lucha por la supervivencia en medio de la persecución, por lo que su respuesta suele ser consecuentemente valerosa. Esos cristianos de Nigeria saben que cada vez que pisan una iglesia corren el riesgo cierto de no salir vivos de ella, de ser ametrallados o arder dentro de ella. Y, sin embargo, siguen yendo a la iglesia, siguen enterrando a sus muertos y llorando por ellos, pero no dejan de ir a la iglesia.

Para nosotros, los occidentales, esas firmes convicciones no son más que el vago recuerdo de un pasado lejano, y a veces ni siquiera eso, enterradas por siglos de racionalismo, cientifismo, materialismo y, en definitiva, por el nihilismo que ya es ahora nuestro único credo.

Por eso, para nosotros, desnudos de cualquier defensa espiritual, no es ya necesaria la amenaza de un arma para hacernos abandonar unas convicciones que hace tiempo dejamos en el camino. Y para hacer que nos libremos definitivamente de cualquier residuo que de ellas pudiéramos conservar, es suficiente con la sutileza, es suficiente con acariciar nuestro ego, nuestro hedonismo.

Dicen que más sabe el diablo por viejo que por diablo, pero no es cierto. El diablo sabe por diablo, porque es un ser espiritual inmensamente más inteligente, y sutil, que nosotros. Conoce perfectamente todos nuestros puntos débiles, que él se ha encargado de trabajar en nosotros, y sabe muy bien qué fibra tocar para llevarnos donde se proponga.

En un momento u otro, alguien, por ejemplo, nos hará esta propuesta u otra parecida:

  • “El mundo progresa, y ahora es todo mucho más fácil. No tienes que preocuparte por llevar dinero efectivo en los bolsillos (que, por cierto, ya no existe), ni tarjetas de crédito, ni tu identificación, ni la tarjeta de la seguridad social, ni siquiera el teléfono móvil. Qué alivio, ¿no? Ahora, este simple microchip debajo de tu piel te libera de toda esa esclavitud y te abre las puertas del mundo por el que puedes andar con las manos en los bolsillos. ¿Te imaginas? Comprar lo que quieras, viajar, espectáculos, deportes… todo, simplemente en tu mano.”

 

  • “¡Impresionante! Dinero virtual, cuenta corriente virtual, documentos virtuales, mi historia, mi salud, mis gustos, mis aficiones, mis lecturas, las webs que visito, lo que leo… todo debajo de mi piel. Pero dime, ¿quién controla todo eso? Porque quien lo controle podrá decidir lo que puedo o no puedo comprar, lo que puedo o no puedo leer, dónde puedo viajar y dónde no, qué webs puedo visitar y cuáles no, simplemente con el botón de “no hay crédito para eso”. ¿Y qué pasa si no me interesa tu propuesta?”

 

  • “Bueno, la verdad es que no tienes opción, porque el dinero efectivo ya no existe, las tarjetas de crédito van a desaparecer, los documentos físicos van a ser sustituidos por la identificación digital… Simplemente no podrías pagar nada, ni comunicarte, ni identificarte. Diría que no tienes más remedio.”

 

  • “¿Y si me niego?”

 

  • “Tu cuenta bancaria sería cancelada (ya que, por otra parte, no podrías disponer de ella) y dejarías de formar parte de la sociedad. Serías un paria.”

 

  • “Realmente es sencillo lo que me propones, un simple chip debajo de mi piel, pero a cambio debo cederte mi libertad. También era sencillo lo que le propusiste a Eva, un mordisco a una fruta sabrosa, y ella cayó. Y era ridículamente sencillo lo que les propusiste a los cristianos perseguidos por Nerón o Diocleciano: un simple grano de incienso arrojado a un pebetero en honor del emperador. Pero ellos no cayeron. Prefirieron morir. Me pregunto: ¿qué pasó entre tu historia con Eva y el tiempo de las persecuciones en Roma? ¿Qué fue lo que descubrieron aquellos cristianos de Roma para que prefirieran la muerte? Tuvo que ser algo muy importante, porque es lo mismo por lo que los cristianos de Nigeria siguen yendo a la iglesia tras enterrar a sus últimos muertos. ¿Qué fue?”

 

  • “Estás diciendo muchas tonterías. La libertad, ¿qué es la libertad sino una palabra vacía? ¿Cuándo has sido libre? Toda tu vida está condicionada por el mundo en el que vives. Siempre ha sido así y seguirá siéndolo. No cambia nada. Sólo te facilito las cosas. ¿Realmente quieres correr el riesgo de convertirte en un paria sin nada? ¿Y tus hijos, y tu familia, y tus amigos, qué van a decir? Van a pensar que estás loco, y con razón. Por otra parte, hoy ya no se estila lo de adorar al emperador. No voy a pedirte nada parecido.”

 

  • “No, ya no hay un emperador a quien adorar. Ahora sólo estamos tú y yo, y me pides que me ponga en tus manos para seguir teniéndolo todo, e ir poco a poco convirtiéndome en eso que llamas “transhumano”, aceptando lo que me vayas proponiendo por el camino para llegar a olvidarme de lo que soy. Recuerdo que Dios, a quien conoces bien, le dijo a cierto místico: “Voy a quitároslo todo para que sólo me tengáis a mí”. Y, como siempre, tú no haces más que cumplir Su voluntad. Me ofreces tu “todo” y Él me lo quita, pero me ofrece a cambio Su Todo. ¿No te parece que la cosa está clara?”

Me pregunto: ¿Qué haremos cuando llegue ese momento? ¿Tendremos el mismo valor que esos nigerianos, o que los cristianos coptos asesinados por el IS, o que aquellos niños sirios que se preguntaban unos a otros: “y tú que dirás cuando vengan a degollarte”?

Dios nunca nos prometió la felicidad en este mundo:

“Os echarán mano y os perseguirán, os entregarán a las sinagogas y a las cárceles, y por causa de mi nombre os llevarán ante jueces y gobernadores; así tendréis la oportunidad de dar testimonio ante ellos (…) Seréis traicionados aun por padres, hermanos, parientes y amigos; incluso a algunos de vosotros se os dará muerte, pero no se perderá ni un solo cabello de vuestra cabeza” (Lc 21).

“Bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrezcan, y cuando os apartaren de sí, y os denuesten, y desechen vuestro nombre como malo, por el Hijo del hombre” (Lc 6).

“Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tenéis tribulación; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn 16).

Ayuda a Infovaticana a seguir informando