En el marco de la Temporada de Creación, los obispos norteamericanos han emitido hoy un comunicado en el que instan a los fieles desde el mismo título a formarse “una conciencia ecológica”.
Una holgada mayoría de católicos norteamericanos consultados descree de la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía, han tenido que lidiar (y lo que queda) con una riada inacabable de escándalos de pederastia clerical y ahora tienen que vérselas con un presidente que se define como “católico devoto”, que comulga los domingos en su parroquia de Washington y que es un ferviente, apasionado abortista que no cree lo que la Iglesia proclama en esta y otras materias. Por eso ha decidido que lo importante es que los católicos norteamericanos tengan una conciencia ecológica, un asunto del que Cristo no dijo una sola palabra en el Evangelio y que la Tradición de la Iglesia ha ignorado igualmente.
Ahora, tener una ‘conciencia ecológica’, en el sentido de ser conscientes de que somos guardianes de la Creación y de que, por tanto, tenemos responsabilidad en cuidarla, es cosa buena y conveniente. Pero sería exagerado pretender que nuestro cuidado por el medio representa algo parecido a un eje de nuestra fe, que la Iglesia es particularmente apta para detectar y comprender los males que afectan a nuestros complejos ecosistemas o que en este asunto sea la jerarquía precisamente una voz que clama en el desierto. Más bien, es una voz que se suma, indistinguible, al atronador coro de todos los poderes mediáticos de la tierra.