Su Santidad es inflexible, por no decir ‘rígido’, en su continua condena de los ‘rígidos’, una categoría que no necesita definir ni acotar y que ha vuelto con fuerza a su discurso en la pasada semana. Pero, echando un rápido vistazo a la información eclesial y a los problemas de fondo, esos ‘rígidos’ parecen la última de las amenazas que acechan a la Iglesia.
A vista de pájaro, los problemas que cualquier individuo medianamente informado puede encontrar en la Iglesia no son pocos ni poco importantes. Sin pretensiones de ser exhaustivos, vería cosas como las siguientes:
Un episcopado, el alemán, uno de los más ricos del mundo, en abierta rebeldía contra Roma y decidido a sacar adelante un proceso cuyas conclusiones son incompatibles con la doctrina católica, no solo en aspectos de disciplina sino también de moral sexual. Si triunfan, eso no significaría que la Iglesia ‘avanzaría’ en su concepción del mensaje cristiano, sino que la Iglesia no es custodia de una verdad eterna.
Una alianza entre la Santa Sede y la tiranía más grande del planeta, furiosamente atea y persecutora de toda fe, que en la pasada semana arrestó a un cardenal nonagenario, Joseph Zen, pese a las escandalosas concesiones que ha hecho Roma.
Una infiltración de los LGTBI en el sacerdocio y el episcopado, especialmente en Occidente, que no es del todo extraña a la oleada de escándalos de abusos sexuales clericales a juzgar por las estadísticas de los casos juzgados, abrumadoramente de carácter homosexual. Hoy mismo abrimos con el caso de todo un vicario episcopal que ha salido públicamente del armario.
La creciente persecución de los católicos en países cuya religión dominante es el islam, la misma religión que el Pontífice elogia a tiempo y a destiempo y con la que supuestamente firmó un pacto de paz y hermandad. Un documento que, sin duda, no leyeron o apreciaron los estudiantes de la universidad nigeriana de Sokoto, que apedrearon y quemaron viva a su compañera Deborah Samuel por el hecho de ser cristiana. El hecho de que grabaran la hazaña y la subieran a las redes sociales no hace pensar que crean haber cometido una salvajada.
Sobrevolándolo todo, el rápido descenso hacia la absoluta irrelevancia cultural y social de la Iglesia católica, iniciada tras el Concilio Vaticano II y acelerada en un pontificado más decidido a alinearse con las ideologías dominantes en el mundo secular que a confirmar la fe católica. Los números no mienten, y los que se refieren a identificación como católicos, asistencia al culto, vocaciones sacerdotales y frecuencia de los sacramentos pintan un cuadro sencillamente pavoroso.
Y de todos estos problemas objetivos, acuciantes y dramáticos, ninguno es culpa de esos ‘rígidos’ que constituyen la ‘bestia negra’ de Francisco. Los ‘rígidos’ -esto es, los tradicionalistas- son muy poco numerosos y su influencia es prácticamente nula. ¿Por qué, entonces, el Santo Padre los cita discurso tras proclama como si fueran los peores enemigos de la Iglesia?