“AOC es el futuro de la Iglesia Católica”, titula Heidi Schlumpf en el periódico norteamericano National Catholic Reporter. AOC responde a las siglas de Alexandria Ocasio-Cortez, una joven diputada demócrata, izquierdista radical y, naturalmente, abortista de pro.
La ocasión de este delirio es un incidente de Ocasio-Cortez con un colega, Ted Yoho, del Partido Republicano, que al parecer insultó a la joven promesa de los demócratas, de la que se rumorea que un victorioso Joe Biden pondría al frente de la política energética de Estados Unidos. Es el caso que Ocasio-Cortez respondió a Yoho -naturalmente, provida y votante de Trump- en un breve discurso que Schlumpf denomina “el discurso feminista más importante en una generación”, lo que tiene mérito, ya que de discursos feministas tenemos varias docenas cada semana.
Schlumpf encuentra abundantes referencias ‘católicas’ en tan breve alocución, aunque cuando las expone realmente podrían ser católicas o budistas. Un ejemplo. Yoho se disculpó por su exabrupto, y Ocasio-Cortez respondió como lo hacen casi todos los políticos que en el mundo han sido: diciendo que aceptan la disculpa al tiempo que demuestran que no la aceptan: “Cuando un hombre decente mete la pata, como nos pasa inevitablemente a todos, intenta disculparse lo mejor que puede. No para salir airoso ni para ganar votos; se disculpa genuinamente para reparar y admitir el daño causado y que todos podamos pasar página”.
Quizá a usted le parezca absolutamente vulgar, pero Schlumpf no solo queda maravillada por estas palabras, sino que encuentra en ellas “una descripción bastante buena de lo que sucede en el Sacramento de la Reconciliación”.
Por supuesto, junto a esto su historial de ardiente abortista queda en mera anécdota para Schlumpf, para quien el socialismo radical de la diputada ni siquiera es un problema.
En un sentido, quizá Schlumpf tenga razón, y Ocasio-Cortez sea una buena representación del catolicismo americano, pero no tanto del futuro como del presente. Del futuro sabemos poco, pero para que las cosas sobrevivan tienen que ser, al menos, viables, y una Iglesia que traicionara de modo tan obvio su doctrina bimilenaria y que coincidiera tan milimétricamente con las modas ideológicas de un determinado momento es redundante y, como moda, está llamada a pasar rápidamente de moda.
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