No es la homosexualidad, es la supervivencia de la Iglesia

No es la homosexualidad, es la supervivencia de la Iglesia

Si la Iglesia ha errado de modo tan garrafal durante miles de años, entonces no es el Cuerpo Místico de Cristo ni la intérprete infalible de Su mensaje. Esto es lo que está en juego, y no solo o principalmente una concepción cristiana de la antropología sexual.

Cuentan que la novelista católica norteamericana Flannery O’Connor fue invitada en una ocasión a una comida con otros escritores. Al confesarse católica, uno de los comensales, intentando ser amable ante tamaña retrógrada, mencionó su Primera Comunión y alabó la Eucaristía como “un símbolo conmovedor”. A lo que la escritora, para pasmo de sus compañeros de mesa, respondió: “Si la Eucaristía es un símbolo, ¡al infierno con ella!”.

“Si la Iglesia no se hace más abierta, perderá a todos sus miembros”. Esta variante del ‘argumento cronológico’ (¡en pleno Siglo XXI) ha sido, con estas u otras palabras, una de las respuestas más repetidas al tuit en el que el padre Juan Manuel Góngora mostraba el breve vídeo de dos varones de la mano saliendo de una ermita después de haberse ‘casado’, al ritmo de una canción de Hakuna.

Tengo malas noticias para todos esos que esperan el alba de “una Iglesia más abierta” en ese sentido: no la habrá. Porque si la jerarquía fuera a aprobar las relaciones homosexuales, el resultado no sería una “Iglesia más abierta y tolerante”, sino su desaparición por irrelevante.

Y es que, en el fondo, lo que nos jugamos aquí no es la categorización de las relaciones homosexuales, sino algo aún más importante: si la Iglesia es o no transmisora fiel del mensaje de Jesucristo. Y si lo que se ha considerado, por emplear la fórmula clásica, “por todos, desde siempre y en todas partes” como un pecado que clama la ira de Dios se convirtiera en algo perfectamente lícito, ‘bendecible’, entonces la Iglesia Católica estaría renunciando a su única razón de ser.

Ya sé, ya sé: “desarrollo de doctrina”. Cuánto daño ha hecho ese concepto, pese a ser, con buena fe, tan fácil de entender. El verdadero desarrollo de doctrina significa lo que cualquier otro desarrollo o evolución: desarrollar algo no puede significar la negación de ese algo. En realidad, significa que hay aspectos del dogma en los que no se ha profundizado suficientemente y que, al hacerlo, se expande su comprensión y se gana en precisión. Pero, en cualquier caso, no se puede afirmar que lo que creían sobre el punto en cuestión los cristianos de épocas anteriores fuera erróneo, sino meramente incompleto.

En definitiva, es imposible que algo se haya juzgado como un pecado especialmente grave durante miles de años (desde antes, incluso, de la Revelación cristiana) pase a ser bueno. La Iglesia entera no ha podido estar totalmente errada en un punto tan definido y seguir reivindicando su condición de fuente infalible de verdad.

De ahí que no estaríamos ante una Iglesia, la misma fundada por Cristo, en versión más “abierta y tolerante”, sino ante una asociación meramente humana, una especie de escuela filosófica con ritos, al modo de la masonería, con meras opiniones que, a mayor abundamiento, van cambiando a medida que cambia el pensamiento dominante.

El hombre, decía Chesterton, no necesita una Iglesia que tenga razón cuando él tiene razón, sino una que tenga razón cuando él está equivocado. La Iglesia no es dueña del Mensaje que transmite. Y si se ha ‘equivocado’ en esto, no hay razón para pensar que no se haya equivocado en cualquier otra cosa ni motivo para sufrir el martirio por defender su doctrina.

Ayuda a Infovaticana a seguir informando