El tiempo sin ley

El tiempo sin ley

Muchas están siendo las reacciones de sorpresa y decepción por la victoria del comunismo en Francia tras el resultado de las recientes elecciones europeas, que había dado pie a la esperanza en un cierto reequilibrio de fuerzas en la Unión Europea. Es realmente decepcionante, pero no por ello menos esperable para quien tenga una clara conciencia del momento histórico – o mejor meta histórico – en el que nos encontramos.

Quien se haya sorprendido por este resultado, debería comenzar recordando las palabras de Cristo en Lucas 16: “Los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz al lidiar con las cosas de este mundo”, y ciertamente es así, de ello tenemos amplia experiencia, por lo que no debería sorprendernos demasiado que, en las lides mundanas, aquellos que obran sin principios morales que los condicionen tienen generalmente las de ganar.

Pero en un ámbito mucho más concreto, también le aconsejaría recordar lo que San Pablo nos advierte en 2 Tesalonicenses: “Nadie os engañe de ninguna manera; porque esto (la segunda venida de Cristo) no sucederá sin que venga primero la apostasía y se manifieste el hombre de iniquidad, el hijo de perdición. Este se opondrá y se alzará contra todo lo que se llama Dios o se adora, tanto que se sentará en el templo de Dios haciéndose pasar por Dios.”

En el griego original, San Pablo llama a ese hombre de iniquidad ánomos, es decir, ‘el sin ley’, porque abrirá el tiempo sin ley, en el que ninguna ley, divina o humana, será respetada, y ningún poder humano estará en condiciones de hacerla respetar, “porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12), y esas potestades son las que ostentan el poder en ese tiempo sin ley, que es el nuestro.

Ya no existe el tiempo de la ley, el tiempo en el que la ley protegía al justo. Hoy los jueces son designados por los poderosos para que defiendan su poder; hoy los criminales actúan con impunidad mientras los justos son perseguidos; hoy los gobernantes son los enemigos de sus gobernados; hoy los criminales se sientan en los gobiernos; hoy se dictan leyes injustas para perseguir a quien se opone al poder; hoy las elecciones son manipuladas para que el resultado convenga a quien lo decide, mientras todavía los ciudadanos piensan que su voto es útil; hoy se suprimen las libertades que en su día pensábamos ingenuamente que habíamos ganado; hoy la tecnología sirve para establecer el control total sobre la persona, su comportamiento, sus actos, su patrimonio, e incluso sus pensamientos. Hoy el poder nos quiere esclavos indefensos y derrotados.

Cuando esta situación se ha convertido en una realidad universal, no en un solo país o en un grupo de países, sino en todo el orbe, ¿Qué fuerza humana puede revertirla? El agnóstico de buena voluntad puede todavía esperar que el espíritu de resistencia de los hombres será capaz de vencer, pero no tiene en cuenta que todo ello está escrito desde hace milenios, que todo forma parte del plan de Dios, como un proceso de purificación de toda la maldad humana acumulada a lo largo de la historia, que requiere que el trigo y la cizaña se identifiquen y se separen, y ciertamente la cizaña está mostrando claramente su rostro. También se trata del resultado de nuestra apostasía, de nuestro rechazo de Dios para pretender ocupar su lugar, cuyas consecuencias debemos afrontar.

Ciertamente la resistencia de los hombres es la clave de la victoria, pero esa resistencia es inútil si no se ejerce sobre la base del poder de Dios a través de nosotros, no sobre la base del poder humano. El ánomos persigue a Dios, a todo lo que lo representa y a todo el que se une a Él. Por eso tal resistencia será difícil, valerosa y arriesgada, mucho más que cualquier resistencia basada en el poder humano, porque el ánomos sabe muy bien Quién es su enemigo, a quién debe perseguir y a quién pude tolerar. Por eso San Pablo nos exhorta: “Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos” (Efesios 6:13-18).

Quien sea capaz de tal resistencia, ciertamente no será derrotado. La victoria es de Dios; Él la ha prometido y Él es fiel a Su promesa; ese es nuestro fundamento:

Gracias te damos, Señor Dios omnipotente,
el que eres y el que eras,
porque has asumido el gran poder
y comenzaste a reinar.

Se encolerizaron las gentes,
llegó tu cólera,
y el tiempo de que sean juzgados los muertos,
y de dar el galardón a tus siervos, los profetas,
y a los santos y a los que temen tu nombre,
y a los pequeños y a los grandes,
y de arruinar a los que arruinaron la tierra.

Ahora se estableció la salud y el poderío,
y el reinado de nuestro Dios,
y la potestad de su Cristo;
porque fue precipitado
el acusador de nuestros hermanos,
el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche.

Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero
y por la palabra del testimonio que dieron,
y no amaron tanto su vida que temieran la muerte.
Por esto, estad alegres, cielos,
y los que moráis en sus tiendas.

(Cántico de los 24 ancianos, Apocalipsis 11 y 12)

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