El Doctor Angélico hoy

El Doctor Angélico hoy

Por Robert Royal

A veces me pregunto si Santo Tomás de Aquino, cuya fiesta celebramos hoy, no ha sido perjudicado por tantos elogios universales, lo que ha llevado a que se le lea menos en realidad. No me malinterpreten. Es el GOAT (“Greatest of All Time”, el mejor de todos los tiempos, en términos deportivos) entre los pensadores cristianos. Y, salvo unos pocos nombres como Platón y Aristóteles, entre todos los pensadores de la humanidad, punto. Pero en la actual decadencia cultural y sus muchas perversiones, haber sido considerado grande de esa manera lo convierte ahora en un blanco principal.

Cuando era joven y trataba de abrirme camino en la espesura del pensamiento, tenía la asunción propia de un estudiante de escuela católica de que Santo Tomás era, cuando menos, alguien a quien había que tomar en serio. Pero luego uno podía toparse con un pasaje como este, de lo que muchos considerarían una fuente autorizada:

“[Santo Tomás] no procede, como el Sócrates platónico, a seguir la argumentación a donde sea que lo lleve. No está comprometido en una investigación cuyo resultado es imposible conocer de antemano. Antes de comenzar a filosofar, ya conoce la verdad; esta está declarada en la fe católica. Si puede encontrar argumentos aparentemente racionales para algunas partes de la fe, tanto mejor; si no puede, basta con recurrir a la revelación. Encontrar argumentos para una conclusión ya establecida no es filosofía, sino una defensa interesada. Por tanto, no puedo sentir que merezca ser colocado al nivel de los mejores filósofos de Grecia o de los tiempos modernos.”

Este es un extracto de la Historia de la Filosofía Occidental de Bertrand Russell. Me pregunto si alguien lo lee todavía, salvo aquellos fascinados por el estrecho escepticismo del siglo XX de Russell, mezclado con libertinismo.

Es evidente que Russell no leyó a Santo Tomás; “ya sabía la verdad” sobre él y, por tanto, hizo suposiciones obvias. Aún hoy, muchos sí leen a Tomás, personas difíciles de engañar, con nombres como Maritain, Gilson, Wojtyła, Lonergan, McInerny, MacIntyre, Feser y muchos más. Porque, al mismo tiempo que construye una vasta catedral del pensamiento y el espíritu, Santo Tomás establece el estándar de oro para distinguir entre la razón humana (es decir, la filosofía) y lo que, por su naturaleza, excede el alcance de la razón humana (es decir, la revelación).

Él comienza como un cristiano convencido, ciertamente, pero usa su inteligencia para abordar cuestiones que la razón es capaz de tratar:

“Parece que la existencia de Dios no puede ser demostrada. Pues es un artículo de fe que Dios existe. Pero lo que es de fe no puede ser demostrado, porque la demostración produce conocimiento científico, mientras que la fe es de lo que no se ve (Hebreos 11:1). Por tanto, no puede ser demostrada la existencia de Dios.” (Suma Teológica, I, q. 2, a. 1).

Uno de los muchos aspectos interesantes de un pasaje como este en Santo Tomás es que se presenta como una pregunta (en realidad, una “objeción”), una de tres objeciones similares contra la posibilidad de demostrar que Dios —el Ser absoluto— existe. Así comienza una especie de diálogo intelectual: algunos han dicho esto por un lado, y por otro lado se han dicho estas otras cosas. ¿Cómo pueden reconciliarse?

Tomás sostiene que el Absoluto puede ser demostrado por la razón: sus famosas Cinco Vías. Para simplificar y nombrarlas, propone un Motor Inmóvil, una Causa Primera, un Ser Necesario, un Sumo Bien y un Fin Último.

Estas ideas las recogió de pensadores como el pagano Aristóteles y muchas fuentes cristianas, por supuesto. Pero son categorías de la razón, no de la fe o la revelación, que él distingue claramente como algo diferente. A lo largo de los siglos, los lectores han debatido si estas vías son pruebas concluyentes o no, pero al menos son materiales que pueden ser examinados racionalmente. Y no se puede negar que el compromiso con estas ideas ha generado un pensamiento cristiano extraordinario.

Muchos católicos y otros creen que Santo Tomás fue la figura intelectual principal en la enseñanza de la Iglesia desde su aparición. Siempre fue considerado un gran pensador, por supuesto. Pero, contrariamente a la impresión generalizada, el tomismo no fue particularmente prominente en la formación filosófica católica antes del llamado del Papa León XIII a un renacimiento del pensamiento tomista con su encíclica Aeterni Patris en 1879. En el siglo XIX, los filósofos católicos a menudo recurrían a Descartes, Christian Wolff, Immanuel Kant, entre otros, de manera algo fragmentaria y desordenada.

La encíclica de León XIII buscaba recuperar a Santo Tomás por dos razones principales.

Primero, porque era el pensador más “católico” en el sentido de que integró muchas corrientes de pensamiento y práctica en un todo coherente, algo muy necesario en la era moderna con la explosión del conocimiento en diversas áreas. En Aeterni Patris, León cita al cardenal Cayetano (1469-1534), quien afirmaba que Santo Tomás había recibido, ordenado e integrado la sabiduría cristiana previa de tal manera que parecía haber “heredado el intelecto de todos”. En el espíritu de Santo Tomás, León concluyó que “sostenemos que toda palabra de sabiduría, toda cosa útil, descubierta o planeada por quienquiera que sea, debe ser recibida con una mente dispuesta y agradecida”.

Pero León XIII no solo buscaba una renovación intelectual. Tenía un segundo objetivo. Como ha señalado Russell Hittinger, “en la propia obra de León —unas 110 encíclicas y otras cartas magisteriales— Santo Tomás rara vez es mencionado aparte de los problemas sociopolíticos”. La doctrina social católica moderna le debe mucho al renacimiento del tomismo impulsado por León XIII y su aplicación en la primera encíclica social moderna, Rerum Novarum (1891).

Hay mucho en Santo Tomás de gran importancia para cuestiones como la guerra justa, la pena de muerte y el orden social. Pero sería un error pasar por alto la profunda dimensión espiritual de su obra. (Ver Thomas Aquinas: Spiritual Master de Jean-Pierre Torrell o la tesis doctoral de San Juan Pablo II, Faith According to St. John of the Cross, que utiliza categorías tomistas para explicar al místico español).

En Fides et Ratio, San Juan Pablo II comprendió perfectamente al Doctor Angélico:

“Santo Tomás es un modelo auténtico para todos los que buscan la verdad. En su pensamiento, las exigencias de la razón y el poder de la fe encontraron la síntesis más elevada jamás alcanzada por el pensamiento humano, pues supo defender la radical novedad introducida por la Revelación sin menoscabar nunca la empresa propia de la razón.”

Palabras que, en nuestros días, vale la pena tomar a pecho.

Acerca del autor

Robert Royal es editor en jefe de The Catholic Thing y presidente del Faith & Reason Institute en Washington, D.C. Sus libros más recientes son Columbus and the Crisis of the West y A Deeper Vision: The Catholic Intellectual Tradition in the Twentieth Century.

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