¿Dejaremos que los turcos planten las tiendas del Sultán en nuestro corazón armenio?

¿Dejaremos que los turcos planten las tiendas del Sultán en nuestro corazón armenio?

En nombre de la hermandad islámica, Erdogan apoya las reivindicaciones azeríes sobre el Nagorno Karabakh cristiano. Ha enviado a sus mercenarios yihadistas. Y mucho más que un problema geopolítico.

(Tempi)- No es política forastera, geopolítica para teóricos de las relaciones de fuerza, haber hablado el mes pasado sobre el Líbano y hacerlo esta vez (¡de nuevo!) sobre Armenia. Son asuntos internos, en el sentido que atañen a mi corazón, mis tripas y mi alma; y si el que lee es cristiano, es lo mismo para todos.

Conviene renovar la razón del título de la rúbrica y, por tanto, de su titular: Il Molokano (o también Molokane). Textualmente sería «el bebedor de leche». Coincide con un grupo de ortodoxos rusos hostiles a la jerarquía corrupta y, por tanto, obligados al exilio, a huir, y acogidos amorosamente por sus hermanos armenios, el pueblo que se hizo cristiano antes que los demás, en el 303, gracias a a san Gregorio el Iluminador. ¡303! Es decir, diez años antes del primer edicto de Milán con el que Constantino instituyó que la religión que había surgido del costado del Nazareno se convirtiera oficialmente en el nervio espiritual del imperio.

Armenia nunca le ha dado la espalda a la cruz, más bien al contrario, ha estado clavada en ella en cada giro de la historia. Sin embargo, la cruz armenia se representa como florecida. El enlace con la resurrección y la paz está contemplado ya en ese madero, que mientras mira al bíblico Ararat se ha convertido en piedra y se derrama sobre un territorio áspero de piedras y dulce de aguas raras, pero muy azules. Aquí, una patrulla de molokanes ha encontrado acogida fraterna cerca del lago de Sevan, que en realidad es un monasterio acuático, tan imponente que hay que arrodillarse ante Quien lo ha creado.

Hace un siglo (1915), los armenios fueron víctimas de un genocidio a manos del gobierno turco. Un millón y medio de ciudadanos armenios del Imperio otomano fueron exterminados. La diáspora de los supervivientes ha inundado el mundo de inteligencia y música. Charles Aznavour fue su emblema. La Armenia actual es solo una pequeña porción de la histórica. Convertida en república soviética, en 1991 se proclamó independiente: ahora tiene unos tres millones de habitantes, sostenidos por otros diez millones de connacionales presentes en todo el mundo.

La Iglesia armenia no es ortodoxa, en el sentido doctrinal, sino oriental en el sentido de la profundidad estética y caracterial. No acudió al Concilio de Nicea debido a una de las habituales invasiones, por lo que no pudo adoptar un dogma trinitario. Recientemente, como signo de comunión plena, el papa Francesco calificó a san Gregorio de Narek «doctor de la Iglesia» (católica). Venecia es armenia en su corazón, y los armenios son venecianos.

¿Y qué sucede ahora en esta tierra caucásica? Nagorno Karabach, uno de los lugares más bellos que uno pueda admirar, por la estupidez soviética, aun siendo de sangre y cultura y fe cristiano-armenia, fue incluida en la República de Azerbayán, de etnia y cultura turca e islámica. Cuando se disolvió el imperio de la URSS, Nagorno Karabakh se proclamó independiente respecto a Baku y al Estado azerí; el resultado del referéndum fue claro como el sol. No hubo nada que hacer. Los azeríes, en 1992, empezaron la guerra y la perdieron. Desde entonces hay un corredor que une Armenia con la república que en armenio se llama Artsakh (150 mil habitantes, resistencia cristiana). Hubo un armisticio en 1994, que de vez en cuando se rompe.

El detonante es Erdogan y su política expansionista: en Libia, Kurdistán sirio, África oriental (Somalia) y con especial ferocidad en el Cáucaso. En nombre de la hermandad turca e islámica apoya las reivindicaciones de Azerbayán, que instiga por poderes contra Erevan (antigua capital de la República armenia). Ha enviado a Azerbayán los yihadistas que ya utilizó victoriosamente en Libia. Mientras escribo siguen los ataques a Nagorno Karabakh con bombardeos contra las viviendas de civiles.

En realidad, Erdogan quiere, así, presionar sobre Rusia que hasta ahora ha tutelado a Armenia. Cuando lo leáis, ¿dónde estarán mis hermanos? Pero sobre todo, ¿dónde estará el corazón de esta Italia y de Europa? Hay que esperar en Rusia. Es más, no en Rusia, sino en la gracia indómita que Dios ha concedido a este pueblo para derramar su sangre y florecer.

¿De verdad dejaremos que Turquía plante las tiendas del sultán entre los monasterios que han sobrevivido a la masacre, primero, de los otomanos y, después, del ateísmo comunista soviético? No es una cuestión de asuntos exteriores, o de equilibrios de orden mundial, sino que es interna, mucho más que interna: es íntima.

Mientras tanto, recibo estos mensajes que os transmito a todos vosotros desde mis hermanos del lago de Sevan, al ser yo el pobre molokano obligado a vivir en el exilio en Italia a causa del Covid: «Esperamos que los azeríes cesen la agresión inhumana. Hay ataques a gran escala, en este momento oigo caer las bombas». Otro: «Estimado Renato, ¡son horas trágicas! Ahora Turquía está participando a los enfrentamientos con la ayuda de mercenarios yihadistas enviados a Baku desde Afrin. No es nada nuevo para nosotros. No cederemos esas trincheras del cristianismo en el sentido más concreto del término. ¡Un abrazo! ¡Fraternal!». Hermano, vuelvo pronto.

Publicado por Renato Farina en Tempi.

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.

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