Desde África, donde lleva a cabo una visita apostólica a Mozambique, Madagascar y Mauricio, Francisco designó el 7 de septiembre a tres delegados que dirigirán las discusiones en el Sínodo amazónico.
Los delegados para el sínodo que acaba de nombrar Francisco están en la línea de las últimas elecciones de Su Santidad, como los cardenales que serán consagrados en el próximo consistorio: hombres de su línea y, sobre todo, de la línea que parece desear para un sínodo del que muchos temen que intente cambiar radicalmente la Iglesia.
El primero es el cardenal João Braz de Aviz, prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. Quizá sería injusto llamarle ‘prefecto para acabar con la vida consagrada’, pero tiene ya tantas muescas en su revolver que resultaría, al menos, comprensible. Es el rey del comisiariamiento de todo lo que huela a conservador en las órdenes religiosas, no digamos ya tradicional.
Después está el cardenal venezolano Baltazar Porras Cardozo, el más en la línea de Francisco del episcopado venezolano. Arzobispo de Mérida, se convirtió en administrador apostólico de la archidiócesis primada, Caracas, después de que el Papa aceptara la renuncia de su hasta entonces titular Jorge Liberato Urosa Savino, que cometió el ‘traspiés’ de firmar con otros trece cardenales la carta de protesta en el Sínodo de la Familia de 2015.
Y por último, el cardenal peruano Pedro Ricardo Barreto, jesuita, arzobispo de Huancayo y vicepresidente de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM), que escribió precisamente sobre el sínodo recientemente en La Civiltà Cattolica, el órgano de los jesuitas que dirige el padre Antonio Spadaro. En el artículo aseguraba que ese mismo documento de trabajo del sínodo que tantos han calificado de herético y/o cismático de “expresión de la voz del pueblo de Dios”, expresión que, como comprobamos, no ha quedado sin recompensa.
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