Primera condena a muerte

Primera condena a muerte

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Hoy les ofrecemos este extracto del libro Asia Bibi ¡Por fin libre! de Anne- Isabelle Tollet. El drama de Asia Bibi ha conmovido e indignado durante años a buena parte del mundo civilizado. Acusada insidiosamente de haber blasfemado contra Alá, esta cristiana pakistaní fue condenada a muerte por el tribunal local correspondiente. Tras varias apelaciones y años de sufrimiento en prisiones inmundas, lejos de su familia, el Tribunal Supremo la declaró inocente: quedaba libre por fin.

Este libro acierta a mostrar el calvario de Asia Bibi, víctima del fundamentalismo islámico y de un ordenamiento jurídico asentado en gran medida sobre él. Pero acierta a mostrar implícitamente algo más elocuente, si cabe: por un lado, que la luz de Dios se percibe con mayor vigor cuando la quebrada que atravesamos es más oscura y que, por otro, la verdadera esperanza consiste en preservar la fe cuando todo parece perdido. Asia Bibi, que nunca desconfió de Dios, es testimonio vivo de esta doble verdad.

Primera condena a muerte

Pasé un año en ese agujero negro antes de ser juzgada por primera vez. Tenía miedo, pero confiaba en Dios más que en los hombres. Dios es más fuerte que la muerte, no para de repetirme. Ese 8 de noviembre de 2010, estaba sola ante el tribunal de Nankana Sahib. Mi familia no podía estar presente porque era demasiado peligroso y, además, no teníamos medios para pagar un abogado defensor. En ese pequeño tribunal local, me enfrenté a mis acusadores: dos mujeres y el imán de la aldea. Observé que tres mulás se habían desplazados por mí. En esa época ignoraba que estuvieran allí para que el juez supiera que estaban interesados en que hiciera bien su trabajo, so pena de graves represalias. A raíz de ese día he pensado a menudo que no supe proclamar mi inocencia; sin embargo, hoy sé que, de todas maneras, hiciera lo que hiciera, dijera lo que dijera, estaba condenada:

La memoria a veces me falla tras nueve años sin ver las estrellas, pero tengo un recuerdo claro y preciso de lo que le dije al juez ese día:

«Soy una mujer casada. Mi marido es obrero. Tenía la costumbre de trabajar con un grupo de mujeres en los campos de Muhammad Idreee por un salario diario.  el día de los hechos en los que se me acusa yo estaba trabajando. Dos de esas mujeres, Mafia Bibi y Asma Bibi, se encolerizaron conmigo a causa del agua que bebí y que les ofrecí: se negaron a tocarla con el pretexto de que soy cristiana. Tras esto hubo una gran discusión y un grave cruce de palabras; después se dirigieron a casa de Qari Salaam, el imán de la aldea, a cuya esposa conocen. Conspirando con él, construyeron una falsa acusación contra mí, totalmente inventada. Cuando la policía me interrogó, juré sobre la Biblia que nunca había pronunciado palabra alguna contra el profeta Mahoma o el Corán, hacia los que siento un gran respeto.  pero la policía se convirtió en su cómplice al aceptar sus falsas acusaciones. Estas dos mujeres han querido vengarse. Mis antepasados han vivido en esta aldea desde la creación de Pakistán. Y en lo que a mí respecta, en más de cuarenta años nunca nadie me ha acusado de nada similar. No tengo instrucción, no hay iglesia en mi aldea, no conozco la religión islámica. ¿Cómo podría afirmar cosas contra el profeta y el Corán? Mi jefe no es una persona neutra, porque tiene vínculos familiares con las mujeres que me acusan.»

Así grité mi verdad. El juez de larga barba blanca escribió algo sobre un pequeño cuaderno de hojas a cuadros y después se dirigió al mulá de mi aldea para que diera su versión de los hechos. En mi país, la palabra de una mujer no tiene valor ninguno y, a pesar de que el qari no estaba presente en el momento de la supuesta blasfemia, mintió y me acusó:

«La acusada Asia Bibi aquí presente en el tribunal ha declarado ante mí y otros que el profeta Hazrat Muhammad —que la paz sea con él— enfermó un mes antes de morir y que salieron insectos de su boca y orejas. La acusada ha declarado, además, que el profeta Hazrat Muhammad —que la paz sea con él— se había casado con Hazrat Khadeja Razi Anha por interés económico y que, después de haber contraído matrimonio, se libró de ella. También ha dicho que el santo Corán no es un libro divino, porque ha sido escrito y compilado por vosotros, los musulmanes.»

Tras escuchar estas palabras, descubrí que en mi aldea la maldad de los habitantes se difundía entre sonrisas. No había duda alguna de que yo era víctima de una conspiración, de la estupidez y de una maldad brutal.

El juez le dio las gracias al qari y anunció que se retiraba unos minutos. Vi cómo se escabullía a través de una pequeña puerta. Los dos policías que tenía a ambos lados hicieron que me sentara. Comprendí su necesidad de reflexionar y me sentí feliz. Seguramente no podía creer que yo hubiera dicho esas cosas tan horribles… no, nadie puede decir cosas así en mi país sin correr el riesgo de que le linche la multitud, o le desfigure con ácido. En esa sala no había ninguna presencia tranquilizadora y bajé la cabeza para no tener que ver las miradas de odio del público. Sentís sus ojos atravesándome, apuñalándome, sin ser consciente aún de que, a partir de ese momento, atormentarían también mis noches. El juez volvió al cabo de cinco minutos y, no sé por qué, en ese momento este hecho me tranquilizó. Tontamente había pensado que toda esta historia era demasiado absurda para que el juez pudiera creer mis supuestas palabras de traición sobre el profeta. Inspiré profundamente para darme valor; estaba apunto de pronunciar el veredicto, que estalló como un trueno: «Asia Noreen Bibi, en virtud del artículo 295C del Código de Pakistán, el Tribunal la condena a la pena capital por ahorcamiento y al pago de una multa de 300.000 rupias».

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Este fragmento ha sido extraído del libro Asia Bibi (2020) de Anne-Isabelle Tollet, publicado por Bibliotheca Homo Legens.

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