El plan divino de Dios en María Santísima por la Beata María de Agreda

El plan divino de Dios en María Santísima por la Beata María de Agreda

En la obra suprema de Dios, se puede decir que aparte del plan perfecto de la Redención  por parte del Hijo de Dios, lo siguiente más sublime en todo esto fue la idea maestra de crear a  María Santísima.

Solo pensar esto, queridos lectores, nos debe inspirar sentimientos y afectos de  gozo por pensar: “¿qué habrán pensado los ángeles en el cielo cuando escucharon por primera  vez la idea de María Santísima?”. Las lágrimas de alegría se quedan cortas para expresar lo más  profundo que pueda llegar a concebir el hombre en su corazón con relación a esta dulce  meditación. En la Liturgia Tradicional de la Santa Madre Iglesia, para la fiesta de la Inmaculada  Concepción, la Epístola es evidentemente una revelación por parte de María a todo aquel que lee  esas palabras de las Sagradas Escrituras. Con un poco de osadía por parte de este autor, se puede  aseverar que Dios ha permitido que la Santísima Madre de Dios hable por medio de las  palabras de vida eterna que Dios Todopoderoso expone de su santa boca; tanto ama Dios a  la Virgen María que le da este privilegio sin precedentes. Leamos brevemente unos extractos  de la Epístola para dicho día que proviene del Libro de los Proverbios 8, 22 -35: “El Señor me  creó al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas. En un tiempo remoto fui  formada, antes de que la tierra existiera. Antes de los abismos fui engendrada, antes de los  manantiales de las aguas…Cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a él,  como arquitecto, y día tras día lo alegraba, todo el tiempo jugaba en su presencia: jugaba con la  bola de la tierra, y mis delicias están con los hijos de los hombres…Quien me encuentra,  encuentra la vida y alcanza el favor del Señor.”. ¡Es imposible negar que leemos las gloriosas  palabras de la Santísima Virgen María! 

Inspirados y animados por esta maravilla de la Madre de Dios, vamos a compartir una  sección del libro La Mística Ciudad de Dios por Sor María de Agreda sobre Dios revelando el  plan grandioso de la creación de la Santísima Virgen María a la Corte Celestial. Esta santa  -Es denominada Venerable/Beata en este momento, pero por todo su recorrido, su vida, y tantas  recomendaciones que ha recibido, nos damos cuenta de que ella merece ser canonizada de forma  sumaria- en sus revelaciones privadas sobre la historia de la Redención desde la óptica y 

comentario de la Virgen María, nos sirve para conocer a esta Ilustre Dama del Cielo con más  devoción. Claro, uno no está obligado a creer en las Revelaciones Privadas, pero se anima a la  feligresía piadosa a escuchar aquellas que son cónsonas a la doctrina de siempre y son aprobadas  por la Iglesia. Los escritos de Sor María de Agreda han llenado la vida espiritual de varias  generaciones de manera incalculable que se vuelve imprescindible para todos los fieles. Se puede  concluir con una pregunta abierta que nos deja pensando: ¿Qué fiel no quiere saber más de la  Madre de Dios? Leamos con devoción lo siguiente.  

*** 

Dios revela su plan sobre la Santísima Virgen María a la Corte Celestial 

«En El Apocalipsis, San Juan Evangelista habla en pasado, porque en aquel tiempo se le mostró  una visión de lo que ya había sucedido. Dice: “Y apareció una gran señal en el cielo: una mujer  vestida con el sol y la luna bajo sus pies y sobre su cabeza una corona de doce estrellas»

Esta señal apareció realmente en los cielos por disposición divina y fue mostrada a los  ángeles buenos y a los malos, a fin de que, viéndola, sometieran su voluntad a la  complacencia y a los mandatos de Dios. Lo vieron, pues, antes de que los buenos eligieran el  bien y antes de que los malos se hubieran vuelto hacia el mal. Era como un espejo de la  maravillosa perfección de la obra de Dios al crear la naturaleza humana. Aunque ya había  revelado esta perfección a los ángeles al darles a conocer el misterio de la unión hipostática,  quiso revelársela también de otro modo, mostrándosela en una mera Criatura, la más perfecta  y santa que, junto a la humanidad de nuestro Señor, había de crear. Era también una señal  para seguridad de los ángeles buenos y para confusión de los malos, pues les manifestaba que, a  pesar de la ofensa que se había cometido, Dios no dejaría que se incumpliera el decreto de crear  al hombre, y que el Verbo encarnado y esta Mujer, su Madre, le agradarían infinitamente más de  lo que jamás podrían desagradarle los ángeles desobedientes. Esta señal era también como el  arco iris, que apareció después del diluvio en las nubes del cielo, como garantía de que  aunque los hombres pecaran como los ángeles y se volvieran desobedientes, no serían  castigados como los ángeles sin remisión, sino que serían provistos de medicina y remedio  saludables por esta maravillosa señal.

Era como si Dios dijera a los ángeles: No castigaré del mismo modo a las demás criaturas que  llamo a mi existencia, porque esta Mujer, en la que mi Unigénito ha de asumir carne,  pertenece a esa raza. Mi Hijo será el Restaurador de la amistad y el Pacificador de mi  justicia; Él abrirá el camino a la felicidad, que el pecado cerraría. 

“Y se vio otra señal en el cielo; y he aquí un gran dragón rojo que tenía siete cabezas y diez  cuernos; y en su cabeza siete diademas, y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del  cielo, y las arrojó a la tierra”. 

A esto siguió el castigo de Lucifer y sus aliados, pues después de proferir sus blasfemias contra  la Mujer, que había sido simbolizada en el signo celestial, se encontró visible y exteriormente  transformado de un hermosísimo ángel en un feroz y horrendo dragón. Levantó con furia sus  siete cabezas, es decir, encabezó las siete legiones o escuadrones de todos los que le siguieron y  cayeron con él. A cada principado o congregación de estos seguidores les dio una cabeza,  ordenándoles que pecaran por su propia cuenta y asumieran el liderazgo en los siete pecados  mortales, que comúnmente se llaman capitales. Porque en ellos están contenidos los demás  pecados y constituyen como los regimientos que se levantan contra Dios. Son los pecados  llamados soberbia, envidia, avaricia, ira, lujo, intemperancia y pereza. Son las siete diademas con  las que Lucifer, después de ser transformado en dragón, fue coronado. Este es el castigo con el  que fue visitado por el Altísimo y que adquirió como retribución por su horrible maldad para sí  mismo y para sus ángeles confederados. A todos ellos se les repartió el castigo y las penas que  correspondían a su malicia y a la parte que tuvieron en el origen de los siete pecados capitales.» 

[Más adelante en el texto prosigue Sor María de Agreda diciendo lo siguiente:] 

«Alegraos, porque habéis de ser morada eterna de los justos y del Justo de los justos, Jesucristo,  y de su Madre santísima. Alegraos, cielos, porque de las criaturas materiales e inanimadas a  ninguna le ha caído mayor suerte, pues vosotros seréis casa de Dios, que permanecerá eternos  siglos, y en ella recibiréis para reina vuestra a la criatura más pura y santa que hizo el  poderoso brazo del Altísimo. Por esto os alegrad, cielos, y los que vivís en ellos, ángeles y  justos, que habéis de ser compañeros y ministros de este Hijo del Padre eterno y de su Madre y  partes de este cuerpo místico, cuya cabeza es el mismo Cristo. Alegraos, ángeles santos, porque,  administrándolos y sirviéndolos con vuestra defensa y custodia, granjearéis premios de gozo  accidental. Alégrese singularmente san Miguel, príncipe de la milicia celestial, porque defendió 

en batalla la gloria del Altísimo y de sus misterios venerables y será ministro de la encarnación  del Verbo y testigo singular de sus efectos hasta el fin; y alégrense con él todos sus aliados y  defensores del nombre de Jesucristo y de su Madre, y que en estos ministerios no perderán el  gozo de la gloria esencial que ya poseen; y por tan divinos sacramentos se regocijan los cielos.»

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