Reciclando lo mismo de siempre

Reciclando lo mismo de siempre

En diciembre de 2021 y mayo de 2022, tuve el placer de impartir un minicurso en Roma en el que analicé la vida y el pensamiento de san Juan Pablo II. Mis alumnos constituían una muestra representativa del catolicismo mundial y en nuestros debates expusieron los puntos de vista de diferentes iglesias locales. Sin embargo, todos se sorprendieron y perturbaron por algo que les hice notar.

Les expliqué que el Concilio Vaticano II había exigido, con razón, una renovación de la teología moral católica. La consecuencia de esto, lamentablemente, fue la deconstrucción de la teología moral católica, hasta el punto de que destacados teólogos morales llegaron a afirmar que no existía un acto intrínsecamente malo”: un acto que es gravemente malo por su naturaleza, siempre y en todas partes, independientemente de las intenciones del actor y las consecuencias del acto. A continuación, señalé que uno de los muchos propósitos de Juan Pablo II al escribir su encíclica de 1993 sobre la renovación de la teología moral católica, Veritatis Splendor, era confirmar y volver a explicar la convicción del catolicismo, asentada desde hace mucho tiempo, de que existen actos intrínsecamente malos, convicción que subrayó aún más en la encíclica de 1995 Evangelium Vitae.

Mis alumnos estaban atónitos: ¿Cómo es posible que alguien no entienda que algunos actos son malvados y punto? ¿Y la violación? ¿La tortura de niños? ¿La supresión deliberada de vidas humanas inocentes? ¿El bombardeo de hospitales y la ejecución de civiles en Ucrania? Es una larga historia, dije, y entre los villanos están los filósofos Immanuel Kant y David Hume, cuyo trabajo erosionó una de las convicciones fundamentales de la civilización occidental: que hay verdades profundas integradas en el mundo y en nosotros, verdades que podemos captar por medio de la razón. La teología moral más creativa del último cuarto de siglo, observé, adoptó un enfoque diferente. Los teólogos creativos abrazaron lo que Juan Pablo II enseñó en Veritatis Splendor y Evangelium Vitae y explicaron esa enseñanza apelando a la dignidad inherente de la persona humana, que incluye nuestra capacidad de vivir la libertad de forma noble. Pero tuve que confesar que, en los últimos nueve años, los viejos errores habían reaparecido, y algunos de ellos dominaban ahora las universidades pontificias romanas.  

Lo que era aún más extraño, concluí, era que esta vieja insistencia de finales de los sesenta según la cual la teología moral construida a partir de la afirmación de que no hay actos intrínsecamente malos se presentaba hoy como algo fresco, nuevo y creativo, cuando en realidad es rancia, intelectualmente estéril, pastoralmente infructuosa y socialmente irresponsable: una rendición tras otra a la decadencia de Occidente, justo cuando las sociedades occidentales estaban implosionando por un déficit de contacto con la realidad (y por ello, acercándose peligrosamente a la dictadura del relativismo” de la que advirtió el cardenal Joseph Ratzinger en 2005). 

Una parte cada vez mayor de la Iglesia mundial no está interesada en volver a la perspectiva distorsionada de la vida moral que Veritatis Splendor intentó corregir; predican y enseñan nuestra capacidad, bajo la gracia, de vivir como Dios quiso y la Iglesia de Cristo enseña. En África la Iglesia, en rápida expansión, no está dispuesta a importar corrupciones occidentales a sociedades en las que las verdades cristianas sobre el amor humano, el matrimonio y la familia llegan como una buena noticia de liberación. En Europa y América del Norte, la parte viva de la Iglesia se ha enfrentado a los fracasos pastorales del Catholic Lite, un catolicismo sin límites doctrinales y morales estables, y esas vibrantes parroquias, diócesis, órdenes religiosas, seminarios y movimientos de renovación de laicos están creciendo. ¿Por qué? Porque entienden que la verdad y la misericordia van juntas, y que el propósito de la Iglesia como hospital de campaña” no es vendar temporalmente las heridas, sino curar a las personas y enviarlas, como discípulos misioneros y testigos del poder de Cristo, a sanar vidas rotas.

A babor de la Iglesia católica les gusta contraponer las «reformas del papa Francisco” al «Vaticano caza herejes de Juan Pablo II” (como decía recientemente un titular especialmente desagradable). Ese es el tipo de caricatura juvenil que se permiten aquellos que, en el fondo, temen estar perdiendo una discusión y que, por ello, recurren a la más barata de las tácticas retóricas, el ataque ad hominem. La verdad, evidentemente, es que ningún papa en la historia moderna de la Iglesia se ha esforzado tanto por explicar las verdades de la fe católica a los escépticos y a menudo cínicos tardomodernos y posmodernos como san Juan Pablo II. 

Aquellos que degradan el heroísmo intelectual y moral de Juan Pablo II en un intento poco convincente de defender lo mismo de siempre—el catolicismo líquido que ha demostrado ser un fracaso evangélico en todas partes— se creen que tienen sensibilidad pastoral. Y algunos, sin duda, la tienen. A mis alumnos, sin embargo, les parecen ejemplos de agotamiento intelectual y cobardía evangélica ante la agresión cultural woke.

Publicado por George Weigel en First Things

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana

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