Pecados contra la biodiversidad

Pecados contra la biodiversidad

Para que luego digan que los pecados son siempre los mismos desde los albores de la humanidad, y que en nada hay mayor fijeza. Mi obispo, el Arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, ha hablado recientemente de un pecado que, estoy seguro, no ha preocupado a los doctores de la Iglesia en dos mil años de cristianismo: la destrucción de la biodiversidad.

Osoro ha sido claro: “Al destruir la biodiversidad pecamos contra Dios y contra su creación”, ha dicho este sábado pasado, durante la ya tradicional celebración de la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, siguiendo idéntica línea de súbita iluminación ecológica que el Papa Francisco, haciendo bueno el adagio de “ser más papista que el Papa”.

Fue, en efecto, el Santo Padre quien hizo de esta materia pasada por alto durante dos milenios uno de los ejes de su Pontificado y, por lógica derivación, del mensaje constante de los obispos, ni más ni menos que en una encíclica, Laudato Sì, donde podemos leer: “Pero no basta pensar en las distintas especies sólo como eventuales «recursos» explotables, olvidando que tienen un valor en sí mismas. Cada año desaparecen miles de especies vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre. La inmensa mayoría se extinguen por razones que tienen que ver con alguna acción humana. Por nuestra causa, miles de especies ya no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos su propio mensaje. No tenemos derecho”.

Caso cerrado, ¿no? Sin embargo, confieso que este novedoso campo de la doctrina suscita algunas dudas en mí sobre su aplicación concreta. Los pecados, como las virtudes, son siempre personales, individuales. ¿Quién debe confesarse de este grave pecado? ¿Cuándo puede una persona normal estar seguro de que ha contribuido de forma deliberada y libre a la extinción de una o varias especies, que, imagino, sería la definición del pecado en cuestión? No veo cómo podría un cristiano corriente poner en serio peligro la supervivencia de una especie, con lo que tampoco consigo imaginar que puedan cometer este novedoso pecado sino un puñado estadísticamente insignificante de personas, si acaso.

La encíclica sostiene que “la inmensa mayoría (de las especies) se extingue por […] la acción humana”. No sé si es cierto, aunque, lógicamente, la acción de cualquier especie nueva con éxito evolutivo acaba, sin siquiera pretenderlo, con muchas otras especies. Es inevitable, y la alternativa sería bastante más preocupante. Por otra parte, si la extinción de especies es un mal moral y atenta contra la naturaleza, no se entiende que la propia naturaleza, que se ha encargado de la extinción del 99% de las especies que han existido en el planeta sin ayuda alguna del Homo sapiens sapiens, puede ser tan abusiva consigo misma.

Por otra parte, ese absolutismo sobre las especies del que habla la encíclica, que no distingue entre seres vivos beneficiosos y el resto (todas las especies “tienen un valor en sí mismas”) plantea otras tantas dificultades. Recientemente ha aparecido en el órgano del colegio de médicos británico, la prestigiosa The Lancet, una noticia en la que se augura que en no muchos años se habrá conseguido acabar por completo con la malaria. Pero esto, que sería un gran motivo de alegría en condiciones normales, no debe serlo si tomamos en serio -como debe ser- las palabras de la encíclica.

El punto lo recoge el padre John Hunwicke, del Ordinariato, en su blog. “Estoy seguro de que nuestro Santo Padre publicará una pronta protesta contra esta extinción antropogénica planeada de una forma de vida creada por Dios”, ironiza Hunwicke. “Y que el departamento burocrático pertinente de la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales tendrá ya a mano el borrador de una protesta similar. La Conferencia ciertamente mantendrá pronto una reunión de urgencia para reivindicar la autoridad de Laudato si en estos días oscuros”

“Y el Cardenal Baldisseri añadirá este nuevo asalto contra la Biodiversidad a la agenda de su Sínodo”, sigue el sacerdote. “El párrafo adecuado de la Exhortación Apostólica postsinodal (¿’Malariae dignitas’?) se escribe más o menos solo”.

Y concluye: “Cada uno de nosotros tiene la grave obligación de apoyar a nuestros pastores frente a esta nueva crisis ecológica”.

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