El gobernador del estado de Illinois, J. B. Pritzker, ha advertido que probablemente no se permitirán misas con más de cincuenta personas hasta que se halle una vacuna efectiva contra el Covid-19, algo que podría tardar años o no conseguirse jamás. Es decir, en años, los católicos de Chicago y otras poblaciones del estado no podrían volver a tener un culto normal.
No es que tengamos que ir tan lejos para encontrar ejemplos. En España ya se han vivido escenas vergonzosas de policías interrumpiendo misas con un puñado de fieles separados por más de dos metros, en clara violación a la letra del decreto de alarma -y del más elemental sentido común-, pero cumpliendo evidentemente órdenes de arriba. Por otra parte, todos hemos podido ver al vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, incumpliendo las mismas precauciones sanitarias que es el primero en imponernos, bajo pena de multas sustanciosas, a todos los demás. Tampoco en esto somos un caso único: recientemente se divulgó en la cadena americana Fox un vídeo del ex presidente Barak Obama jugando tranquilamente al golf en un club a decenas de kilómetros de su casa, y uno de los ‘sabios’ que han impuesto el draconiano confinamiento británico, Neil Ferguson, del Imperial College, se ha visto obligado a dimitir después de ser pillado reuniéndose con su amante en plena cuarentena.
Da toda la impresión, en fin, de que a partir de una pandemia real pero lejos del apocalismo que se nos vende desde todos los medios se nos está despojando de nuestros derechos y libertades más elementales, con una especial atención a la libertad de culto. Con una reacción, admitámoslo, no excesivamente militante del grueso de nuestros pastores.
Las situaciones de alarma son una ‘delicatessen’ para el poder, y el pánico, un arma tan vieja como la historia para imponer tiranías y aumentar el control de los gobiernos sobre los ciudadanos. Nada nuevo en esto. Como no hay nada nuevo en el hecho de que, una vez establecido el precedente, es casi imposible evitar que se repita.
¿Justifica la presente pandemia el cúmulo de medidas adoptadas? Rotundamente, no. El confinamiento, además de ser particularmente insano, es ruinoso para la economía, lo que redunda lógicamente en la salud y en la capacidad del sistema sanitario para curar esta y otras enfermedades. Cualquier estudiante de salud pública sabe que la relación entre PIB y salud pública es casi una constante.
Por lo demás, la gente sigue enfermando y muriendo. En menor número que si no hubieran tomado estas medidas, nos dicen. Pero esa es una negativa difícil de probar. Salvo que tenemos un ‘grupo de control’: Suecia. En Suecia, el gobierno ha dado muchas recomendaciones y muy pocas órdenes, y el país no se ha parado ni va la gente con mascarillas por la calle. ¿Hay muertos, ingresos hospitalarios? Naturalmente, pero menos por millón que en nuestro país, en Italia o en muchos otros estados de nuestro entorno.
Hace tiempo que los medios han hecho del pánico sanitario un recurso para vender o para colocar agendas innombrables. Lean: la Organización Mundial de la Salud (OMS) decretó el estado máxima alerta, nivel 6, de pandemia. Se previeron millones de muertos y cientos de miles de ingresos en unidades de cuidados intensivos, con proyecciones que llegaban a considerar, incluso, problemas para poder enterrar a todas las víctimas. Se estimaron en el inicio, por ejemplo, hasta 100.000 muertos para un país de 50 millones de habitantes. Los medios de comunicación amplificaron la alarma con relatos apocalípticos generales y pormenorizados de cada caso de muerte, de forma que la población del hemisferio norte esperaba con pánico la llegada del otoño-invierno.
No, no se trata de Covid-19 ni de 2020. Hablamos de la Gripe A de 2009. ¿La recuerda? ¿Recuerda el confinamiento, las montañas de muertos, el pánico, la caída en picado del PIB, el paro astronómico? No, no lo hubo. Las primeras publicaciones científicas con datos de mortalidad fueron de julio de 2009, y confirmaban la levedad de la gripe. Finalmente, la gripe A llegó a los países boreales, donde ya estaba disponible la vacuna específica, y también hubo un patrón de benignidad de la gripe A, por debajo de la gripe habitual (estacional). Pero no fue la vacuna, que solo se inoculó al 10% de la población de la UE, la salvación; Polonia se negó a entrar en el programa de vacunación y sus cifras fueron aproximadamente las mismas que en el resto de Europa.
La pandemia de coronavirus es real, el virus es contagioso, hay gente -abrumadoramente, ancianos y personas con el sistema inmune comprometido por dolencias previas- que está muriendo. Pero el remedio, como suele decirse, puede resultar peor que la enfermedad, sobre todo si se trata de privarnos de nuestros derechos, entre ellos las libertad para adorar a Dios y recibir los Sacramentos.
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