En nuestro anterior artículo enumerábamos someramente algunos de los problemas más acuciantes que está sufriendo la arquidiócesis de México. Todos son de un enorme calado porque afectan a una enorme comunidad de fieles católicos y a la sede más importante de la república. Gracias a Dios no vemos, por ahora, que el método se esté replicando en otras diócesis pero sí está siendo observado con sorpresa e incredulidad por muchos obispos. Es evidente que el centro de todo lo que está sucediendo es una persona, el cardenal Aguiar, que quiere imponer, sin posibilidad alguna de réplica, su peculiar visión de las cosas invocando, además, continuamente la presunta autoridad del Papa Francisco con quien dice hablar y contar con su aprobación para los más mínimos detalles.
El centro de las críticas y de las preocupaciones de los sacerdotes de la arquidiócesis es sin duda el seminario. Incluso la prensa laica mexicana, tan parca en noticias sobre la iglesia, se ha hecho eco estos días de la prevista defenestración de la portavoz del obispado dejando muy tocado el círculo de presuntos fieles del peculiar cardenal. Pero el seminario es el seminario y sigue preocupando y mucho.
Se pretenden acallar las voces críticas y las evidencias. El cardenal Aguiar en sus ocho años de arzobispo de Tlalnepantla intento imponer las mismas formulas fallidas que ahora sufre la capital. En muy poco tiempo, y con el aplauso general de los sacerdotes y fieles, no digamos de los sufridos seminaristas, su sucesor ha devuelto las cosas a su sitio y ha terminado con el experimento Aguiar que estaba llevando a la diócesis a un camino sin salida.
En los comentarios de nuestro anterior artículo vemos cómo se ha desatado las pasiones sobre tan discutido argumento. Los hechos hablan, los números son más que elocuentes, la inconformidad del clero es enorme, vaya hasta de los mismos formadores que comentan a discreción con sus compañeros su impotencia y perplejidad. Los actuales formadores del seminario que forman parte del equipo de Aguiar son los primeros a manifestar su enorme malestar siempre que tienen ocasión y podríamos dar nombres y lugares en los que esto se ha producido.
Los seminaristas están sufriendo, no tienen otra opción, toda está locura con santa resignación. Se sienten intimidados y amenazados y no pueden expresar realmente lo que piensan. La única ventaja que sacaremos de esto es que saldrán vacunados y en el futuro será complicado que se repitan estos peligrosos experimentos. Son los que más tienen que perder y muy poco que ganar. Sabemos que el riesgo de represalias es evidente y protegeremos siempre a los seminaristas que son la parte más débil de toda esta historia.
Los formadores actuales no han sufrido las descabelladas experiencias ochenteras en propia carne pero son de dominio público sus consecuencias que han arrasado diócesis enteras y las han dejado tocadas de muerte.
Al cardenal le quedan, como mucho, cinco años de arzobispo y todavía está a tiempo de dejarse de tonterías. No es grato pasar a la historia como un desastroso arzobispo que en poco tiempo desmantelo lo que tanto costo construir pero camino lleva la cosa.
Sabemos que las preocupaciones actuales de su eminencia están en quedar como el futuro papable en el sínodo de la Amazonia y que está preparando con dedicación su intervención en la que pretende ser más francisquista que francisco. Vive mirando a Roma y solo le preocupan lo que en Roma puedan pensar.
Un seminario puede ser controlable pero la actual dispersión de los seminaristas en comunidades y sus obligados trabajos civiles está haciendo que el tema del seminario se convierta en muy conocido y conversación habitual de sacerdotes y laicos.
Sabemos de la madrecita de Guadalupe seguirá protegiendo a sus hijos y no dejará de su mano su bendita tierra. Dios sacará grandes bienes de tantos evidentes males.
Nuestra oración es este día de las fiestas patrias por nuestro pueblo mexicano.
Juan Diego de Calpulalpan