Volver a lo esencial

Volver a lo esencial

La Conferencia Episcopal Española publicó, hace poco más de un mes, la Memoria de Actividades de la Iglesia durante el año 2018. Para tomar un poco de perspectiva he comparado algunos de los datos que ahí se ven reflejados con los de la Memoria presentada por la Iglesia española en 2010, que reflejan la situación de la Iglesia ese mismo año.

En 2010 había 60.917 religiosos en España, cifra que ha bajado, en tan sólo 8 años, en 22.229, hasta los 38.688 de 2018. En estos años también ha descendido el número de sacerdotes, en 2018 había 2.555 menos que en 2010, pasando de 19.892 a 17.337. Lo curioso es que, en cambio, ha crecido el número de parroquias, de 22.851 en 2010 a 22.997 en 2018.

El descenso del número de los sacerdotes no parece que vaya a revertir pronto, ya que el número de seminaristas en 2010 era de 1.227 y en 2018 tenemos 1.203. Pero, comparado con el resto de los datos, es el descenso menos llamativo. Podemos decir que se mantiene.

Hace 10 años se bautizaron 349.820 personas; en 2018, 193.394. En el mismo lapso de tiempo hemos pasado de 280.654 primeras comuniones a 222.345. Las bodas por la Iglesia también han sufrido una notable caída, de 74.289 a las 41.975 que se produjeron en 2018. Lo curioso es que este descenso de la vida pastoral no se ha visto reflejado en el número de catequistas, que han incrementado en 32.859, de 70.000 en 2010 a 102.859 en 2018.

En 2010 la Conferencia Episcopal Española informaba de que más de 10 millones de personas asistían regularmente a misa. En 2018, los datos aportados por la Iglesia española hablan de 8.335.217, lo que supone un descenso 1.664.783 fieles.

La tendencia es desoladora y no parece que vaya a mejorar en los próximos años. Tengamos en cuenta que la media de edad entre el clero y los religiosos no es precisamente baja. Todo hace indicar que esto va a ir a más.

El problema es que parece que no importa, no se habla de ello, o no se quiere hablar de ello. Es como si la jerarquía eclesiástica hubiera metido, como el avestruz, la cabeza en la tierra. Y, mientras todo se hunde, hablamos del cambio climático, la sinodalidad, la importancia de seguir las medidas sanitarias y de cuestiones que, en fin, creo que no deberían ser las prioridades en este dramático momento.

¿Qué tal si volviéramos a lo esencial? ¿Por qué no hablamos en clave evangélica y dejamos de ofrecer una versión edulcorada y ñoña de nuestra fe? La caridad bien entendida, el anuncio del reino de Dios, nuestro destino eterno, la reverencia debida a Dios, el rechazo del pecado, la importancia de los sacramentos -y de paso luchar porque se celebren dignamente-, proclamar las verdades de la fe, aunque ello suponga persecución; esas deberían ser las prioridades.

Puede que, aunque la Iglesia volviera a centrarse en esas cuestiones, la secularización no se detendría. Pero al menos estaría siendo fiel a su misión, que no es otra que llevar a Cristo a los hombres, el cual quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

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