La fe nos permite creer en lo que no vemos, pero no pretende contradecir lo que vemos con absoluta claridad. Y buena parte de los mensajes oficiales que nos llegan de la cúpula eclesial parecen, desde hace ya algún tiempo, consiste precisamente en eso, en hacernos creer lo contrario de lo que tenemos delante de las narices.
Hay muchos, como llamar ‘primavera’ a lo que los desapasionados números, en casi cualquier magnitud medible, nos dicen que es un gélido invierno, o cuando nos invitan a una modernidad que ya apenas sostienen quienes peinan canas o no tienen nada que peinar, o un combate contra el clericalismo a base de decretos del clero. O el sínodo de la sinodalidad.
Ahora, la Iglesia no es una cuestión de números y mayorías. La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, el Pueblo de Dios en torno a Cristo, o no es nada en absoluto, solo una reliquia histórica que intenta torpemente reciclarse como gigantesca ONG con gorritos raros en su cúpula. Esto quiere decir que si la Iglesia convoca un cónclave, un concilio o incluso un sínodo sobre cualquier cosa y, por lo que fuera, solo consigue participar un puñado de prelados, aún así puede ser un éxito en el único sentido real del caso: porque ilumina al Pueblo de Dios y profundiza en la voluntad de Cristo.
El problema es cuando el sínodo tiene como centro, como tema, como finalidad, la participación y el diálogo de ese pueblo fiel. Si ese es el objetivo y la gente corriente, el fiel normal, no participa en absoluto, ese sínodo es una contradicción en los términos y más valdría cancelarlo o reconducirlo.
Leo en estas mismas páginas, y en muchas otras, que la participación de los fieles españoles (y no somos particularmente excepcionales en esto) apenas llega a un 1%. Ignoro si hay muchas democracias donde se admita que un gobierno elegido por un 1% del electorado está legitimado para gobernar, aunque sospecho que no, en la práctica. La Iglesia no es una democracia, pero no puede hacerse participativa a partir de semejante participación, y todo lo que pretenda que es así no será otra cosa que un fraude.
Empezamos a acostumbrarnos a que los sínodos tengan un objetivo que no guarda demasiada relación con su nombre; que se puede convocar uno bajo el epígrafe de la Familia solo para aprobar la comunión de los divorciados que se han vuelto a casar, u otro sobre una región del mundo especialmente poco poblada -la Amazonia- para… Bueno, no sabemos muy bien, porque los ‘asuntos calientes’ que se trataron -fin del celibato sacerdotal obligatorio, diaconisas- quedaron, al final, en agua de borrajas. No sabría decir exactamente qué ha cambiado para los nativos de la región de marras.
Y tampoco el Sínodo de la Sinodalidad parece ir de la sinodalidad en absoluto, signifique esto lo que fuere, sino sobre ‘cambios’ en la disciplina y la moral sexual de la Iglesia que la acerque más a lo que piden los obispos alemanes.