Como a muchos de nosotros, supongo, han acudido las lágrimas a mis ojos al leer o escuchar muchas de las cosas que están sucediendo en este momento en la Iglesia y, por extensión, en la sociedad. Digo “por extensión” porque estoy convencido de que no se trata de dos procesos independientes, sino que el segundo viene siendo determinado por el primero a lo largo de la historia.
Aunque muchos hoy pretendan cerrar los ojos ante la realidad, lo cierto es que vivimos en un mundo fundamentalmente espiritual, en el que los sucesos determinantes en nuestra sociedad son reflejo de cada uno de los momentos de la guerra espiritual que viene teniendo lugar desde el inicio de la humanidad, y que no verá su final hasta que “el aliento” de Dios ponga fin a ella.
Muchas veces me asombro al pensar en lo profundamente ignorantes que somos de las corrientes subterráneas que mueven los acontecimientos más significativos de la historia y que son reflejo de esa guerra espiritual. Pienso, por ejemplo, en los hechos aparentemente casuales e intrascendentes que ponen en marcha procesos concatenados que conducen a grandes catástrofes como las guerras mundiales. ¿Son esas concatenaciones fruto de la casualidad, o hay detrás de ellas fuerzas poderosas que las posibilitan y las impulsan hacia su objetivo? Me resulta muy difícil pensar en la casualidad como motor de la historia.
A quien interese profundizar en este tema, recomiendo el “pequeño gran libro” de Benjamin H. Freedman “Facts are facts”, reeditado en 2023 por Last Century Media.
Me entristece pensar en el nulo interés que existe en la sociedad por tratar de comprender el sentido de todo lo que sucede, su origen, su desarrollo y su finalidad. Vivimos, en gran medida, la vida de los irracionales; nacemos, pasamos y morimos sin que nuestro paso por esta vida haya añadido nada al depósito íntimo de nuestra personalidad, a aquello que nos hace eternos para bien o para mal.
El desinterés, la apatía, el conformismo, son los males que nos están llevando a un final trágico, conducidos mansamente como un rebaño al desolladero, porque esa apatía nos impide comprender, y la falta de comprensión posibilita nuestra manipulación por parte de esas fuerzas siempre presentes y siempre activas que buscan nuestra destrucción, no sólo espiritual, sino también física.
Quien sea hoy capaz de comprender la profundidad y el alcance de lo que está sucediendo en la Iglesia, esa construcción excelentemente planificada de una “iglesia sinodal”, es decir, de una “nueva iglesia” dentro del cuerpo de la Iglesia, como un parásito que se introduce en un organismo y lo devora por dentro para tomar su lugar, y quien pueda comprender la contraparte de ese proceso en la sociedad, ese “nuevo orden” que aspira a convertirnos en esclavos sin voluntad de aquellos que, para conseguirlo, están arruinando la tierra, esclavos en una sociedad sin más dios que el Padre de la Mentira, sin duda, repito, quien pueda comprender todo eso debe sentir la tristeza más profunda que cabe imaginar, viéndose, además, incapaz de hacer vislumbrar a la mayoría, próximos incluidos, el final del camino que estamos recorriendo, o que nos están haciendo recorrer por nuestra pasividad.
Pero ante esa tristeza es imprescindible reaccionar, y esa reacción no puede basarse en esperanzas humanas, porque probablemente están todas agotadas.
Si puede servir a algún lector, hay dos frases que son para mí el tesoro que me permite superar los peores momentos. La primera está en Mateo 6: “Buscad el Reino de Dios y su justicia, y lo demás se os dará por añadidura”. La segunda la leí en algún lugar y lamentablemente no recuerdo dónde, pero me impresionó profundamente: “Os lo quitaré todo para que me tengáis sólo a Mí”.
Sólo en Dios podemos encontrar la fuerza que nos permitirá sobrellevar lo que está por venir, lo que está ya aquí. Sólo la plena confianza en Dios puede darnos fuerza, consuelo y, sobre todo, esperanza. Sólo la plena confianza en Dios puede ayudarnos a dar fuerza y esperanza a los que carecen de ellas, o comprensión a los que no entienden.
Sólo comprendiendo y asumiendo que Dios es Padre, que somos sus hijos, que Él es el dueño de la historia, que no sucede nada que Él no quiera o permita, que el futuro está totalmente en Sus manos, que todo tiene un sentido aunque no podamos entenderlo, que Él nunca nos prometió la felicidad en esta tierra, sino la lucha contra el mundo, sólo así podemos encontrar la fuerza.
“Mirad que os envío como ovejas en medio de lobos” (Mt 10).
“Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, sino que yo os escogí de entre el mundo, por eso el mundo os aborrece” (Jn 15).
“Os echarán mano y os perseguirán, os entregarán a las sinagogas y a las cárceles, y por causa de mi nombre os llevarán ante jueces y gobernadores; así tendréis la oportunidad de dar testimonio ante ellos (…) Seréis traicionados aun por padres, hermanos, parientes y amigos; incluso a algunos de vosotros se os dará muerte, pero no se perderá ni un solo cabello de vuestra cabeza” (Lc 21).
“Bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrezcan, y cuando os apartaren de sí, y os denuesten, y desechen vuestro nombre como malo, por el Hijo del hombre” (Lc 6).
“Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tenéis tribulación; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn 16).
Hay dos cosas que Dios no puede hacer: engañar y contradecirse. La Palabra de Dios es nuestra roca; busquemos lo Suyo y recibiremos por añadidura lo que necesitemos para nuestra salvación, y si nos lo quita todo, tendremos la oportunidad de comprender que sólo le necesitamos a Él.
Dios os guarde.
Pedro Abelló