El Papa: «Debéis ser testigos de Jesús incluso en la debilidad»

El Papa: «Debéis ser testigos de Jesús incluso en la debilidad»

La audiencia general de esta mañana tuvo lugar en la Plaza de San Pedro, donde el Santo Padre Francisco se reunió con grupos de peregrinos y fieles de Italia y de todo el mundo.

En su discurso en italiano, el Papa, continuando el ciclo de catequesis sobre la vejez, centró su reflexión en el tema «Pedro y Juan» (Lectura: Jn 21, 17-18).

Tras resumir vuestra catequesis en varios idiomas, el Santo Padre dirigió un saludo particular a los grupos de fieles presentes. Hizo luego un llamado a la solidaridad con la población afgana que sufrió un violento terremoto que causó cuantiosos daños y una invitación a la oración por la comunidad católica mexicana, golpeada por el asesinato de dos religiosos jesuitas y un laico, y por el pueblo ucraniano.

La Audiencia General concluyó con el canto del Pater Noster y la Bendición Apostólica.

A continuación, les ofrecemos la catequesis completa:

Queridos hermanos y hermanas, ¡bienvenidos y buenos días!

En nuestra catequesis sobre la vejez, hoy meditamos el diálogo entre Jesús resucitado y Pedro al final del Evangelio de Juan (21,15-23). Es un diálogo conmovedor, del que resplandece todo el amor de Jesús por sus discípulos, y también la humanidad sublime de su relación con ellos, en particular con Pedro: relación tierna, pero no aburrida, directa, fuerte, libre y abierto. Una relación de hombres y de verdad. Así, el Evangelio de Juan, tan espiritual, tan elevado, se cierra con una conmovedora petición y oferta de amor entre Jesús y Pedro, que se entrelaza, con toda naturalidad, con una discusión entre ellos. El evangelista nos advierte: da testimonio de la verdad de los hechos (cf. Jn 21, 24). Y es en ellos donde hay que buscar la verdad.

Podemos preguntarnos: ¿somos capaces de conservar el tenor de esta relación de Jesús con los discípulos, según su estilo tan abierto, tan franco, tan directo, tan humanamente real? ¿Cómo es nuestra relación con Jesús? ¿Es así, como la de los apóstoles con él? Sin embargo, ¿no estamos muy a menudo tentados a encerrar el testimonio del Evangelio como una revelación «dulce», a la que añadimos nuestra veneración por la ocasión? Esta actitud, que parece de respeto, en realidad nos aleja del verdadero Jesús, e incluso se convierte en ocasión de un camino de fe muy abstracto, muy autorreferencial, muy mundano, que no es el camino de Jesús. Jesús es la Palabra de Dios hecho hombre, y se comporta como hombre, nos habla como hombre, Dios-hombre. Con esta ternura, con esta amistad, con esta cercanía. Jesús no es como esa imagen azucarada de los cuadritos, no: Jesús está en nuestra mano, está cerca de nosotros.

En el transcurso de la conversación de Jesús con Pedro, encontramos dos pasajes que se refieren precisamente a la vejez ya la duración del tiempo: el tiempo del testimonio, el tiempo de la vida. El primer paso es la advertencia de Jesús a Pedro: cuando eras joven eras autosuficiente, cuando seas viejo ya no tendrás el control de ti mismo ni de tu vida. Dime que tengo que ir en silla de ruedas, ¡eh! Pero ya está, la vida es así: con la vejez te dan todas estas enfermedades y hay que aceptarlas como vienen, ¿no? ¡No tenemos la fuerza de los jóvenes! Y también vuestro testimonio -dice Jesús- estará acompañado de esta debilidad. Debéis ser testigos de Jesús incluso en la debilidad, en la enfermedad y en la muerte. Hay un hermoso pasaje de San Ignacio de Loyola que dice: «Así como en la vida, también en la muerte debemos dar testimonio como discípulos de Jesús». El final de la vida debe ser el final de la vida de los discípulos: de los discípulos de Jesús, porque el Señor nos habla siempre según nuestra época. El evangelista añade su comentario explicando que Jesús aludía al testimonio extremo, el del martirio y la muerte. Pero podemos comprender bien el sentido de esta advertencia de forma más general: vuestros seguidores deberán aprender a dejarse instruir y moldear por vuestra fragilidad, vuestra impotencia, vuestra dependencia de los demás, incluso en el vestir, en el andar. Pero tú «sígueme» (v. 19). El seguimiento de Jesús es siempre, con buena salud, con mala salud, con autosuficiencia y con no autosuficiencia física, pero el seguimiento de Jesús es importante: seguir siempre a Jesús, a pie, corriendo, despacio, en silla de ruedas, pero síguelo siempre. La sabiduría del seguimiento debe encontrar el camino para permanecer en su profesión de fe -así responde Pedro: «Señor, tú sabes que te amo» (vv. 15.16.17)-, incluso en las condiciones limitadas de la debilidad y la vejez. Me gusta hablar con los ancianos mirándolos a los ojos: tienen esos ojos brillantes, esos ojos que te hablan más que las palabras, el testimonio de toda una vida. Y esto es hermoso, hay que mantenerlo hasta el final. Seguid a Jesús así, llenos de vida.

Esta conversación entre Jesús y Pedro contiene una enseñanza preciosa para todos los discípulos, para todos nosotros los creyentes. Y también para todos los mayores. Aprender de nuestra fragilidad a expresar la coherencia de nuestro testimonio de vida en las condiciones de una vida en gran parte confiada a los demás, en gran parte dependiente de la iniciativa de los demás. Con la enfermedad, con la vejez, crece la dependencia y ya no somos autosuficientes como antes; Crece la dependencia de los demás y allí también madura la fe, allí también Jesús está con nosotros, allí también brota esa riqueza de la fe bien vivida en el camino de la vida.

Pero de nuevo debemos preguntarnos: ¿tenemos una espiritualidad realmente capaz de interpretar la temporada -ahora larga y extendida- de este tiempo de nuestra debilidad confiada a los demás, más que al poder de nuestra autonomía? ¿Cómo permanecer fieles al seguimiento vivido, al amor prometido, a la justicia buscada en el tiempo de nuestra capacidad de iniciativa, en el tiempo de la fragilidad, en el tiempo de la dependencia, del despido, en el tiempo del alejamiento de el protagonismo de nuestra vida? No es fácil alejarse de ser protagonista, no es fácil.

Este nuevo tiempo es también un tiempo de prueba, por supuesto. Empezando por la tentación -muy humana, sin duda, pero también muy insidiosa- de mantener nuestro protagonismo. Y a veces el protagonista tiene que decrecer, tiene que rebajarse, aceptar que la vejez te rebaja como protagonista. Pero tendrás otra forma de expresarte, otra forma de participar en la familia, en la sociedad, en el grupo de amigos. Y es la curiosidad lo que asalta a Pedro: «¿Y él?», dice Pedro, viendo al discípulo amado que les seguía (cf. vv. 20-21). Meter la nariz en la vida de los demás. Y no: Jesús dice: «¡Cállate!». ¿Realmente tiene que estar en «mis» seguidores? ¿Debería ocupar «mi» espacio? ¿Será mi sucesor? Son preguntas que no sirven, que no ayudan. ¿Debe durar más que yo y tomar mi lugar? Y la respuesta de Jesús es franca y hasta áspera: «¿Qué te importa? Sígueme” (v. 22), como diciendo: cuida tu vida, tu situación actual y no metas las narices en la vida de los demás. me sigues Sí, esto es importante: seguir a Jesús, seguir a Jesús en la vida y en la muerte, en la salud y en la enfermedad, en la vida cuando es próspera con tantos éxitos y también en una vida difícil con tantos malos momentos de caída. Y cuando queremos ponernos en la vida de los demás, Jesús responde: “¿Qué te importa? Tú sígueme». Hermoso. Los mayores no debemos tener envidia de los jóvenes que toman su camino, que ocupan nuestro lugar, que duran más que nosotros. El honor de nuestra fidelidad al amor jurado, la fidelidad al seguimiento de la fe que hemos creído, aun en las condiciones que nos acercan a la despedida de la vida, son nuestro título de admiración para las generaciones venideras y de reconocimiento agradecido por parte de los Hidalgo. Aprender a decir adiós: esta es la sabiduría de los mayores. Pero bueno despedirme, con una sonrisa; aprende a despedirte de la sociedad, a despedirte de los demás. La vida de los ancianos es una despedida, lenta, lenta, pero una despedida alegre: viví mi vida, conservé mi fe. Es hermoso cuando un anciano puede decir esto: “Yo he vivido la vida, esta es mi familia; Viví mi vida, fui pecador pero también hice el bien”. Y esta paz que llega, esta es la licencia de los ancianos.

También el seguimiento forzosamente inactivo, hecho de contemplación emocional y de escucha embelesada de la palabra del Señor -como el de María, hermana de Lázaro- se convertirá en la mejor parte de su vida, de la vida de nosotros los ancianos. Que esta parte nunca nos será quitada, nunca (cf. Lc 10,42). Miremos a los ancianos, mirémoslos y ayudémoslos para que puedan vivir y expresar su sabiduría de vida, que puedan darnos lo que tienen de belleza y de bondad. Mirémoslos, escuchémoslos. Y los mayores, siempre miramos a los jóvenes con una sonrisa: seguirán el camino, llevarán adelante lo que hemos sembrado, incluso lo que no hemos sembrado porque no tuvimos el coraje ni la oportunidad: lo llevarán adelante . Pero siempre esta relación de reciprocidad: un anciano no puede ser feliz sin mirar al joven y el joven no puede seguir en la vida sin mirar al anciano. Gracias.

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