En su discurso durante el rezo del Ángelus, mencionó la afirmación de Jesús: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo» (Jn 6,51), destacando el milagro de la Eucaristía, que sigue generando «asombro y gratitud» en la actualidad.
Desde la ventana del Palacio Apostólico en la Plaza de San Pedro, el Papa subrayó que Jesús se identifica con el pan, un alimento básico y cotidiano. Esta identificación generó dudas entre sus contemporáneos y provoca en nosotros una mezcla de asombro y gratitud frente al milagro eucarístico.
El Papa enfatizó que las palabras de Jesús nos sorprenden constantemente, ya que superan nuestras expectativas humanas. Aunque a veces pueden parecer incomprensibles, revelan la humanidad de Jesús, quien se ofrece como alimento para nuestra vida.
Sobre la gratitud, el Papa señaló que reconocemos a Jesús en la Eucaristía, donde Él se hace presente para nosotros. Al consumir su carne, permanecemos en Él, y Él en nosotros, lo que nos permite vivir en comunión con Dios.
El Papa también explicó que el hambre de salvación no es física, sino espiritual, ya que sacia la esperanza y la necesidad de verdad y salvación que todos llevamos en el corazón. La Eucaristía, por lo tanto, es esencial para todos, alimentando nuestra vida con la de Jesús.
El Pontífice aclaró que la Eucaristía no es un acto mágico, sino la entrega del Cuerpo de Cristo, que nos da esperanza y nos une con Dios y entre nosotros. Al final, invitó a reflexionar sobre nuestro deseo de salvación y nuestra capacidad de maravillarnos ante el milagro de la Eucaristía, pidiendo a la Virgen María que nos ayude a recibir este don celestial.